Diplomas no aseguran estabilidad
Mallory, estudiante francesa, es espabilada y decidida. En maestría de derecho luchó para orientar su vida de la manera que quería. “Elegí estudiar para poder ejercer un trabajo que me guste y también para demostrar que ser hija de obreros no es necesariamente una fatalidad”, cuenta explícitamente.
La joven, de 23 años, forma parte de las numerosas personas que se plantean la meta de obtener un diploma para ampliar sus oportunidades de empleo y su nivel de vida.
Como el caso de esta joven, el número de individuos que estudia es cada vez más elevado en el mundo; los diplomas se banalizan y la competencia se incrementa. Para una parte de los estudiantes, la decisión de formarse puede tener consecuencias significativas. “Para estudiar, se sacrifica mucho dinero, de hecho se renuncia al tiempo libre como el de las vacaciones. Trabajo cada verano pero no es suficiente así que tuve que recurrir a dos préstamos. Reembolsar 4.000 euros en total no va a ser una cosa fácil, y cuando lo pienso me pongo aterrorizada”, confiesa Mallory.
Resultante de un medio modesto, la joven que, sociológicamente, tiene menos oportunidades de éxito, también tuvo que entrar en el círculo vicioso del endeudamiento. Un estudio publicado por el Observatorio nacional de la Vida Estudiante (OVE) muestra que el 6,4% de los estudiantes franceses contrajo un préstamo en 2009 y el 28,4% se declaró muy insatisfecho de sus recursos.
En los Estados Unidos, los gastos de escolaridad, sobre todo de las universidades prestigiosas, pueden alcanzar niveles tan altos que la mayoría de los estudiantes no puede responder a sus necesidades sin pedir prestado. Según una investigación del Pew Research Center, en 2010, cerca de uno de cada cinco hogares estadounidenses tenía una deuda por préstamos estudiantiles, más del doble de las cifras de 1989. En abril pasado, la Universidad The Cooper Union decidió que los futuros estudiantes, a partir de ahora, tendrían que participar en los gastos de la universidad, una suma alrededor de 19.000 dólares.
Con el desarrollo de los estudios al extranjero -cada vez más necesarios- los costos dedicados están en aumento, sobre todo cuando el nivel de vida es más elevado en el país de acogida. Por lo tanto los recursos financieros pueden ser una solución engañosa en la que algunos ni siquiera podrán ser compensados por un salario.
Se plantea la compleja paradoja del hecho de que los diplomas son cada vez más indispensables para enfrentar las exigencias de empleos, pero que, al mismo tiempo, son cada vez menos suficientes en un contexto de precarización y de desempleo. En muchos países, el aumento de los diplomados no se desarrolló en el mismo ritmo que el crecimiento de los empleos calificados.
A esta situación los economistas llaman la “paradoja de Anderson” que enfrenta la inflación de los diplomas a un aumento más débil de las posiciones sociales que corresponden a un cierto nivel de calificación.
Charles es un europeo que estudió para tener un estatus sin mayores preocupaciones. Por lo tanto, atravesó situaciones difíciles. “Primero, encontré obstáculos para obtener una pasantía y después para un primer empleo por el que necesité 6 meses de búsqueda. Luego, encontré un contrato de duración indefinida después de 6 a 9 meses de desempleo o de interinidad. El diploma me permitió acceder a unas estimulaciones intelectuales, a actividades y estancias en el extranjero, pero la implicación en los estudios todavía no me dio un salario muy correcto. Estudié durante 7 años, tuve un empleo de 2 años en el extranjero y todavía se me trata como un debutante”.
¿Es imprescindible empeñarse en tener estudios exitosos, dando tiempo y dinero, mientras que el futuro es incierto e inestable?
El profesional europeo hace un balance positivo de su recorrido. Los diplomados no se ven los más desfavorecidos, pues tienen más probabilidades de estar en una situación económica confortable. Los no diplomados son los que más sufrieron los efectos de la crisis económica que todavía afecta al mundo laboral.
Según el informe 2011 «Miradas en la educación» de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (compuesta de 34 países en el mundo), los diplomados de la enseñanza superior son menos numerosos en haber perdido su empleo durante la crisis económica mundial que los que se fueron de la escuela sin diploma.
En 2009, la tasa de desempleo de los diplomados del superior quedó constante, del 4,4% en promedio en los países de la OCDE, mientras que en las personas que no terminaron sus estudios secundarios, la tasa alcanzó el 11,5%, indica el estudio.
De la misma manera, se subraya que los individuos que no tuvieron diploma en sus estudios secundarios pueden ganar hasta el 23% menos que los que están titulados. Unas diferencias que entonces no se desvanecen cuando se tiene un empleo que repercuta en los niveles de vida.
El poder simbólico de los diplomas está tal que se desarrollan los fraudes en las hojas de vida. Una parte de la población en edad de trabajar miente en cuanto a la realidad de un diploma, dice que siguió formaciones pero no obtuvo el diploma correspondiente o inventa una falsa capacidad.
Por lo tanto es el tacto que más cuenta en el mundo laboral, pues el diploma no testifica de todo. Incluso, para un mismo diploma los individuos pueden tener disposiciones diferentes. Los conocimientos y las capacidades sociales son igualmente importantes y constituyen un obstáculo mayor para los desfavorecidos.
Más allá de los diplomas, la inserción de los individuos también depende de su género, su edad y de su origen social: las discriminaciones laborales aún existen. Las clases altas se benefician con un capital cultural más elevado, pueden pagar sus estudios y disfrutar de mejores relaciones interpersonales.