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Ecuador, 13 de Enero de 2025
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El Telégrafo
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El BIRM se convirtió en una promesa de vida de su creador

A los siete años descubrió que su vocación era la medicina. Su madre, Luz América Arellano, era hipertensa y cuando supo que padecía de epistaxis -es decir, sangrado por las fosas nasales- buscó un médico. Al ver que el dolor de su madre disminuyó cuando  el doctor le aplicó una inyección, se maravilló con  “los milagros” que hacen  los medicamentos y confirmó su vocación.

“Cuando tuve que decidir mi profesión, opté por la medicina, aún sabiendo cuan duro y difícil era sobresalir en ella. Había -y todavía hay- dificultades que vencer para llegar a ser demandado profesionalmente”.

Ahora, 63 años después, Edwin Cevallos Arellano es el  creador del  modulador anti-retrovirus e inmune BIRM,  con el cual atiende a   pacientes con enfermedades  “incurables” en su  consultorio  en  Quito. En el lugar    destacan   varias fotografías con  su esposa  Frescya Rosillo Veintimilla e hijos  María Fernanda (42 años), Bonnye Mishel (41) y David (35).

El galeno,  nacido el  10 de enero de 1942, se graduó de bachiller  en el colegio  Mejía y obtuvo el título de médico en  la Universidad Central del Ecuador. Pero sus aspiraciones iban más allá y se   especializó en Oncología Médica y Radioterapia en la Universidad Autónoma de México.

Y todavía sonrié   emocionado  cuando relata cómo alcanzó  el mayor logro de sus investigaciones: el Biological Immune Response Modulator,  conocido como BIRM, en   1978. “El producto modula el sistema inmunológico, es decir, que si padezco de sistema inmunológico deprimido, lo eleva y lo pone en equilibrio. Es capaz de controlar 62 enfermedades que los libros de medicina dicen que son intratables,  entre ellas, las degenerativas, autoinmunes y el cáncer. Incluso hay enfermedades como la alergia, asma, lupus y  artritis  en las que este producto detiene la exacerbación e impide el aumento transitorio de los síntomas”.

A más de ser editor de la revista Discovery Salud (España), es fundador de la Sociedad Ecuatoriana de Hepatología (desde 1974), miembro de la Sociedad de Avance de la Ciencia (1994), de la Sociedad Internacional de Investigación del Sida (1994), de la Sociedad Científica de Nueva York (1998) y de la  Sociedad National Geographic (2000).

Hacer  investigación   era su meta y  tomó decisiones importantes en su vida para lograrlo. Primero ingresó al Hospital Militar de Quito en el área de Dermatología y Radioterapia para postularse como  subteniente del Ejército Ecuatoriano. Años después, ante el decreto del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, pasó a formar parte del equipo médico del batallón y tras ascender a Teniente le dieron el pase a la Amazonía, en donde  descubrió que el pueblo Shuar curaba a  sus heridos y enfermos con  plantas. Tiempo después   solicitó la baja de las FF.AA. para continuar con la especialización.

Y mientras observa por la ventana de su consultorio, dice estar satisfecho con los logros alcanzados a base de estudio y esfuerzo. Su desempeño académico le permitió   ingresar  directamente como residente de segundo año a la Universidad Autónoma de México.

Toma una pausa y reconoce que esa experiencia le permitió identificar que  el 80% de los medicamentos recetados  para contrarrestar el cáncer  provenía de plantas capaces de matar a las células cancerosas.

El oncólogo nunca se imaginó que este descubrimiento sería la esencia del producto que cambió su vida y la de miles de personas.

Con la experiencia de los Shuar, en 1976 regresó a Ecuador para buscar en la Amazonía estas plantas que se convertirían en los componentes esenciales de su nuevo producto. Estudió más de 1.500 especies vegetales para establecer cuales tenían efecto positivo. Entre ellas destacó las 16 variedades de Dulcamara, una planta herbácea que puede llegar a los cuatro metros de altura.

Recuerda que un año después analizó el nivel de toxicidad del posible medicamento, sin saber que el resultado sería “una promesa de vida”; frase que utilizó para dar a conocer su nuevo producto.

Mientras buscaba un documento entre tanta carpeta que había en su escritorio, mencionó que este producto fue considerado para recibir el Premio Nobel de Medicina, a razón del Congreso Mundial de Medicina Natural en España, a mediados del 2005. Este evento contó con la presencia de 100 participantes provenientes de diferentes países. Los asistentes consideraron que la calidad del BIRM es excelente, razón por la cual debería tener reconocimiento a nivel mundial.

“Este producto necesita reconocimiento internacional porque se trata de un producto preventivo y mucho más. Nunca van a encontrar otro en el mercado con cero nivel de toxicidad, que actúe inmediatamente, que sirva para enfermedades incurables y que cueste tan poco”.

Recordó que el  primer país en el que se vendió el BIRM fue en Colombia, mientras fijaba su mirada en su reloj de arena. Pero también mencionó que en 1980 decenas de médicos mexicanos invirtieron 10 mil dólares mensuales en su investigación, ya que consideran que todas las especialidades se pueden beneficiar de este producto. “Tal es el caso de los quimioterapeutas, que confirmaron la reducción de  la toxicidad de sus pacientes en un 80%, así como las náuseas y vómitos”.

Confiesa que una de sus mayores satisfacciones se dio en 1998, cuando Luc Montagnier (descubridor del VIH) lo invitó a París, donde juntos analizaron 198 casos de pacientes en etapa terminal de sida, quienes después de ingerir el BIRM se volvieron seropositivos.

Moviendo sus manos explicó que el BIRM impidió que el virus del sida que circulaba por el linfocito T se activara, mediante el fenómeno inmunológico de muerte programada.

Otro de sus mayores logros fue en el año 2000, cuando la Universidad Autónoma de Madrid mostró interés en su producto y lo nombró su investigador. Un año después obtuvo el mismo nombramiento por parte de la Universidad de Miami, institución que ha considerado su investigación como una de las más importantes en la historia de la medicina.

Con un ligero suspiro reveló que en el 2007 gran parte del Ministerio de Salud de EE.UU. contribuyó a su investigación con 1 millón 200 mil dólares, a razón del éxito de cinco conferencias que el oncólogo expuso en el Lion Hotel California.

Pero una expresión de tristeza invadió su rostro cuando confesó que ha recibido amenazas y sobornos para revelar su secreto: “En estos 24 años que llevo de investigación, mi familia ha sufrido conmigo, ya que he recibido amenazas desde particulares hasta institutos de salud. Por esta información me ofrecen millones de dólares y no se las vendo porque creo que debe quedar como un ícono, para que los jóvenes médicos aprendan que el trabajo investigativo es lo que vale la pena”.

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