El desempleo es uno de los mayores obstáculos para los refugiados
“¡Dios Ayúdanos!”. La frase resume el estado emocional en el que se encuentra la refugiada Nancy Saldarriaga.
La mujer, de 50 años, hace ocho meses partió desde Caracas (Venezuela) hasta Guayaquil (Ecuador) para tener una mejor calidad de vida que en su tierra de origen.
Justamente, Ecuador ha aceptado 4.000 solicitudes de refugio planteadas por venezolanos. Y hoy en día, es la nación latinoamericana con mayor cantidad de refugiados (68.000 en total).
Nancy es parte de ese colectivo. Un día, al ver que era difícil obtener alimentos, medicinas y trabajo en Venezuela, emigró con el fin de conseguir empleo. De Guayaquil tenía buenas referencias. “Estábamos en una situación crítica. Yo hacía limpieza en hospitales”, recuerda de su pasado laboral reciente en Venezuela.
Hoy, lejos de su casa, se encuentra desempleada y sin un horizonte claro. Ella cuenta que ha buscado trabajo formal en diversas empresas, pero, por más que tenga la visa de refugiada, es difícil porque no porta cédula de identidad y “creo que por mi edad”.
Por eso, “dejo en manos de Dios lo que ocurra. Yo creo que me tiene preparado algo bueno en el futuro aquí. En agosto ya tendré mi documento de identidad o el que me sirve para quedarme dos años más”.
Su historia es similar a la de otros refugiados que están en el territorio nacional y que tienen inconvenientes para trabajar formalmente en alguna institución.
El ingenio ayuda
Elkin Gutiérrez, de 32 años, dejó Cali (Colombia) para radicarse en la ciudad puerto ecuatoriana hace siete años. Los problemas con la guerrilla lo condujeron a buscar tranquilidad en otro lugar. Precisamente, el 98% de los refugiados del país son de su nacionalidad.
La recomendación de un amigo sobre cómo se vive en otro lugar lo empujó a venir. Pero conseguir trabajo en una empresa se ha constituido en todo un reto para el foráneo.
“Entrar a una compañía es muy difícil acá. Si no tienes cédula, no te aceptan”, cuenta con un acento diferente al local y con expresiones características como: “¡Hágale de una vez!”.
Él, con su talento para el baile y su desenvoltura verbal, se las ha ingeniado para “ganarse” la vida de forma honesta. Uno de sus talentos es la animación de eventos o ser jefe de ceremonia. Justamente, lo ha hecho para abordar temas relacionados al del refugio.
También ha trabajado como instructor de baile, en talleres vacacionales y promotor de actividades. En el sur de la urbe lo identifican como un líder. No obstante, también ha experimentado, en algún momento, rechazo por su nacionalidad. Pero esos episodios ya pasaron para él, pues está con su familia y se siente enamorado de Guayaquil. “Me conozco toda la ciudad”.
Él anhela, próximamente, tener su documentación actualizada para acceder a más servicios.
Un proyecto
Epifanio Aguirre, de 60 años, llegó hace dos décadas. En Colombia fue secuestrado durante tres meses por grupos armados irregulares por negarse a sacar a sus hijos de las plantaciones. La guerrilla quería fumigar sus cultivos.
Lo soltaron cuando notaron su grave estado de salud. Al salir, no tenía otra opción que venir a Ecuador. “Un desplazado en Colombia es un persona de la que nadie quiere saber nada”.
En Guayaquil, donde el 12% de refugiados son de Colombia, se ha dedicado a varios quehaceres, sobre todo a las creaciones de productos: uno de ellos fue un betún para limpiar los zapatos.
Con su “invento” ha recorrido diversas zonas; sin embargo, en uno de los viajes que realizó a Cuenca fue víctima de un robo, el cual lo dejó nuevamente en la calle. También ha creado plantillas para bordar con máquinas de coser y muñecas que se cambian de ropa automáticamente.
En la actualidad, él se dedica a la venta de quesos de leche. En la ciudadela El Recreo, en el cantón Durán, los vende a $ 1. El hombre destaca que hoy en día los extranjeros en su situación pueden acceder a una cuenta bancaria. (I)
Epifanio Aguirre, 60 años, emprendedor colombiano. Foto: Miguel Castro / El Telégrafo