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El Telégrafo
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Cuando los moteles hacen del amor su mejor negocio

Cuando los moteles hacen del amor su mejor negocio
14 de febrero de 2014 - 00:00

María José y Guillermo no se conocen. Tienen casi la misma edad: ella 32, él 35. Los dos frecuentaban moteles con sus parejas. A los dos les parecía, hasta hace poco, una experiencia excitante. Gastaban una parte de su sueldo en ello. María José menos que Guillermo. Ella ahora tiene una pareja estable y confiesa que ni loca volvería con él a un motel, aunque si hubiera uno nuevo y novedoso, con ofertas picantes, lo pensaría. Guillermo los usa cuando sale de su ciudad con alguien de paso. Para ellos hay una razón: cuando estaban en la universidad no había buena oferta de moteles, todos quedaban lejos y los baratos más cercanos eran sucios. Con el crecimiento económico la oferta se diversificó: hay alrededor de 3.365 moteles en Ecuador, según el último censo económico del INEC. Ojalá, María José dice en medio de risas, “las nuevas generaciones puedan disfrutar lo que para nosotros fue una experiencia bochornosa”.

Los dos jóvenes profesionales han disfrutado de su sexualidad con menos prejuicios que sus padres nacidos en la década del 60. Para ello también ha servido la bonanza económica de estos últimos años. La clase media ecuatoriana pasó del 14% en 2003 a ser el 35% de la población en 2012, tal cual informó el Programa de la ONU para el Desarrollo. María José, por ejemplo, cuenta que se ha dado una escapada al extranjero con su novio, y Guillermo viaja con más facilidades incluso en compañía de parejas temporales.

Tanto a ella como a Guillermo les parece horroroso el tumulto que ocurre en los moteles el 14 de febrero. Si bien no juzgan el derecho de hacer con el cuerpo lo que sea, coinciden en que ese día jamás irían a un motel. “¡Qué va! Como si se tratara de un rito o una ceremonia. Eso es para los amantes clandestinos. No entiendo el porqué de una cita amorosa en un motel. Cuando hay amor y sexualidad plena no hay por qué esperar ese día para ir allá. Cuando era más pelada ese día nos íbamos a farrear y disfrutaba con mis amigas”, comenta María José.

Mientras que, Guillermo señala que ese día (el 14 de febrero) no es precisamente la mejor fecha para ir, “sé que la gente lo hace, sobre todo un sector social, como burócratas y comerciantes”. Lo cierto es que el Día de San Valentín los dueños de los moteles se preparan. De varios consultados telefónicamente, explican que la clientela aumenta un 300% por la temporada.

En Guayaquil las visitas empiezan desde temprano, dice un administrador. “Nosotros preparamos comida, refrescos, chocolates, perfumes, tenemos listas más sábanas y toallas y, generalmente, terminamos al otro día cuando sale el sol”, explica sin decir el nombre. En esta ciudad hay al menos tres cadenas de moteles, cada uno con cuatro o cinco sucursales en diversos sectores.

En Quito, la concentración ocurre entre las 2 y 6 de la tarde. Según el gerente de un motel, las habitaciones se usan entre una hora y hora y media. Mientras que en la noche las parejas ingresan a las 08:00 y salen a las 12:00. En cuanto al precio, hay habitaciones económicas de $ 15 (o menos) o las más costosas de $ 100 a $ 150.

Una sexualidad distinta
Guillermo tiene relaciones sexuales hasta cuatro veces a la semana. No siempre con la misma persona y menos en la misma cama. No se declara promiscuo sino ‘amigable’. A sus 35 años gana más de cinco mil dólares. Tiene una empresa que en los últimos cinco años ha crecido considerablemente.

En los últimos dos años Guillermo ha experimentado una vida distinta. Dejó la casa de sus padres, compró un departamento, en el norte de Quito, con un préstamo del Biess para pagarlo en 15 años, recibe los fines de semana a sus parientes, pero el resto de la semana ya no usa moteles u hoteles.

“Gastaba demasiado en eso. En promedio unos 300 dólares. A veces la tarjeta me llegaba con pagos de hasta 500 dólares”, cuenta. Ahora su departamento está hecho para el clásico soltero.

Mujeres que lo conocen no podrían afirmar que es un hombre guapo, pero sí un galán refinado porque da regalos adecuados y personalizados, usa ropa casual, bien limpia y combinada, no muy cara y siempre de marcas de moda.

Guillermo expone su filosofía de vida tras un sorbo de cerveza: “Vivo para mi presente sin olvidar mi futuro. Gano lo suficiente y gozo del único placer posible que un ser humano se puede dar en las más diversas situaciones históricas y hasta climatológicas, el sexo. No me quiero casar todavía porque hacerlo sería condenarme a la monogamia. Lo haré cuando considere que encontré la pareja adecuada y ojalá eso ocurra cuando haya probado todas las posibilidades. El error del matrimonio es casarse con la primera ilusión dejando de lado muchas otras”.

Mientras que, María José vive de su sueldo y ahora alquila un departamento con una amiga que viaja mucho. La mayor parte del tiempo está sola. No le interesa el matrimonio, aunque reconoce que su familia le pregunta sobre este tema los fines de semana. “Ese es un proyecto para después”, indica con seriedad y hasta un poco enojada.

Asume su sexualidad como un componente importante de la vida, a esta edad. Las ‘escapadas’ a los moteles con sus novios de años atrás eran frecuentes. Con el actual han ido a los más elegantes por curiosidad, pero no siente lo mismo. “Quizá la experiencia de hacer algo, supuestamente, pecaminoso nos llevaba a los moteles, pero eso aburre y no tiene nada de excitante. La pasión está en lo que sientes por el otro, no importa dónde lo hagas”, explica.

Trabaja mucho: “Hasta 16 horas diarias y los fines de semana me llevo el trabajo a la casa”. No le alcanza el tiempo para estudiar la maestría que quiere: relaciones internacionales en la Flacso. “Creo que voy a hacer una a distancia, pero no es fácil. Te ponen demasiadas trabas”, dice.

¿Vivir sin sexo?
A Guillermo y María José se les pidió ver el documental ‘El imperio de los sin sexo’, realización española sobre el fenómeno sexual en Japón. Tras una pausa, María José comenta que en Ecuador ya ocurre un fenómeno parecido en personas de cierta edad, que ven con fastidio y pereza las relaciones sexuales. Hay quienes prefieren la autosatisfacción.

Según el documental, Japón experimenta la tasa más baja de natalidad y la más alta de abstinencia sexual. El Instituto Nacional de Sexología japonés revela que los “sin sexo” tienen relaciones menos de una vez al mes. Este país tiene una de las industrias de juguetes sexuales más exitosas, valorada en el 1% de su PIB (27.000 millones de dólares).

Guillermo se asombra y señala que eso no es posible: “Que la juventud deje de sentir el placer sexual solo revela una enfermedad social, que se explica por ser de otra cultura, el estrés, la competencia laboral y otras formas de relacionamiento. No creo que en América Latina lleguemos a eso, a lo mejor a cierta edad y con el agotamiento del trabajo o el aburrimiento de estar con la misma pareja”.

Para los dos tener sexo es un estímulo hasta para el trabajo, también forma parte de ser latinos. Les queda la duda si los ecuatorianos se acercan a una situación similar a la de Japón o si siguen la tendencia de dar importancia a los juguetes sexuales, como muñecas o cremas. Como dice el documental: el sexo no se pierde, lo que está en riesgo son las relaciones.

CRÍTICAS AL CONSUMISMO EN SAN VALENTÍN

Aunque haya varias interpretaciones sobre el origen del Día de los Enamorados, la única razón para festejar es rendir homenaje al amor y a la amistad. Pero hay quienes no celebran la fecha. Carlos Noriega es uno de ellos, pues reconoce que tiene una forma distinta de concebir el amor, no está de acuerdo con los tradicionalismos. “Nos hemos acostumbrado a cómo se ‘deben’ tratar las relaciones. Se actúa de acuerdo a la concepción general de cómo es una relación de pareja”, dice Carlos. Tiene su propia teoría del amor, sin posesión y más liberal, “no comparto la monogamia”, reconoce.

Mientras , Sofía Gómez considera que existe el amor cuando hay una buena conexión, pero duda de que ese sentimiento sea eterno, como la mayoría de personas cree.

Destaca que el amor más palpable no solo ocurre entre parejas, como comúnmente se cree. Para ella también puede existir amor desde la cotidianidad de un trabajo, hacia un hobbie o cualquier gusto que una persona tenga. “No me gusta la fecha porque se convirtió en un tema de lucro ante un sentimiento que simplemente nace a diario”, agrega la joven de 24 años.

Para el sociólogo Fabricio García, la resistencia de algunas personas a celebrar el Día del amor y la amistad se relaciona con el consumo y el derroche visto en la fecha, que se impone a los sentimientos. “Somos críticos y aunque estamos conscientes de cómo funciona el sistema, no podemos salirnos, en cierta forma seguimos siendo dependientes”, dice García.

El sociólogo indica que las festividades, como San Valentín, son construcciones de un determinado estilo de la sociedad, “no son perpetuas, se van a modificar por las mismas necesidades creadas”.

Agrega que también hay percepciones individuales que influyen en no festejar la fecha, por ejemplo: relaciones rotas, pasadas y malas experiencias. De acuerdo con él, las concepciones del amor más liberales observadas actualmente no son nuevas, solo han estado escondidas en sociedades más conservadoras.

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