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El Telégrafo
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Las provincias de pichincha y azuay registran la mayor cantidad de individuos

El 75% de los cóndores del país se encuentra en territorios privados y el 25% en estatales

Una persona fue sancionada con seis meses de prisión por cazar ilegalmente a un cóndor en Azuay. Actualmente, otro caso está bajo investigación.
Una persona fue sancionada con seis meses de prisión por cazar ilegalmente a un cóndor en Azuay. Actualmente, otro caso está bajo investigación.
Foto: Archivo / EL TELÉGRAFO
07 de julio de 2017 - 00:00 - Redacción Sociedad

El cóndor andino es más que un ave emblemática que reposa en lo alto del escudo del Ecuador. Su importancia en el ecosistema radica en su función carroñera y procesadora  de desperdicios, y en el destino final que da a la materia orgánica de los animales muertos en los páramos.   

“Es similar a la que los recolectores de basura cumplen en la ciudad. Sin este servicio, la descomposición  podría demorar muchos días y ser un foco de infección”, explica el ornitólogo Juan Carrión.

El primer censo del cóndor andino, realizado en 2015, estima que la población de esta especie llega a 102 individuos (en estado silvestre). De estos se sabe que 30 son machos y 36 hembras; del resto no se ha determinado el sexo. Además, el 65% es adulto y el 35% inmaduro.

De igual manera, 20 ejemplares están bajo cuidado humano, pues fueron rescatados y se encuentran en seis unidades de manejo de fauna silvestre, las cuales están distribuidas en la región interandina: Zuleta, Otavalo, Guayllabamba, Cotopaxi, Cuenca y Baños.

“La mayor parte de los cóndores que están en estos espacios fueron rescatados y presentaban heridas, producto de perdigones”, detalla.

La mayoría de la población, según observaciones, se halla en Pichincha. La Reserva Ecológica Antisana es el “santuario” para la conservación de la especie. Concentra, al menos, el 30% de los ejemplares.

Para evitar que la población desaparezca de los páramos, el grupo de trabajo del cóndor andino estableció una estrategia de protección.

En los últimos cinco años se hizo el marcaje de 12 especímenes: nueve con rastreadores satelitales y tres con bandas alares para conseguir mayor información de los dormideros y sitios en los que anidan.

“La mayor parte de las áreas de alimentación o dormideros de los cóndores, en el 75%, se encuentra en las áreas privadas y el 25% en los espacios protegidos por el Estado, lo que implica la urgencia de proteger al ave en estos espacios”, precisa Hernán Vargas, investigador científico del Fondo Peregrino del Grupo Cóndor.

Pero Vargas considera que el ave es más vulnerable en los espacios privados, porque se ha comprobado que el cóndor puede atacar y matar a terneros de hasta dos meses de edad. “Perder una cabeza de ganado, en espacios con pocas, es una afectación enorme y, por ello, los dueños podrían tomar represalias contra los cóndores”.

El rastreo satelital evidenció, además, que estas aves se desplazan a lo largo de todo el callejón interandino, desde la provincia de Nariño, en Colombia, hasta Loja, en Ecuador. “Semanalmente el cóndor recorre distancias equivalentes a 10 provincias andinas. Las aves marcadas en Zuleta, por ejemplo, van tanto al norte como al sur y se requieren esfuerzos interprovinciales y binacionales con el país vecino para proteger a la especie”.   

Actualmente, Vargas prepara una propuesta para el Ministerio del Ambiente (MAE), con el fin de que no erradique totalmente la presencia de ganado vacuno en las áreas protegidas, porque esto, según el investigador,  obligaría a las aves a incrementar las visitas a las zonas privadas.

“Lo que les voy a plantear es que se considere una carga mínima de ganado vacuno en las áreas protegidas para proporcionar alimento a los cóndores y que no vayan a las zonas donde serían más vulnerables; o a su vez que se reintroduzcan llamas, alpacas o vicuñas al páramo para que de esa manera se garantice la disponibilidad de alimento para la especie”.

Los humanos cuidan a ejemplares para reinsertarlos en bosques

En noviembre de 2016 se liberaron tres cóndores criados bajo cuidado humano para intentar reintroducirlos a su hábitat: Huayra, Killary y Churi, de 6, 4 y 1 año de vida, respectivamente.

Dos de ellos, no lograron sobrevivir porque no fueron capaces de conseguir sus alimentos dentro del páramo de Zuleta (Imbabura) en el que fueron liberados.

“A pesar de que se les colocó cerca comida, no pudieron subsistir, porque desarrollaron dependencia a esperar su alimento y no buscarlo. Al parecer, fue un bosque muy espeso”, contó Carrión. El único que está con vida porque fue recapturado es Killary. Actualmente, la especie está en peligro crítico de extinción y pone huevo cada dos años (la incubación toma 75 días). (I).

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