Cero tolerancia con la trata
El tráfico y la explotación sexual de mujeres, adolescentes, niños y niñas son formas de violencia de género extremas que no pueden tolerarse. Es un negocio lucrativo y una de las más alarmantes manifestaciones del crimen organizado, junto con el tráfico de drogas y de armas.
Según indicadores generados por la Organización Internacional de Migraciones (OIM), Unicef y la Iniciativa Mundial de las Naciones Unidas para Luchar contra la Trata de Personas (UN-GIFS por sus siglas en inglés) se estiman en más de 700.000 las personas que cada año son víctimas de tráfico para la explotación sexual.
Miles de mujeres, adolescentes, niñas y niños han sido engañados y forzados a trabajar en la industria del sexo. En ocasiones, ni los propios hogares son un lugar seguro, ya que han sido denunciados cientos de casos en los que niñas, niños y adolescentes han sido vendidos por sus propios familiares a los traficantes.
En los burdeles, las víctimas de trata son explotadas sexualmente por los dueños, obligadas a tener relaciones sexuales hasta con 50 clientes al día, y a vivir en situación de esclavitud. Según cifras otorgadas por la Organización Internacional de Trabajo y la Red Anti-Trata de Quito, se estima que existen 5.200 víctimas de trata con fines de explotación sexual en Ecuador.
La explotación sexual se disfraza bajo términos como “prostitución” o “prostitución infantil”. La realidad es que niñas, niños y adolescentes -como es el caso de muchas mujeres- no se prostituyen, las y los prostituyen a cambio de dinero.
El factor de la demanda es el menos visible. Cuando ésta no se analiza, o se la menciona escasamente, resulta fácil olvidar que en la industria del sexo la trata con seres humanos se genera para satisfacer la demanda creciente de los compradores, que son hombres en su mayoría. La insaciable demanda de mujeres y personas menores de dieciocho años en establecimientos de masajes, espectáculos de striptease, servicios para la explotación sexual de acompañamiento, burdeles, pornografía y prostitución callejera es lo que determina que el comercio sexual sea tan lucrativo.
La explotación sexual de niños, niñas y adolescentes es un problema poco reconocido e invisibilizado, arraigado en prácticas culturales machistas y patriarcales que provienen de relaciones inequitativas de poder, donde la violencia contra los y las más débiles es cotidiana. Ante la explotación sexual comercial hay una profunda indiferencia y pasividad en nuestra sociedad.
Abolir la trata de personas con fines de explotación es una responsabilidad colectiva. Estado y sociedad civil estamos obligados a trabajar en conjunto para combatir esta forma de esclavitud de nuestro tiempo. La educación y el activismo responsable son dos componentes que deben ser promovidos para construir nuevas formas de masculinidades y feminidades; y así romper las relaciones violentas entre hombres y mujeres que generan la explotación sexual.