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El consumo de la 'heladita' durante la práctica de deportes perjudica el hígado y el riñón
Los deportistas de las calles 29 y Vacas Galindo, Suburbio de Guayaquil, de lunes a viernes, practican ecuavóley.
El jueves, a las 15:40, los 6 jugadores (de cada equipo) lucen extenuados por la intensa actividad física. El ejercicio consiste en no dejar caer el balón.
En este tipo de ejercicios, de acuerdo con los médicos, pierden entre 500 y 1.000 calorías.
Sin embargo, en las canchas porteñas se da una situación adicional: no faltan la cerveza, la venta de frituras y las bebidas azucaradas.
Es lo que ocurre en las calles 29 y Vaca Galindo. Hay un desfile de platos: tortillas de choclo, corviches, empanadas, chifles con mayonesa, maduro lampreado... Según el Instituto Nacional de Estadística y Censos, el 69% de los ecuatorianos se ejercita en espacios públicos.
Edson Ayora, de 35 años, uno de los jugadores, reconoce que al terminar el partido celebra con una cerveza “heladita” para “refrescarse”. “Aquí celebramos si ganamos o si perdemos. Muchas veces es más largo de lo que duró el juego”. La escena se repite en los bares que funcionan en las canchas de alquiler, donde practican índor fútbol.
El efecto “rebote”
Flavio Perlaza, docente de la Facultad de Educación Física de la Universidad de Guayaquil y exfutbolista, explica que cuando se realiza actividad física el organismo segrega toxinas, entre ellas el ácido láctico (desecho por el ejercicio).
Al ingerir alcohol, no solo se gana el doble de las calorías perdidas, sino que se sobrecarga el riñón. “El sistema vegetativo queda tocado por la sobrecarga a este órgano”.
El endocrinólogo Roberto Cedeño, especialista del Hospital Guayaquil, detalla que consumir bebidas alcohólicas y ejercitarse origina enfermedades: hígado graso, acumulación de lípidos y cirrosis.
El galeno advierte que la ingesta de grasas después de una actividad física inyecta más dosis de energía que los humanos no podemos asimilar.
El cuerpo -agrega- oxidará las grasas, lo que aumentará el ritmo cardiovascular. Habrá -continúa- mayor cantidad de ácidos grasos que no serán usados y que no ayudan en nada. “A largo plazo esto contribuye a la acumulación de grasas en las arterias y su taponamiento. Eso lleva a un riesgo de infarto a largo plazo”.
Por su parte, el nutricionista Jairo San Andrés Mendoza, galeno del Hospital Teodoro Maldonado, señala que la combinación ejercicio-cerveza provoca pérdida de electrolitos.
El resultado: calambres, desmayos y somnolencia por el aumento de la micción. El nutricionista recomienda el consumo de bebidas energéticas.
Impacto psicológico
Los trastornos alimenticios se suman a lista de efectos.
La psicóloga Ninoska Franco indica que estas personas creen que después de consumir tantas grasas ya no van a comer al día siguiente. “Crean trastornos: anorexia y bulimia nerviosa. Además, se deprimen cuando no obtienen resultados por culpa de ellos, por la falta de perseverancia y la seriedad para seguir una dieta”.
Comidas sugeridas
La nutricionista Noelia Icaza sugiere que antes de hacer ejercicio se consuma medio guineo, un snack de almendras o un pedazo de manzana. “Eso disminuye la ansiedad que aparece posterior a la actividad física. Dichos alimentos le darán energía. Si hace ejercicio con el estómago vacío, al terminar va a desesperarse por consumir cualquier comida”.
El nutricionista Mendoza, en cambio, indica que luego de 90 minutos de actividad física existe la opción de ingerir una barra integral y grasas magras como pollo o pescado sin grasa. “Para reponer la cantidad de carbohidratos y cubrir la energía perdida”. (I)
Datos
Una hamburguesa posee entre 400 y 600 gramos (g); una salchipapa o papipollo, 350 y 420 g; un shawarma, 120 g; y un perro caliente 320 g.
La deshidratación por el consumo de alcohol después de ejercitarse origina arritmias.
El 75% de las personas que se ejercitan en las calles no lo hacen con frecuencia.
Durante una actividad física se pierde entre 400 y 600 calorías. La cantidad varía de acuerdo al ejercicio físico realizado. En el ecuavóley: 210 calorías.
6,6% de la población ecuatoriana, de 15 años y más, consume alcohol.