La capacidad de consumir más le ha dado a los seres humanos una falsa idea de bienestar
¿De quién depende nuestra felicidad?
La globalización, el libre mercado y la modernidad nos han garantizado mejores condiciones materiales. La publicidad y su destreza para fabricar deseos y convertirlos en necesidades cumple un rol fundamental.
Nuestras sociedades, incluso, gozan de más libertades sexuales y de mejores posibilidades de propiciarse confort. Pero, nunca se ha visto tanta depresión en la humanidad. El filósofo francés Gilles Lipovetsky cree que este fenómeno develaría una contradicción esencial: “Yo no estoy preocupado por los demás, por eso soy feliz”, sería la premisa.
Es que, para garantizarnos estas dosis de placer, necesitamos consumir tres veces más energía que lo que consumíamos en los sesenta, y no podemos estar tan seguros de que seamos hoy más felices que en los sesenta.
Uno de los síntomas que Lipovetsky toma en cuenta tiene que ver con la recurrencia contemporánea a prácticas religiosas, espirituales y tendencias new age, como salidas a un cierto grado de inconformidad o de infelicidad. “Son programas de felicidad que parecen nuevas formas de pensamiento mágico, vehiculan mucha ingenuidad y falsas promesas”, dice el filósofo.
La inmensa paradoja contemporánea radica en que, mientras todos los sectores de la sociedad vendemos y compramos satisfacciones ilusorias para proporcionarnos placeres fugaces, la gran industria se encarga, por su parte, de fabricarnos camelos. La medicalización de la vida, que, en lugar de pensar en la prevención, está anclada en la mercantilización de la enfermedad, es una de las principales señales de que nuestra idea generalizada de felicidad es solamente una ilusión. Los bienes materiales, el obtener la sensación de felicidad basados en la idea de ‘tener más’, así como la obtención de placeres fatuos como sinónimos de calidad de vida, son la muestra de que nuestra felicidad sería apenas una mentira aceptada universalmente.
Pero, ¿de quién depende nuestra felicidad?, ¿de la publicidad, la religiosidad o la espiritualidad?, ¿de la medicina? “Una filosofía de la felicidad no debe excluir la superficialidad ni la profundidad; la construcción difícil de sí mismo ni el escape fácil”, concluye Lipovetsky, en un afán por resaltar la importancia del ocio, la expresión de los afectos y la relación de la humanidad con sus entornos. (I)
Un índice distinto para medir la calidad de vida
En 1972, el rey de Bután, Jigme Singye Wangchuck, propuso la creación de un nuevo índice para medir la calidad de vida de una población. La intención fue tomar en cuenta aspectos de la vida más holísticos y no solamente los datos fríos que sirven para medir el Producto Interno Bruto de los países.
Hasta hoy, Bután utiliza este método cualitativo -basado en recolectar las memorias de una jornada laboral- para determinar cuáles son las carencias de sus habitantes. (I)