La rutina del niño se preserva en las casas de acogida
La vegetación decora la casa de acogida de Aldeas Infantiles SOS en el sector de la Biloxi, sur de Quito. Ahí residen actualmente ocho niños y adolescentes que están en situación de vulnerabilidad.
Ellos llegan al lugar por decisión judicial, ya que las condiciones de sus familias representan un peligro para su crecimiento normal.
Los árboles que están alrededor les permiten respirar un aire menos contaminado, pero prefieren no hablar sobre las razones que los llevaron a estar aquí.
Las ocupaciones que desarrollan son similares a las que cualquier chico de su edad realiza en el hogar: van a centros educativos, cumplen las tareas escolares y visitan espacios de diversión.
Cada habitación, mientras permanecen en acogida, tiene muñecos en fómix en colores rojos o azules que contrastan con los tonos pastel que predominan en las paredes.
La rutina empieza a las 06:00 o 07:00. Los menores se asean, ordenan los dormitorios y colaboran en la preparación del desayuno.
Luego dejan el comedor limpio y lavan los utensilios que fueron parte de la primera comida del día.
Los visitantes y ocupantes tienen al alcance una pequeña biblioteca con libros de cuentos de distintas formas y tamaños. Estos les permite pasar parte de su tiempo entretenidos en la lectura.
Aunque el lugar físico es acogedor, Gontran Pelissier, director nacional de Aldeas Infantiles, comenta que ni el más hermoso espacio puede suplir lo que un niño o joven necesita vivir con su familia.
“Tratamos, en lo posible, de que la estancia sea corta y natural. La mayoría de pequeños que están bajo nuestro cuidado ahora viven en las comunidades, en las casas que están dentro de los distintos barrios. Eso es algo que se lo está implementando”.
Con esta iniciativa, los chicos en acogimiento pasan desapercibidos en sus entornos barriales.
Se estima que en el país hay alrededor de 2.000 menores en esta situación.
Según la organización, los niños y adolescentes asisten a las instituciones educativas y según la edad desarrollan su proyecto de vida.
Hay dos educadoras que están pendientes en las casas y se busca que los hermanos siempre permanezcan bajo un mismo techo (sin importar el número total).
“Priorizamos esa unión como un vínculo para mantener las familias, que son la base de la sociedad”.
La labor de la organización, que lleva más de medio siglo en Ecuador y que en 2018 atendió a 450 menores de edad, se centra en la restitución del núcleo familiar para que el sistema de acogimiento sea transitorio y permita que el menor vuelva, en corto plazo, con sus consanguíneos.
Para la trabajadora social Mercy Macas es fundamental que los chicos -cuando es posible- tengan el contacto con sus parientes para así consolidar los lazos afectivos.
“Las organizaciones que prestan estos servicios también asesoran a los padres para que puedan superar los problemas que originaron la separación, aunque a veces eso no es factible”.
El artículo 232 del Código de la Niñez y Adolescencia reza que el acogimiento institucional es una medida transitoria de protección dispuesta por la autoridad judicial, en los casos en que no sea posible el familiar.
“Esta medida es el último recurso y se cumple únicamente en aquellas entidades de atención debidamente autorizadas”, dice la normativa.
Los espacios
En 2018, el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) registró 56 casas de acogimiento: 10 manejadas directamente por la institución y con las restantes mantiene convenios para su funcionamiento.
En el caso de Aldeas Infantiles, el Estado les entrega una contribución que representa el 24% de su presupuesto anual. El 55% proviene de fondos recaudados a través de colectas públicas y el 21%, de cooperación internacional SOS.
Cada tres meses las instituciones que brindan la atención deben entregar informes, a los jueces y al MIES, sobre la evolución de los menores que tienen a su cargo.
De acuerdo con esos informes y a la situación de los padres o familiares cercanos, se determina si continúa o no el acogimiento.
Aunque lo ideal es que el tiempo de permanencia no sea mayor de seis meses, hay ocasiones en las que se prolonga e, incluso, los jóvenes llegan a la mayoría de edad.
“En nuestro caso eso no implica que ellos abandonen la institución. Aquí trabajamos en proyectos de emancipación cuando ellos deciden ser independientes. Luego hacemos un seguimiento por, al menos, dos años para verificar cómo se desarrollan, no los abandonamos”.
La realidad ecuatoriana
Un estudio desarrollado por esta institución, en 2017, reveló que la principal razón por la que un menor ingresa al cuidado alternativo es por negligencia, abuso y maltrato.
El análisis determinó que el 54% del colectivo etario percibe que en el hogar se registra la mayor cantidad de abusos y el 28% cree que en el sistema educativo.
La investigación de 2015, que toma como referencia datos del MIES, precisa que el 40% estuvo en acogimiento institucional entre 1 y 4 años; el 42% la resolvió en menos de un año; el 12%, entre 5 y 9 años; y el 6% permaneció más de 10 años. (I)