El pequeño ‘Andrés’, llamado así para proteger su identidad, apenas tenía 4 años cuando le quemaban las manos con cigarrillos o lo hacían caminar cargando ollas calientes. En ocasiones sus padres lo bañaban con agua helada, incluso le lanzaron un candado en la cabeza.

Su caso se hizo público en 2012, cuando agentes de la Dirección Nacional de Policía Especializada en Niños, Niñas y Adolescentes (Dinapen) lo rescataron cuando estaba encadenado en una cama, en un pequeño cuarto pestilente en Guayaquil, rodeado de insectos y sobras de comida.

Los principales acusados del estado del menor fueron sus padres, quienes alegaron que nunca lo maltrataron sino que se caía en el baño o se golpeaba contra la pared.

En septiembre pasado, otro niño de 11 años fue amarrado con un cable de electricidad dentro de su casa, en la Isla Trinitaria, en el sur de Guayaquil. Luego de que los vecinos reportaran el suceso al ECU-911, la Policía lo trasladó a una casa hogar.

El menor admitió que era la primera vez que su madre lo había maniatado “para que no salga a jugar” mientras trabajaba, aunque anteriormente ya lo había castigado de forma severa.

Los casos de los 2 menores son el reflejo de la violencia y maltrato en los hogares. Muchas veces las travesuras son castigadas de forma severa y solo el 31% de los padres y madres usa el diálogo en primer lugar para resolver conflictos con sus hijos. Así lo detalla el informe ‘La Niñez y Adolescencia en el Ecuador contemporáneo: avances y brechas en el ejercicio de derechos’ publicado por el Consejo Nacional para la Igualdad Intergeneracional (CNNI).

Según el documento existe un incremento de la violencia en la relación padres e hijos que va del 35% al 44% en los últimos 10 años. La forma más común de violencia que se registra es por negligencia, es decir, que los niños y niñas no son debidamente cuidados por sus padres. Le siguen el maltrato sicológico con el 25%, el castigo físico con el 18%, y el abuso sexual con el 7%.

¿Por qué ocurre?

La sicóloga Sonia Rodríguez señala que el maltrato tiene relación con elementos sociales como la sobrecarga de trabajo, que deriva en que los padres no tengan tiempo para comunicarse con los hijos.  

Añade que este se relaciona con experiencias de vida o de familias, en donde creyeron que golpear a los hijos era una forma de educar. “Por una parte hay hombres que han sido rudos, que no han desarrollado la capacidad de jugar con sus hijos, de dialogar con ellos y no saben cómo hacerlo; de otro lado hay mujeres que viven la violencia de su pareja, son maltratadas y eso contribuye a expresiones cotidianas de excesos”.

Criando niños vulnerables

Según la sicóloga Rodríguez, no hay un comportamiento uniforme en los niños que sufren de maltrato porque “puede ser un niño triste, que baja su rendimiento escolar, que se alimenta mal, así como puede tener exceso de peso o se vuelve irritable y agresivo”.

Para la especialista lo que sí es evidente, es que el menor se convertirá en una persona vulnerable a que otras lo maltraten, incluso que sea víctima de violencia sexual.

El último informe de la Unicef, ‘Ocultos a plena luz’, señala que en este tipo de violencia, por lo general, las víctimas se quedan calladas. En el mundo, de acuerdo a los datos del documento, 7 de cada 10 adolescentes entre 15 y 19 años, que sufrieron abuso, indicaron que nunca pidieron ayuda.

Rodríguez enfatiza que luego de que un menor sufre maltrato existe mucha inseguridad personal y se empieza a cuestionar ¿quién soy?, ¿por qué no me quieren?, ¿yo he hecho algo malo? o ¿qué debo hacer para que me quieran?

Si bien es posible restaurar los daños individuales, la sicóloga manifiesta que se necesitan más servicios especializados para los tratamientos, al igual que campañas informando que el camino para educar no es el maltrato o castigo físico.

Tania González, coordinadora zonal 8 del Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES), señala que en el país se practican políticas de prevención y buen trato contra las situaciones de maltrato desde la infancia. Para ello se trabaja a través de los Centros Infantiles del Buen Vivir (CIBV) y del programa Creciendo con Nuestros Hijos (CNH) en donde se estimula el vínculo afectivo entre padres e hijos.

Cuando se reporta una situación de maltrato o violencia intrafamiliar, el MIES dispone del servicio de protección y en casos extremos, trabaja con la Dinapen para que los menores sean trasladados a casas de acogida. Si una persona conoce de una situación de violencia debe denunciarla a la Junta Cantonal de Protección de Derechos, a la Fiscalía o la Dinapen.

El nuevo Código Orgánico Integral Penal (COIP) señala en su artículo 156 que la violencia física contra la mujer o miembros del núcleo familiar, incluyendo los niños, “que llegue a causar lesiones será castigada”. Dependiendo del daño la sanción puede ir desde 30 días de cárcel hasta 3 años.