Parte del tesoro histórico del país está en San Francisco
En el ala nororiental de la iglesia de San Francisco de Quito, entre oficinas sacerdotales y habitaciones infranqueables, se encuentra las biblioteca del convento.
Es un estrecho cuarto con paredes blancas y puertas de madera, donde quince estantes metálicos albergan más de 20.000 tomos que datan del siglo XVI hasta hoy.
Más o menos a la mitad del largo pasillo se encuentran los libros más antiguos. La habitación no es oscura, pues cuatro grandes ventanales iluminan los libreros.
Enseguida el color blanco y marrón de los textos antiguos atrae a la vista, brillan con la luz. Aún conservan la tapa y contratapa de pergamino, es decir, hecha con piel tratada de cordero.
El bullicio de las calles del Centro Histórico de la capital desaparece al interior de los jardines del convento.
Solo mirarlos es un placer, el tacto se deleita con la suavidad de las hojas, también hechas de piel de oveja. Las yemas de los dedos se estremecen al sentir los labrados de las letras capitales que inician los párrafos en latín.
“Para crear una Biblia de pergamino se necesitaba, al menos, de 62 ovejas, mientras más tierna era la piel era más tratable” dice fray César Morales, encargado del lugar.
Insiste en que tuvimos suerte, pues la biblioteca, al tener un alto valor histórico, es de acceso restringido.
Fray César, con facilidad sube por una escalera y toma un libro grande. Se exalta, pues descubre que es un tomo de 1511, provenía de Italia y tenía el sello de permisividad del Rey de España.
El sacerdote inclina su cabeza hacia las páginas que tienen dos largos párrafos con palabras negras retocadas, “el libro habla de teología”, comenta.
Explica que otros textos tienen la pasta de madera y a un extremo una llave, es decir tenían seguridad a través de un pequeño candado.
El religioso franciscano percibe los libros, sonríe y maravillado narra que la biblioteca llega a Quito con una tradición de contenidos religiosos, filosóficos, artísticos y medievales.
Mientras observa otros libros comenta que los sacerdotes que se establecieron desde el principio, en las faldas del Pichincha, eran académicos y versados, ya que el viaje de España al “nuevo mundo” duraba tres meses y en el trayecto leían y escribían libros en latín y castellano antiguo.
Teología de la Naturaleza, Método Científico, de 1718, La Sagrada suma de teología, de 1776, entre otros volúmenes son ojeados por el sacerdote.
Varios de los libros tienen dedicatorias, inscripciones y anotaciones de los frailes que estudiaban los textos religiosos en medio de la penumbra, cuando solo una vela guiaba su lectura.
Cada explicación de fray César, acompañada del entorno maravilloso de los parques interiores del convento, provocaban imaginación del pasado, cuando Quito se levantaba como ciudad.
Mientras camina de estante a estante menciona que los textos eran impartidos, tanto a los primeros habitantes, como a los indios.
Su enseñanza - afirma- era sobre arquitectura, pues aquí a inicios de la colonia no se conocía la construcción del arco, las tejas, ladrillos, uso del hierro. También, la agricultura, por ejemplo la siembra del trigo por parte de fray Jodoco Ricke.
El aprendizaje del arte, medicina, botánica, anatomía, música y religión eran impartidos por los padres franciscanos.
En la antepenúltima galería de libros patrimoniales, un rincón un poco obscuro, ojos de asombro del religioso brillan e impresionado lee en un perfecto latín un texto religioso que tenía una dedicatoria al prefecto de Verona, data del siglo XVII.
EL padre sabía dónde buscar, conocía la estructura de los libros, explica que la fecha, al contrario de hoy, se escribía al final de la página.
Pero las sorpresas no terminan, como en un susurro fray César dice que en el convento se guardan libros escritos por el puño y letra de Eugenio Espejo, incluso guardan textos de sus alumnos.
Sus libros eran sobre temas políticos polémicos - comenta- sin embargo, no se por qué y cómo llegaron estos libros a este lugar.
También, preservan obras de fray Jodoco Ricke, documentos del convento, incluso hay un libro de finales del siglo XVII que solo existe a nivel de la región, el mismo relata cómo era el templo de Salomón, a través de la visión, del profeta Ezequiel.
“Conozco que a nivel mundial, en la antigüedad, solo se realizaron 10 libros, uno había en la biblioteca de los Dominicos, en Perú, pero se perdió”
Asimismo guardan libros de la Compañía de Jesús, de monseñor Federico González Suárez, entre otros.
El recorrido termina, pero no el deseo de seguir descubriendo más joyas literarias.
Es mediodía, hora en que el padre debe continuar con sus clases de teología, en el colegio San Andrés.
Según datos del Instituto Metropolitano de Patrimonio (IMQ) Quito cuenta con un fondo bibliográfico patrimonial de más de 151.872 libros.
Hoy por hoy las bibliotecas Conventuales de San Francisco y de Santo Domingo fueron parte de los trabajos de salvamento y son consideradas como las más antiguas y grandes de Quito. (I)