Danilo Manzano: “Soy un sobreviviente de la homofobia”
“Tengo 32 años, soy de Quito, pero quise nacer en Guaranda, como mi madre. Somos una familia de seis personas: cuatro hijos, tres varones y la última es mujer. Siempre supe que era gay; si pienso en mi infancia, mi interés fue hacia ellos y me llamaba la atención el contacto físico con otros hombres.
Pensé que no era normal lo que empezaba a experimentar con todo en la sociedad, escuela y familia. Ahí empezó mi proceso más fuerte porque mi modo de ser era distinto a lo considerado normal. Cuando era pequeño mi mamá me hacía comentarios que yo no entendía: “¡Deja de caminar como mujer!”.
Pero yo no entendía y solo caminaba. Yo me sentía más cómodo con las expresiones femeninas que las masculinas. Cuando eres niño no encajas ni te reprimes para adaptarte al entorno, a la familia y al qué dirán. ¿Cuántas veces los padres se avergüenzan por tener un hijo marica o amanerado? Tus hermanos te dicen que caminas como mujer y que te gustan hacer las cosas de niñas.
Desde entonces decía que algo no estaba bien conmigo. Luego hubo otras cosas más radicales: vi un beso de Maradona con otro hombre en la televisión, rodeado por mi familia. La reacción de mi papá fue inmediata: nos persignó a cada uno.
El primer espacio de la homofobia está siempre en el hogar y el entorno familiar que no entiende y trata de corregir todo. No es que tu familia no te quiera, sino que desconoce todo eso. Los papás no quieren enfrentar que sus hijos sean GLBTI.
También me vinculé con el entorno escolar, era buen alumno, orador, poeta y ganaba concursos. Estudié en el colegio La Salle. Yo era un buen alumno y me destaqué en muchas cosas, en temas sociales desde mi infancia. Era diferente, no tenía miedo de hablar ni de decir las cosas. Seguro fue muy extraño ver a un niño medio femenino y muy amable porque nos enseñaron a saludar con todos.
Al cumplir los 10 años, era presidente de quinto grado, Ecuador firmó la Convención de los Derechos de los Niños y había un concurso sobre ese tema. Yo organicé una lista con otros niños y nuestro nombre era Mensajeros de la Paz y ganamos ese concurso. A esa edad también me involucré en ese proceso a nivel nacional. A mis papás les dije que no me hagan nada porque llamaba a la Policía.
A esa edad hay cambios físicos y hormonales. Es la etapa más bonita del ser humano, pero no es así para todos, en especial para nosotros. En la adolescencia me hubiera gustado enamorarme de un chico, pero no fue así. Experimenté la heterosexualidad, que para mí era una decisión; hay gente que es gay, pero decide no serlo. Algunos salen del clóset a los 50 años, otros que son trans, a los 60 años.
Tuve varias novias, que son mis amigas ahora, no conocía a otros niños que les gustaran otros chicos. Sexualmente no me sentía tan rechazado, fue una etapa interesante y fui feliz, pero sabía que me descubriría porque no estaba 100% completo, sabía que mi naturaleza era con los hombres.
A mí me molestaban mucho por mi forma de ser, tuve que esconderme y fingir que era heterosexual. Mis amigos y los demás me acosaron. Mi normalidad era tener más amigas mujeres que hombres. No me gustaba la lógica del hombre: ser brusco, tosco y poco amable. Tampoco el poder, o ser el mejor puñete, o el que más molesta a los otros.
La vida es compleja a los 15 años, a esa edad lideraba la pastoral del colegio La Salle en Quito. Me encantaba pensar en Dios y en cómo ayudar y servir de mejor manera a la gente que necesitaba. Pero cuando eres diferente y se enteran... me retiraron de todo. Dijeron que era más desarrollado que los demás y me sacaron de la pastoral. Eso me dolió mucho.
Me acerqué al director del colegio para comentarle que un cura me acosaba, pero él no respondió ni hizo nada por protegerme. Ellos identificaron que era gay y me hicieron a un lado de todo. Fui víctima de acoso y sobreviví a la homofobia, ahora el cura acosador sigue liderando procesos religiosos en ese colegio. Además, yo era deportista; jugué vóley.
Lo más fuerte fue salir del clóset a los 16 años, porque ya no aguantaba vivir en las mentiras, ni a medias ni a oscuras. No quería ocultar lo que era, tampoco ser infeliz y negar mi identidad. Decidí salir del clóset, fue por la presión social y por la homofobia en el colegio, de otros padres y de mis compañeros. Los curas inventaron cuestiones falsas, dijeron que yo era consumidor de drogas, pero nunca tuve ni tengo esa práctica.
Fue terrible, caótico el escenario, así que primero hablé con mi hermano mayor. Él me abrazó mucho y me dijo que todo iba a estar bien. Me confirmó que siempre lo supo. Luego le conté a un hermano menor y me dijo que no me preocupe y que cuente con su apoyo.
Pero la situación con mis papás era otra. Mi padre me prohibió ir a los cumpleaños y salir, era muy fuerte y me golpeaba. Para él, jugaba mucho la concepción de ser creyente. Allí me di de frente con el machismo, él no quería que sepan que tenía un hijo gay. Eso le dolía.
El machismo era el problema, pero no era conmigo, sino con mis hermanos. Cuando mi papá quería agredirme, mis hermanos me defendían. Para él, fue un balde de agua fría muy grande porque yo, su hijo, no cumplía la expectativa que quería.
Pasamos así casi tres años, tenía amigos que estaban pendientes de mí, pero no es lo mismo que te rechace tu propio padre. En ese tiempo no me puse a pensar en los datos, en el suicidio, en la muerte de adolescentes que se matan por ser GLBTI, ni en las familias que no lo admiten ni lo hacen público para que no se enteren los demás. Les da vergüenza tener un hijo gay, trans o lesbiana.
En la adolescencia pudo haber sido mucho peor, si era un chico trans allí sí hubiera pensado cómo seguir adelante. El rol de mi mamá fue muy importante, ella siempre me ha amado, pero no podía decidir por su cuenta, sino apoyar a las decisiones de mi papá.
Me llevaron a innumerables psicólogos para encontrar una respuesta y una cura para mi homosexualidad. Mi papá creía que estaba enfermo, pero tuve suerte, hay jóvenes GLBTI encerrados en clínicas de deshomosexualización que sufren descargas de electroshock. Ellos han sido sometidos a medicación innecesaria y terminan enfermos y con casos irreversibles.
La última vez que vi a un psicólogo me dijo: “Resiste, vuelve, no te preocupes por la plata, puedes hablar conmigo”. Luego de eso de manera abusiva instalaron una célula evangélica todos los viernes en mi casa. Mis papás estaban desesperados por encontrar una salida. El discurso de ellos fue radical: “Homosexual es malo... ¡Pecadooor, cada uno con cruz distinta! Pero si admites y no practicas te salvarás”, me dijeron.
Me harté de mentir y de no tener una vida, de las peleas con mi padre, que eran cada vez más fuertes y violentas. La peor forma de herir es la violencia física, la otra que nadie ve es la de los insultos, de los descalificativos. A los 18 años me fui de la casa, casi ni me gradúo del colegio. Trabajé como mesero en la Mariscal, Quito. Allí conocí la calle, vi la prostitución y la drogadicción.
Después mis padres me pidieron que vuelva a la casa, pero me advirtieron que no querían saber nada de mi vida. Estudié relaciones públicas en la universidad y me uní al activismo GLBTI, para defender sus derechos y a devolver dignidad a la diversidad sexogenérica, sin miedo ni vergüenza.
En este país se configuró la primera agenda de derechos de 27 organizaciones con la Fundación Esquel y ese espacio cambió mi vida para siempre. Allí conseguí trabajo para coordinar esa agenda que le entregamos a Mauricio Rodas, en 2014. Ya era un Danilo diferente, más suelto, líder y speaker internacional. Eso me llevó a Kuala Lumpur, Malasia.
Desde entonces seguí creciendo hasta tener una organización propia: Diálogo Diverso, que ayuda a los venezolanos en Ecuador. Tengo el apoyo de las embajadas de Canadá y de Australia. Ojalá que las personas no necesiten salir del clóset como obligación, sino que podamos vivir con nuestra sexualidad como queramos. Ese es mi anhelo y el futuro”. (I)