El “Face” del reencuentro o de la discreta vigilancia
Menores de edad y adultos mayores caen por igual, atraídos por las redes sociales. Hasta inicios de esta semana, se suponía que quienes tienen menos de 13 años no podían tener una cuenta en Facebook.
Aunque el sitio lo prohibía, en Ecuador y muchos países hay niños que administran su muro, en algunos casos, con la mirada atenta de sus padres.
Parece que el tiempo de prohibición llegará a su fin, porque la empresa creada por Mark Zuckerberg ha comenzado a desarrollar una tecnología que permitirá el acceso a la red social a los menores de 13 años bajo supervisión paterna.
Entre las posibilidades que se analizan está el conectar sus cuentas a las de sus padres.
En Ecuador, muchos niños ya son observados por sus familiares, quienes en muchos casos los ven “enchufarse” como personajes de “Matrix”, pero al mismo tiempo “desconectarse” del mundo inmediato.
Esteban Andrade reconoce que su hijo Danilo, de 15 años, está metido de lleno en el “Face” durante dos horas diarias. El padre no considera prudente que su hijo se coloque frente a una pantalla durante tanto tiempo. Por eso llegaron a un acuerdo: “Danilo no puede chatear si es que no ha hecho los deberes primero”. Para algunas madres, el uso de la computadora y de los programas que conectan a sus hijos con otras personas se ha convertido en un dolor de cabeza.
Carmen Angamarca, ama de casa de 31 años, observa cómo sus dos hijos -Carlos y Roberto Guananga- se pelean diariamente por utilizar el único ordenador de la casa.
“Discuten porque quieren estar en la computadora. Ni siquiera es por hacer los deberes. Ya estoy cansada”, se queja la joven madre, que también tiene su cuenta propia; aunque, en ese sentido, aclara: “Yo no me desespero si es que no entro a esa red. Prefiero ver a los amigos y tomarme un café”.
El uso del Facebook trae la necesidad de nuevas reglas en ciertos hogares.
Alejandro V. (13 años) tiene bloqueada la computadora de su casa y casi no la puede usar “para divertirse”: “No puedo entrar al Twitter ni al YouTube, peor al ‘Face’. Tampoco puedo entrar a las páginas que aparecen como porno o de cachos (se ríe) ¡Qué iras!”.
El joven asegura que a veces acude a los centros de Internet para ingresar a esos sitios. “Y ni así, porque a veces no me dan la plata”, agrega, furioso.
La maestra María del Carmen Muenala reconoce no estar muy al tanto de estas tecnologías, pero -como no quiere quedarse atrás- le pidió asesoría a uno de sus colegas, profesor de Computación.
Considera que su hijo no debe abusar del servicio: “Le expliqué que debe tener cuidado de recibir invitaciones de personas desconocidas porque puede tratarse de gente mala y hacerle daño”.
Orientar en los contenidos y los riesgos
Celia Paredes, psicóloga infantil, considera que los padres sí deberían controlar el uso que dan sus hijos a las redes sociales.
Advierte que es necesario poner ciertos límites en esos hábitos.
Asegura, eso sí, que no es bueno reprimirlos porque en la adolescencia “eso les genera más curiosidad y se desencadena el vicio, la fijación”.
Si bien los niños y jóvenes emplean estas redes para hacer amigos, seguir a sus artistas, hacer deberes, vigilar a su enamorado(a), hay ciertos riesgos que se deben tomar en cuenta. Estas plataformas son consideradas como un espacio ideal para el acoso a menores de edad.
Roberto Torres, analista en sistemas, recuerda a los padres que las comunidades virtuales son espacios que pueden ser personalizados por el usuario, así, este puede “dejar su huella de identidad”.
De ahí la importancia de que los progenitores orienten a sus hijos en los contenidos que exponen.
Fuentes de la Dirección Especializada en Niños y Adolescentes (Dinapen) admiten que actualmente no cuentan con estadísticas oficiales de acoso sexual a través de las redes virtuales, pero advierten que esta práctica es recurrente.
Resulta difícil ubicar este tipo de acoso, manifiesta Andrade, porque los espacios pueden ser abiertos libremente por el usuario y, de la misma forma, es sencillo borrarlos. En marzo del año pasado, los administradores de Facebook cancelaron cerca de 20.000 cuentas de niños y niñas que tenían entonces menos de 13 años.
Según un estudio realizado por Pew Research Center, el 82% de los jóvenes, entre los 12 y los 17 años, mantiene una cuenta en alguna red social. “Yo puse que tenía 19 para abrir la cuenta y después le cambié”, confiesa Ángela Rivas, quien acaba de cumplir 11 años.
“Hay gente muy exhibicionista”
Para otros grupos etarios, como los adultos mayores, el uso de las redes sociales tiene otras lecturas. Ellos no nacieron en un mundo conectado por redes virtuales, por eso dicen: “No me gusta Internet”, “eso es cosa de muchachos” y otras frases parecidas que repiten aquellos que practican gimnasia en el centro gerontológico Arsenio de la Cruz.
Pero hay excepciones, Ana María Meyer, de 76 años, reconoce que ella sí tiene Facebook: “Abrí mi cuenta hace dos años... Yo fui secretaría ejecutiva, pero en el 2000 me retiré. Cuando trabajaba, a las bravas aprendí a usar la computadora, pero en ese entonces no había redes sociales”.
Un curso de computación, impartido en el centro gerontológico, la puso al día con las comunidades virtuales: “He encontrado a compañeros de mi trabajo que no veía hace tiempo, eso es lo que más me gusta de las redes sociales; aunque no puedo dedicarles tanto tiempo como quisiera porque tengo mis tareas en la casa y las actividades del hogar”.
Todos los días, a las 11:00, enciende el computador, postea mensajes, recibe las notificaciones y mira las fotos de sus amigos. “Mi hijo me dice que tenga cuidado y no pase tanto tiempo en la computadora, porque tengo un problema en el cuello y después me duele”.
Gran parte de los adultos mayores que participan en las actividades del centro no sabe cómo utilizar un ordenador, comenta Yadira Delgado, psicóloga de la institución.
Por eso, algunos se muestran interesados en los cursos de computación, donde aprenden a encender la máquina, enviar correos electrónicos y buscar información sobre nutrición y otros temas que les interesan.
“Me gusta el Facebook, sin embargo me parece preocupante cómo la gente más joven expone su vida, sus fotos, dónde está, lo que hace, quiénes son sus hijos. En mi caso, lo utilizo con prudencia, para reencontrar a mis amigos, pero no siento ese frenesí por llamar la atención que tienen algunas personas”, expresa Martha Merchán, de 71 años.