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Cuatro adultas mayores narran su vida y sus logros
Las mujeres luchan en cada etapa de su vida. Nunca descansan, ni siquiera en la tercera edad. Cuatro mujeres, que tienen entre 80 y 100 años, compartieron sus historias con EL TELÉGRAFO.
Ellas contaron cómo se abrieron paso ante las barreras del machismo para cumplir sus metas. A pesar de que ahora sus cuerpos son frágiles, siguen trabajando y desde cada una de sus realidades aportan a la sociedad.
En Ecuador hay 1’200.000 adultos mayores, lo cual representa un 7% de la población (ver infografía).
Isabel Robalino, un siglo de lucha y liderazgo
La doctora Robalino disfruta del sol en los patios del Convento de Santo Domingo. Ella asiste a la misa de 08:00 todos los días. Foto: Marco Salgado / EL TELÉGRAFO
“A las mujeres nos toca reclamar un espacio en la sociedad con nuestro trabajo”, declara la doctora Isabel Robalino, reconocida abogada y activista social que ha luchado por los derechos de los trabajadores. Cuenta que desde niña se fue ganando un espacio para educarse pupitre a pupitre con los hombres. A sus 100 años su mirada irradia la paz de haber vivido sus sueños. Sin dejar de sonreír afirma que siempre quiso ser abogada, mientras una enfermera empuja su silla de ruedas por los pasillos del Convento de Santo Domingo en el Centro de Quito, donde vive desde hace seis años.
En su tiempo, como dice ella, las mujeres no tenían las mismas oportunidades que los hombres, sin embargo, su deseo era estudiar. Es hija única, por eso creció muy unida a su madre, la alemana Elsbet Bolle, quien le inculcó la fortaleza para dejar una huella en el mundo, y a su padre, el historiador y diplomático quiteño Luis Robalino.
Ella estudió los dos últimos años de la secundaria en el Instituto Nacional Mejía. Allí recuerda que sí tuvo otras compañeras, pero en la Facultad de Derecho fue la única mujer en su promoción y la primera abogada graduada de la Universidad Central del Ecuador. A pesar de que la sindicalista estuvo rodeada de hombres jamás se enamoró. Se pone un poco seria al decir que no tuvo vocación para casarse y formar una familia. “Me hicieron algunas peticiones, a todos les dije que eso no era para mí”, y asegura que su pasión son las leyes.
Al terminar la universidad, con título en mano, la situación tampoco fue fácil. “Aquí no me tomaban en cuenta para ningún trabajo”. Por eso, como la doctora nació en Barcelona, aprovechó para irse a Europa y ejercer la abogacía. Abrió un despacho en Alemania y empezó a trabajar. “Allí tuve clientela del sector de la Propiedad Intelectual”, relata con brillo en los ojos y sigue: “tuve que darme a conocer en el Ecuador desde el exterior”.
Sus posgrados los hizo en Doctrina Social de la Iglesia en la Universidad de Lovaina y Derecho del Trabajo, Agrario y Penal en la Universidad Autónoma de México.
A lo largo de su vida rompió muchos esquemas y afirma que lo que más le llenó el corazón de satisfacción fue el haber participado como representante de los trabajadores de la Sierra en la Constituyente de 1966. “Allí logré poner en práctica los enunciados de mi tesis doctoral en favor de la clase obrera”. Dos años más tarde fue la primera mujer senadora del Ecuador.
La doctora tiene una memoria impecable y una lucidez que asombra. A sus 100 años habla de su pasado, de sus logros, de su día a día entre misas, lecturas y paseos por el Centro… no confunde ni los tiempos ni los espacios.
Además, no se ha retirado. Sigue activa como miembro de la Comisión Anticorrupción y como fundadora del Instituto Ecuatoriano para el desarrollo Social a donde va por lo menos una vez al mes.
El legado de Isabel Robalino para Ecuador es inmensurable, su vida es un ejemplo de lucha, superación y austeridad. Ella es un patrimonio vivo. “Las mujeres somos aptas para todo y debemos aportar al desarrollo de los seres humanos”. (I)
Teresa Burbano, de conserje a campeona
Teresa entrena todos los días, a las 07:00, en el Parque de la Mujer. Desde que se lesionó ya no corre carreras largas solo participa en las de 5k. Foto: Álvaro Pérez / EL TELÉGRAFO
Cuando Teresa Burbano jugaba a las cogidas con sus compañeras de la escuela María Angélica Idrobo, en Ibarra, nunca se imaginó que correr sería el motor de sus años dorados. Ella es mamá del atleta ecuatoriano Silvio Guerra y desde que él y su primera hija, Wilma, empezaron a competir no se ha separado de la disciplina. “Yo les acompañaba, les pasaba la ropa y el agüita”, narra orgullosa.
Burbano tiene 81 años, pero empezó a correr hace dos décadas. La mujer le agradece al atletismo por abrirle la oportunidad de salir de San Gabriel, Carchi, donde vivían. Además, por las competencias donde participaban sus hijos pudo conocer Ecuador, Colombia, Brasil y Estados Unidos. Además, entrena a diario, por lo cual conserva una figura tonificada. ¿Cómo se dio cuenta de que ella también quería correr? Todo se dio en 1994, cuando su hijo Silvio debutó en la 15k Últimas Noticias por primera vez. A Doña Teresa no la dejaron entrar al Estadio Olímpico Atahualpa ni explicando que era la madre de uno de los participantes. Eso la deprimió y aunque después Silvio logró que ingresara a ella ya se le había metido en la cabeza que en la próxima edición de la carrera iba a tener un número e iba a correr junto a su hijo.
Empezó caminando, persiguiendo a sus hijos a las 05:00 desde Toctiuco, al Centro de Quito, hacia el parque La Carolina. Más adelante empezó a trotar con cualquier pantalón e inclusive en vestido. En esa época daba una vuelta al parque cada dos días porque sus hijos no le dejaban hacer más.
Poco a poco viendo su velocidad los jóvenes atletas se percataron de que su madre, de 60 años, poseía muchas condiciones para ser atleta como: un buen remate, velocidad y resistencia.
Al cabo de un año de entrenarse Teresa logró su meta y participó en la carrera Últimas Noticias. Ahora, con un número en el pecho y un “lindo calentador nadie me iba a sacar del estadio”. Luego de la 15K no dejó enfriar los zapatos y se fue a Guayaquil para la media maratón de 21k. Asimismo, se inscribió en la carrera Bolder Boulder Run en Colorado, Estados Unidos, donde reside una de sus hijas. También participó en la 5k de Porto Alegre, Brasil. De esta última salió Campeona mundial 5k, el mayor logro de atletismo en su familia. “Solo yo soy campeona mundial”, admite con júbilo.
Pero como todo deportista, Teresa también ha tenido caídas. En 2016 recibió dos golpes. Luis, uno de sus once hijos, falleció y además unos perros la tumbaron mientras corría por el parque de La Mujer, lo cual le dejó una lesión en las rodillas. En ese tiempo quiso retirarse, pero sus hijas le animaron a que volviera a la pista y le dedicara sus triunfos a Luis y así lo hizo.
Teresa advierte que de todas las carreras la Ruta de las Iglesias es su preferida “porque soy católica, no me he perdido ninguna edición”. También corre en la carrera Huarmi todos los años. “Voy a correr hasta que esté viva y tenga el ánimo”, afirma.
Correr le recuerda que nunca es tarde para comenzar un sueño. Ella pasó de conserje de escuela a campeona. “Las mujeres podemos lograr lo que queramos; ser madres nos da una fuerza que no tienen los hombres”. (I)
La religiosa Rubelia Arias rehabilitó a otras mujeres
La madre Visi vive en la Primera casa del Buen Pastor, en La Recoleta, la misma que fue fundada en el año 1600 por el religioso Fray Pedro Bedón. Foto: Marco Salgado / EL TELÉGRAFO.
La Madre Visi es como una mujer orquesta. En sus 80 años de vida ha hecho de todo y asegura que tiene muchas aficiones. Camina por el patio del Convento del Buen Pastor, en La Recoleta, al centro de la ciudad. Cuenta que empezó trepando árboles de capulí en Riobamba, después fue aprendiz de mecánica dental, más adelante rehabilitó a cientos de mujeres en situación de riesgo. Hoy se divierte modificando recetas de cocina.
Rubelia Arias nació en las faldas del Chimborazo en el seno de una familia humilde. Tuvo cuatro tías monjas y cuatro tíos sacerdotes. Bajo ese contexto adoptar una vida religiosa era casi una tradición en su hogar.
Cuando se acercaba su cumpleaños número 18, colaboró con las hermanas de la Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor. Empezó en la cocina lavando platos y ropa. Un tiempo después decidió quedarse con los hábitos de color lila.
Cuando se consagró libremente a Dios en la Orden del Buen Pastor la bautizaron como María de la Visitación, o como le dicen todos los que la conocen: “Madre Visi”. En ese entonces las religiosas se dedicaban a labores de reeducación en una casa en Conocoto. “Allí llegaban niñas y jóvenes que se portaban mal en la casa, que querían fugarse para casarse, algunas eran pandilleras y otras consumían drogas”, explica. Su trabajo era conversar con ellas, vigilarles y rehabilitarles. Confiesa que era difícil, pero en ocasiones se veían cambios radicales.
Siguiendo la misma corriente de la rehabilitación y reinserción social de su orden religiosa pasó un tiempo en Ambato en una casa donde daban terapias a trabajadoras sexuales. Allí la Madre Visi aprendió a cocinar. Leyó libros, fue a cursos de gastronomía, pastelería, bocaditos. Su especialidad es las bolitas de naranja y el pan de leche. Todo su conocimiento lo traspasó a las pacientes para que aprendieran un oficio. La religiosa tuvo experiencias similares en Esmeraldas, Guayaquil y Cuenca.
Cuando volvió a Quito se radicó en el convento de La Recoleta. Allí también existe un museo que guarda obras de arte de más de 400 años. Pero como las ganancias de los recorridos no eran suficientes junto a sus hermanas pensó en abrir un restaurante donde los réditos servirían para las labores del Buen Pastor. Así, en noviembre de 2009, inauguraron El Mesón de la Recoleta, ubicado junto al Ministerio de Defensa.
“Todos los días planificamos el menú, ahora estamos ya ofertando la fanesca”, menciona mientras sacude su delantal.
La Madre Visi es la encargada de supervisar las recetas y modificarlas cuando es necesario. Del mismo modo vela por el buen manejo de los alimentos. “Hago galletas para vender”, dice la madre quien va, de lunes a domingo, en trole a la iglesia de Santo Domingo para escuchar la misa de las 7:00.
Cuando recuerda su juventud asegura que lo que más extraña es el cariño de sus tíos. Ellos la mimaron como la preferida entre sus ocho hermanos, sin embargo, no querían que ella se hiciera monja. “Planeaban otras oportunidades para mí, pero las mujeres somos libres de decidir”, revela la religiosa. (I)
Mariana Reyes, la docencia marcó su vida
Doña Marianita fue reina de la Universidad Central y jugadora de básquet profesional. Enseñó factoreo en varios colegios capitalinos. Foto: Foto: Miguel Jiménez / EL TELÉGRAFO
¿Doña Marianita cuándo es su cumpleaños?
- El 13 de abril de mil novecientos…
“No, doña Marianita, su cumpleaños es el 24 de mayo”, le corrige con ternura Myriam, una de las enfermeras de la casa hogar de la tercera edad La estancia de Otoño, en Quito.
Mariana Reyes fue docente toda su vida, es por eso que ella confunde su fecha de cumpleaños con el Día del Maestro Ecuatoriano.
La gratitud de cientos de estudiantes y padres de familia dejaron una impronta en su memoria que ni los primeros alcances del alzhéimer han podido minar.
A simple vista es una mujer de presencia imponente que aún conserva la elegancia de su juventud. Ella reside en la estancia desde hace 6 años. Tras la muerte de su esposo, Boris Mata, hace una década, su familia vio que lo mejor era internarle con otros adultos mayores. Pasa sus días entre medicinas, ver las noticias, leer el periódico, terapias físicas y ocupacionales... Marianita se destaca en la gimnasia y en las dinámicas de matemáticas. En lo primero, porque fue campeona nacional de básquet y en lo segundo porque dedicó más de la mitad de su existencia a la enseñanza de los números.
Marianita tiene un cálculo mental envidiable y aunque pasan los años ella sigue asombrando a las enfermeras con su rapidez al resolver las sumas, restas y multiplicaciones que les formulan a diario para activar su mente.
En su trayectoria como maestra pasó por los colegios Liceo Fernández Madrid, Zoila Ugarte, San Francisco de Quito y también fue docente en la Facultad de Matemáticas y Química de la Universidad Central. Su paciencia fue su secreto para sembrar el gusto por las fracciones y productos notables en sus pupilas quinceañeras. Relata que inclusive con sus consejos las estudiantes mejoraban la actitud en sus casas y que por eso la felicitaban todos los padres.
“Enseñar matemáticas une muchísimo al docente con el alumno, más aún en una etapa dura como es la adolescencia”, expresa la quiteña. En la mayoría de colegios enseñó de tercero a quinto curso (de décimo de básica hasta el segundo de bachillerato).
Mientras se acomoda la chalina añade que “no tenía ninguna estudiante con problemas y si alguna fallaba bastaba una semana para ponerle nuevamente al día”.
En sus 94 años ella revela que para ser un buen profesor se necesita dar mucho amor. El mismo amor con el que ella formó a sus dos hijos: Boris y Marisol. “Lo mejor de mi vida ha sido ser madre. Las mujeres somos las que moldeamos a nuestros hijos como buenos seres humanos y así aportamos al mundo”.
Ahora Marianita espera que lleguen los fines de semana para ver a su hijo y a sus nietos. Su hija vive en Lima, pero cada dos meses la saca de paseo. (I)