Junto con el MIES trabajarán en un plan piloto para incorporar el modelo en los CIBV
El quichua se aprende en el vientre
Apenas escucha una canción de Ángel Guaraca en quichua, Kimberly Allayca, de 5 meses, se pone inquieta.
Sus saltones ojos brillan y empiezan a moverse en la cama. Antes de que Kimberly naciera, su madre Maritza Pulig Allaica, de 23 años, cuenta que le leía un libro, le ponía música o le contaba historias durante los paseos.
“Quiero que mis hijas entiendan mi idioma, que no se pierda la vestimenta y el quichua. Me han ayudado mucho las visitas de las educadoras”, dice Maritza, quien llegó desde Riobamba a Guayaquil cuando tenía 9 años.
Las capacitaciones que recibe forman parte del programa Educación Infantil Familiar Comunitaria (EIFC) que el Ministerio del ramo realiza por segundo año en Guayaquil y está a cargo de docentes interculturales bilingües.
Cecilia Baltazar, subsecretaria de Educación Intercultural Bilingüe, explica que se busca fortalecer el modelo de educación intercultural bilingüe y reforzarlo a nivel de instituciones y comunidades.
Adelantó, además, que trabajan en la coordinación de un plan piloto junto con el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES), que consiste en incorporar el modelo educativo intercultural en los CIBV (Centros Infantiles del Buen Vivir) y Creciendo con Nuestros Hijos (CNH) en Tungurahua.
“El objetivo es trabajar con las mujeres embarazadas en su orientación en distintos temas como en el cuidado durante la gestación, cómo alimentarse, cómo debe vestirse y, sobre todo, empezar el diálogo en quichua con el niño desde el vientre.
Las educadoras enseñan que deben comenzar a conversar con los pequeños en la lengua de su respectiva nacionalidad y no en castellano. Con esto lo que hacemos es que el bebé venga preparándose desde el vientre en su lengua ancestral”, asegura.
Según la subsecretaría de EIB, a nivel zonal (Guayaquil) se atendió a 15 madres embarazadas y 200 niños y niñas de 0 a 3 años de edad y el programa se implementó en 7 planteles interculturales bilingües.
El año pasado, según Verónica Chumbi Valdez, una de las educadoras, recuerda que visitó alrededor de 40 familias; de ese grupo tuvo 6 madres gestantes y este año espera superar ese número.
María Guaraca es una de ellas. Cursa el octavo mes de embarazo y junto con su esposo Hugo Tenesaca reciben la capacitación sobre la estimulación que debe tener el niño antes de su llegada.
“Quiero que mi niño sepa nuestro idioma cuando viajamos a visitar a mi familia y los abuelos; ellos no entienden lo que hablamos pero ahora eso va a cambiar”, indica la mujer originaria de Colta y que lleva 2 años en Guayaquil.
Chumbi explica que el programa de EIFC tiene 3 etapas: la formación a la familia; el período de gestación y lactancia de 0 a 9 meses, y de adaptación con los niños de 0 a 3 años, y la última etapa es el período o desarrollo cognitivo y psicomotricidad de 3 a 4 años.
Ingresar a las casas de las familias indígenas no ha sido fácil. “Convencer a las comunidades sobre los beneficios ha sido lo más complicado. Hay mucho recelo del pueblo indígena y es frecuente que nos digan: a mi casa no entra nadie”.
Rescate de costumbres
Además del rescate del quichua, las capacitaciones permiten que no se pierda la práctica de los saberes ancestrales en cuanto a la preparación de la mujer durante y después del parto, así como el recibimiento del niño.
Maritza cuenta que a diferencia de su primera hija, cuando estuvo embarazada de Kimberly retomó varias costumbres que su abuela y su madre le habían contado.
“Tomaba agüitas de plantas naturales para el frío y también me hacía vapor de manzanilla cuando me inflamaba. Nada de medicamentos, todo era natural”, indica.
Relata que con Kimberly aprendió lo que era el tradicional maito, que consiste en tomar una sábana y luego de envolverla se usa una cinta para volverla a envolver. “Esto permite que tenga bien recto los pies. Los ayuda también para los huesos y que estén bien fuertes”.
Otra de las prácticas que la joven madre conoce es la aparina, en la cual se usa chalina para amarrar al niño y cargarlo en su espalda.
“Para mí, mil veces prefiero cargarla en la espalda que en brazos, porque así la mantengo a salvo. No me da vergüenza hacer esto. Cuando salgo a hacer compras con mis niñas, mis vecinos me felicitan”.
Según Chumbi, enseñarles a los niños el idioma desde el vientre contribuye a que no se pierdan las costumbres que nos caracterizan.
“Cuando les hablamos en quichua ellos escuchan, pero no entienden. Pero cuando esto se hace desde la gestación y cuando da a luz no va a ser nuevo para ellos, es el dialecto de nuestros padres y así van a fomentar desde la gestación hasta las futuras etapas que vengan”.
Ese el caso de Maritza, quien agradece la iniciativa del Ministerio de Educación, a la que recuerda llegó por coincidencia.
“Con mi primera niña Génesis, de 4 años, no hice nada de esto; pero ella sí entiende lo que le hablemos con mi esposo. Además del uniforme que le dieron en la escuelita a la que va, a ella le compré el anaco a su medida, sus alpargatas y su blusa otavaleña. Para mí es un orgullo verla jugar con su prima y su gusto por nuestra vestimenta. Incluso una de sus amiguitas cuando viene a visitarla también me pide ponérselo”.
Ahora Maritza espera que Kimberly cumpla su primer año para empezar a vestirla con el tradicional anaco. “Cuando sean ya mayores de edad ellas decidirán si continúan usándolo o no, pero mientras eso ocurra, voy a seguir motivándolas a que amen nuestro idioma y vestimenta”. (I)