Canadienses aprenden la cultura indígena de Chimborazo
Todos los días a las 07:00 el despertador de Marie Michelle Demeis, de 20 años de edad, suena incesantemente.
La música que se desprende del aparato le indica que es hora de levantarse e iniciar su jornada diaria.
Como una más de la familia, la joven canadiense ayuda en la preparación del desayuno: un jugo de melón y mote para acompañar unas tortillas hechas en piedra.
Posteriormente se va al campo para trabajar en la siembra o cosecha de algunos productos agrícolas, así como a pastar el ganado, una labor que más de una vez le ha sacado una sonrisa por las caídas que ha sufrido, pero esa actividad, dice, vale la pena.
Los paseos por el campo, estar rodeada de toda clase de animales y respirar el aire puro que ofrecen los lugares aislados han hecho que Marie se adapte de forma plácida al entorno.
“Yo vivo en una ciudad grande donde hay mucha gente que camina de un lugar a otro y varios carros, aquí es diferente y me gusta mucho; el silencio es lo más bonito que he experimentado”, acota Marie.
Esta joven de ojos celestes y piel blanca es una de las cinco mujeres y un hombre que arribaron hace dos semanas hasta la comunidad La Moya, cantón Riobamba, provincia de Chimborazo, como parte de un intercambio de culturas impulsado por la fundación Arte Nativo de Riobamba y el gobierno de Canadá.
Este proyecto, que se inició en 2015, permite que estudiantes canadienses de entre 18 y 25 años de edad sean capacitados en su país para posteriormente aprender de las costumbres y tradiciones del pueblo indígena de Chimborazo.
“Tuvimos 20 inscritos, analizamos sus cualidades, aptitudes, el carácter, aspectos esenciales para clasificar. Después de ello se escogió a 6, son buenos chicos que buscan compartir sus conocimientos y también recibirlos”, indicó Daniel Boivin, director del proyecto en Canadá.
Al estar en territorio ellos han logrado convivir con las familias de la zona, aprender las actividades que agrupan la vida en el campo, incluso utilizar la vestimenta típica de la provincia, como el anaco y el sombrero.
Los jóvenes se hospedan en viviendas de habitantes de la comunidad, como Marie, que fue acogida por la familia de Cristina Gualancañay, quienes por tercera ocasión “adoptan una hija de Canadá”.
“Así les decimos porque pasan a ser parte de la familia, de hecho cumplen con el rol de hijas; nosotros les hemos enseñado sobre nuestras costumbres y ellos nos han brindado alegría y también hemos conocido su cultura”, manifestó Cristina.
Aunque el idioma ha sido el principal obstáculo para las dos culturas debido a la unión del quichua y del francés, los integrantes han aprendido la forma de comunicarse, lo que ha permitido una interacción entre ellos.
“Al principio les enseño la fruta y ellos me la dicen en francés y después yo les digo en español y quichua, así vamos aprendiendo palabras y frases, lo que nos ayuda a aprender”, acota Cristina.
Entre algunos aspectos que han llamado la atención de estos visitantes está la gastronomía de la zona, como el mote, y la preparación de las papas, el chulpi, el tostado y el cuy.
Además Boivin resaltó las costumbres de Ecuador, en especial de las comunidades con relación al contacto que tienen los hijos con los padres y abuelos debido a las continuas visitas que se realizan entre parientes.
“En mi país los hijos vivimos lejos de los padres y solo nos vemos en ocasiones especiales, pero aquí existe una cercanía, los abuelos llegan al hogar y pasan en familia mucho tiempo, eso nos encanta a todos”.
En el marco de la convivencia, los participantes también desarrollan actividades de teatro, música y cine.
“El observar películas, verlas en este ambiente, incluso filmarlas también es parte de la convivencia porque el arte une países y eso ha sido palpable en el proyecto”, mencionó Piedad Zurita, directora de la fundación Arte Nativo.
Para Zurita la parte triste de este plan es la despedida de los “padres” con sus “hijas” debido a que en los cuatros meses de estadía los lazos afectivos se hacen más intensos.
“Es desgarrador verles llorar porque son tratados como familia y es como que se les van sus hijos protegidos, sin embargo a través del teléfono se mantienen en contacto”, acota Zurita.
El programa también abarca a jóvenes chimboracenses que viajan hasta Canadá para compartir sus costumbres con estudiantes de la zona, lo que ha servido no solo para que más personas conozcan Ecuador sino para aumentar el turismo.
“El año anterior un estudiante viajó y trajo un sinfín de experiencias, pero a futuro queremos que más chicos se unan y puedan intercambiar nuestras tradiciones porque sin duda nos enriquecemos de conocimiento”, añadió Zurita. (I)