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En las manos de Patricia la gente busca la cura para la mala energía

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Si está en el parque central de San José de Chimbo (provincia de Bolívar - centro del país) no hace falta caminar mucho para llegar al “consultorio” de Patricia. Está a unos pasos por la avenida 3 de Marzo.

Lo que resulte difícil quizá sea abandonar la dependencia de lo racional y abrir la mente a lo improbable. Como lo hicieron Rita y su mamá el día que fueron allí para buscar respuestas y curas en lo sobrenatural.

Entraron en una casa de 3 pisos que tenía una tienda de productos naturistas. La fachada era añosa y no había rótulos ni alguna señal que la identificara o promocionara algo.

Una puerta angosta y un corredor corto daban paso a un patio trasero que se improvisaba como sala de espera. Vieron a unas 10 personas en bancas defectuosas. No todas eran mujeres mayores, como Rita se había imaginado.

Había una joven roquera con audífonos pegada a su celular, un tipo flaco y pálido, una esposa nerviosa que le guardaba turno al marido, un anciano con un niño juguetón y más.

Al igual que ellos, las recién llegadas adoptaron una postura reservada. Pero el silencio no era una constante, se rompía cuando alguno se animaba a decir por qué quería servirse de los “poderes” de Patricia.

Dolores porfiados, bolitas raras bajo la piel, insomnio y pálpitos eran algunos de los motivos. Con pocas palabras dejaban claro que la medicina tradicional los había decepcionado.

Su esperanza era ahora sacar la mala energía para salvar el cuerpo con una oración, un baño o una yerba.

Como quería la mamá de Rita para su hija que, desde hace unos meses, pese a su juventud (23 años), venía lidiando con dolores, infecciones, doctores y recetas diferentes “cada semana”.

Casualidad sospechosa, para la señora que la deseaba “sanita, robusta, casada y contenta”.

Médicos y exámenes diferentes le habían encontrado las clásicas afecciones por bajas defensas: resfriados, infecciones intestinales, jaquecas por estrés, dolores por mala postura.

“Nada de gravedad, pero ha pasado tomando remedios todo el año —se quejó— y nada, mija no acaba de curarse nunca”.

Oír para creer

Unos cuantos años más que Rita parecía tener una mujer que se convirtió esa tarde en la voz autorizada para dar fe de que Patricia sí ayuda y tiene “la contra” para lo malo.

Usaba un gorro de lana y ropa deportiva. Era la típica señora que llevaba algún tiempo viniendo y por eso sabía que, como ese día, los martes eran “a full”, igual que los viernes.

Dijo que superó un cáncer. Lo había conseguido — contó— con las atenciones de Patricia, a la que visitaba de vez en cuando, y con el veneno de alacrán que le dio un cubano.

“Eso tiene más de homeopático que de mágico”, le comentó Rita a su progenitora, pero a los otros les resultó válida la información sobre todo para aplacar la impaciencia en unos casos, y aumentar la convicción en otros. La eventual cercanía de los asistentes terminó.

Los que fueron quedando recibieron la noche en absoluto mutismo. Tantos “pacientes”, las 5 horas de espera y el frío superaron las previsiones de ambas mujeres. Eran las últimas, pero cuando su turno llegó todo se volvió olvidable.

El ritual 

Patricia las recibió en un cuarto de muros cenicientos. Olía a ruda y otros montes. Había velas y agua en una mesa esquinera.
Junto a la puerta estaba un altar con un ángel, la virgen de Guadalupe y la del Guayco, patrona de los bolivarenses, más santos y un montón de huevos.

Lejos de asustarlas, el desorden les dio confianza. Pero, por si acaso, un certificado del Conesup (actual Consejo de Educación Superior-CES) que destacaba en una pared acreditaba a Patricia como tecnóloga en saberes ancestrales.

La labor y el pago se pactaron: $ 10 por una limpia, y al grano. Bajo la triste luz de una bombilla central, Rita, en ropa interior, se sentó. Con un huevo y una vela, Patricia inició el ritual.

La mujer era bajita, igual que Rita, pero gruesa y ágil. Sus casi 60 años se ocultaban bien tras un rostro llenito, sonrosado, saludable, cabello negro, corto y un andar derecho, seguro.

“Tiene muy mala energía —le dijo al tocarla— porque se me acalambró el brazo...”.
Más que la revelación, Rita registró las 2 verrugas de la cara de la sanadora y su perfil: nariz recta, quijada alineada, ojos negros, almendrados, cejas pobladas.

Algún cálculo desacertado le entrecerró la mirada, pero Patricia continuó en lo suyo. Le arrojó unos cuantos chorros de agua. Por el clima, a Rita le parecieron mordiscos.

Mientras la mojaba, le pidió que repitiera una concienzuda plegaria de la que sobrevivieron en su memoria apenas unas cuantas palabras: “Dios, diablo, conjuro, enemigos, ordeno...”.

El rezo echó abajo la idea de que lo esotérico nada tiene que ver con lo celestial. Poco antes del final, Patricia abrió el huevo en un vaso de cristal y lo examinó como un laboratorista ve los tubos de ensayo.

“Solo son envidias, son ojos, es gente que la mira mal, no le han hecho ningún trabajo. En su casa tenga bastante sal en grano en un plato de barro”.

Con la limpia, el pasado de Rita se quedó en el huevo, y su futuro, en la llama saltarina de la vela. (I)

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