Las casas balsas pasaron de atractivo a sitios peligrosos
En las orillas del río Babahoyo, frente al malecón de la capital de Los Ríos, flotan “las casas balsas”.
Estas construcciones sencillas e históricas adornan, junto con los lechuguines, la superficie del afluente, aunque muchas han sido abandonadas porque no son aptas para ser habitadas debido a que la madera se pudrió.
Pero dos o tres siguen dando albergue a las personas que se han ocupado de su mantenimiento.
Quienes viven en las balsas llegaron de diferentes partes de la provincia fluminense con el objetivo de mejorar sus condiciones de vida, sin embargo, la falta de recursos y de viviendas los obligó a ocupar este lugar.
Delfín Ramos, de 64 años, vive en una de las balsas con su familia desde hace 20 años: “Me mudé aquí luego de conocer a mi esposa”.
Cuenta que el principal problema se presenta en el invierno porque el río crece, trae basura y palizada que se acumulan alrededor de las viviendas. A pesar de esto, confiesa que no pretende mudarse a otro sector porque ya está acostumbrado.
Sin embargo, la estación invernal no es el único problema de los habitantes, ya que también carecen de servicios básicos como el agua potable y la energía eléctrica.
“Nadie quisiera vivir como nosotros”, dice con indignación Vicente Piza Canales, de 54 años. Él vive junto con su esposa en una de las balsas más pequeñas. Para este pescador los días transcurren entre redes y arreglos de su casa. Cuenta que a veces está obligado a utilizar el agua del río porque el agua embotellada es muy cara.
Si bien las autoridades han trabajado para reubicar a gran parte de los habitantes de las balsas cerca del colegio réplica Eugenio Espejo, algunos rechazaron la oferta.
Aseguraron que las casas eran muy pequeñas para sus familias, por lo general compuestas por entre 5 y 6 personas. Blanca Aguirre Tomalá, de 68 años, rechazó la oferta de vivir en el complejo de casas por su arquitectura.
Dice que hay que compartir con otras familias y eso le resta privacidad. “Allá ni un perro se puede tener”.
Ella vive con su hijo en una covacha de madera que cuenta con energía eléctrica y con suministro de agua, pero sus vástago no trabaja debido a una discapacidad ocasionada por un accidente laboral y ella está muy mayor para ingresar al mundo laboral.
Carolina Lainez, en cambio dejó de habitar en este lugar. Ella dice que en invierno es peligroso por la crecida del río y que eso provoca inestabilidad en las viviendas.
“Ahora vivo en tierra firme, puedo dormir sin sobresaltos. En las balsas no teníamos agua ni energía eléctrica. La vida era más complicada y peligrosa”.
Federico Borbor, quien habita frente a las balsas, dice que si antes fueron un atractivo para los visitantes, en la actualidad vivir allí es de mucho riesgo. “Es un sector insalubre”, sentencia. ( I)