Cuando la discapacidad es un síntoma de la viudez y la tristeza
La muerte de su esposo la condenó a permanecer en una silla de ruedas cuando aún las fuerzas estaban intactas; el cuerpo reaccionó frente al dolor y desde ese momento su salud se fue a pique.
Elisa Lugo es una matrona negra de ojos azules. Un llanto retenido, como un nubarrón opaco, se enquista en su pecho cuando piensa en el pasado. Una embolia mató a su esposo a los 86 años... por el paso del tiempo o por voluntad propia olvidó hace cuánto se dio su partida.
Al inicio de la decadencia de su salud se evidenciaron problemas de presión arterial y cerebro vascular que desencadenaron una parálisis facial y otra casi total. Milton Yulán, médico especialista de la Misión Manuela Espejo, de la vicepresidencia de la República, que da atención a personas con discapacidad y hace seguimiento de este caso, confirma que las emociones fuertes aceleran el desarrollo de problemas físicos, como una manera de rechazo.
“La señora desarrolló una fuerte crisis de hipertensión a causa de la muerte de su esposo”. Nacida en Tumaco, Colombia, doña Lugo llegó a Ecuador huyendo de los conflictos políticos que su país atravesaba a finales de la década de los 40 (y que, con otros ropajes, persisten hasta hoy), con la impresión por la muerte de sus padres aún fresca. “La soledad me alejó de mi país porque la política me quitó a mis padres”, dice, mientras su mano endeble pelea con una lágrima que se regodea a sus anchas sobre la mejilla izquierda.
Desde su viudez, a doña Lugo, como la llaman sus vecinos del barrio El Palmar, al norte de Esmeraldas, las ganas de vivir la abandonaron. Dejó la costura, una de sus grandes pasiones, que le trajo buena fama en el sector y con la que además conoció ese enamoramiento “estremecido”, de largo aliento, que marcó su vida. Su esposo, también colombiano, no solo fue su mejor y más fiel cliente, sino el padre de sus diez hijos, todos ecuatorianos.
En su memoria y en la pequeña casa de 60 metros cuadrados guarda como tesoros los pocos recuerdos de él. Lo describe como un hombre amargado que no la dejaba salir y que cuestionaba su trabajo, ya que recibía a muchos hombres porque la ropa masculina era su especialidad.
“Celoso creo que era, solo peleábamos, pero así me enamoré”, cuenta con tristeza, aunque reconoce que en el matrimonio algo hubo de necesidad e interés, pues necesitaba dinero para mejorar su trabajo.
Esos sentimientos ahora juegan en su contra, “me duele todo, ya no puedo hacer nada. Sufro mucho”, se queja cerrando fuertemente los ojos mientras se acomoda en la vieja silla de ruedas, su único medio de movilización.
Su hijo, Hermes del Castillo, recuerda que los dolores físicos de su madre aparecieron casi simultáneamente con la muerte de su esposo. Desde entonces, aunque no dejó de ser la madre entregada y amorosa, como él la describe, ya no era más la mujer activa y trabajadora. No es extraño, dice su hijo, que se la vea llorar sola en algún meandro de la casa porque los motivos le sobran.
“Ella ya no quiso hacer nada, se enfermaba por todo”, comenta, “ y no quería ir al médico, yo creo que lo de mi madre es más bien emocional”. Con el tiempo, el problema se fue agudizando. Afectó a sus articulaciones, huesos y movilidad, recuerda su hijo. Todo desde hace 11 años, tiempo que lleva de viuda.
La falta de movilidad de la que ahora sufre doña Lugo, llevó a Hermes a pagarle a una persona que se hiciera cargo de ella mientras él trabajaba como panadero informal.
Sus ingresos mensuales, en época de escolaridad, que es cuando va mejor la venta, bordean los $400, la irregularidad del monto de sus ingresos y la condición en la que se encuentra su madre, exigen mayores esfuerzos, por lo que ha decidido recurrir a la ayuda vicepresidencial.
De esa manera, la anciana se convirtió en uno de los más de 9 mil casos de personas con discapacidad detectados en Esmeraldas.
El lunes 4 de abril, en la tarde, un grupo de médicos de la misión solidaria llegó hasta la casa de doña Elisa para realizarle un chequeo y darle asistencia técnica.
Entre las arrugas de su cara se dibujó una escueta sonrisa. La gente del barrio, considerado uno de los más peligrosos y pobres de la provincia, se concentró en el portal de la casa; el cariño de la gente daba más calor que el sol frondoso e insolente que se cierne sobre Esmeraldas.
Ese día, hubo una celebración, los vecinos ayudaron a armar las dos sillas de ruedas, una para moverse y otra para usarla en el baño; en su cuarto alguien más ubicaba la cama que también le entregó la misión.
Javier Torres, Subsecretario del proyecto, indica que la meta país en este año es entragar 15 mil bonos Joaquín Gallegos Lara ($240 mensuales), con una inversión aproximada de $70 millones. Para el 2013 se prevé repartir 600 mil ayudas técnicas. La prioridad es, desde luego, quienes viven en extrema pobreza. Estos grupos están expuestos a plaguicidas, insalubridad, problemas sociales como el incesto, la desnutrición... Aunque también, como en este caso, la discapacidad puede ser una respuesta del organismo frente a hechos de dolor. Allí está doña Elisa Lugo, en la tiniebla de su terca nostalgia, fiel a su esposo ido a pesar de los achaques y los padecimientos.