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El Telégrafo
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Un baile ancestral venera al mítico curiquingue

El baile es ahora una representación cultural y folclórica, pero nació como un ritual en el que se veneraba al ave que llegaba a dar buen augurio.
El baile es ahora una representación cultural y folclórica, pero nació como un ritual en el que se veneraba al ave que llegaba a dar buen augurio.
Fotos: Fernando Machado / EL TELÉGRAFO
18 de julio de 2018 - 00:00 - Edy Pérez

Para los incas, el curiquingue era un ave mítica que auguraba la buena cosecha; tenían la creencia de que las aves, al ir por los aires, se comunicaban con los astros y los dioses.

“Eran las mensajeras sagradas entre la tierra y el cielo. Eran símbolo de pureza espiritual, dignidad y poder”, indica la investigadora de la Universidad de Cuenca, Ximena Pulla.

Se trataba de una de sus deidades y, para rendirle tributo o venerarla, hacían un ritual en el que se ponían trajes para recordar sus plumas, que con el sol se tornan de diversos colores, e imitaban sus pasos.

Ahora es conocido como el baile del curiquingue y, aunque tiene una concepción desde un rescate del folclor local, nació como una forma de agradecerle y venerarle.

“Caras, caras, curiquingue, caras caras curiquingue, alza la pata curiquingue, alza la otra curiquingue, date la vuelta curiquingue, sigue bailando curiquingue”, es parte de la letra de la canción “El Curiquingue” y que, al son de la misma, bailarines representan al ave mítica y además le hacen honor a la fertilidad de la tierra.

En la Universidad Politécnica Salesiana (UPS), el director del grupo de baile, Juan Carlos Culquicóndor, explica que, para llegar a recrear esta representación andina, parten de profundas investigaciones.

Él se encarga de contarles la leyenda a sus bailarines y se asegura de que entiendan que el plumaje, en el Cañar incásico, era símbolo de poder político, económico y religioso.

“Es un ave rapaz y las plumas son negras, pero cuando se expone al sol adopta colores como amarillo, verde, rojo, azul y es por eso que el traje que usan es colorido”.

El personaje del curiquingue da brincos y siempre zapatea. Otra profesora de danza, Rocío Pulla, puntualiza que este acto simboliza que está en contacto con los espíritus.

El ave se acerca a los sembríos de los incas y ellos bailan, pero no la pueden espantar porque lo consideran mal augurio.

Incluso, actualmente, los agricultores de las diferentes comunidades indígenas de Cañar no las expulsan; al contrario, las admiran y les agradecen por su visita.

La protagonista de la historia que se cuenta a través del baile es el ave.

La leyenda gira alrededor de este ser y lo que representaba para los ancestros quienes, según estudios históricos, vivían en contacto directo con la Pachamama y hacían rituales para rendirle honor, eran respetuosos, amantes y fieles a la naturaleza.

Esta danza ancestral traslada a los espectadores a vivir de cerca una particular cosmovisión. Aunque el ritual al curiquingue tiene origen inca, según Pulla, los cañaris también lo adoptaron y hacían la danza juntos.

En las Escuelas Interculturales Bilingües les enseñan a los pequeños la importancia de este baile y lo recrean en la época del Inti Raymi porque es el momento de la cosecha, cuando llegan las aves a los campos.

“También durante la siembra ellas nos visitan, nosotros somos de Nabón y les tenemos respeto al igual que a la tierra o al agua”, afirma María Sinchi, mientras mira la cosecha y agradece al Inti Raymi.

Garcilaso de la Vega describe a este baile tradicional
Uno de los cronistas tempranos más reconocidos es Garcilaso de la Vega, quien en sus relatos asegura que “los indios disfrazados con grandes alas negras, ojos saltones, nariz corva y epidermis café realizan los movimientos de esta ave”, la música es alegre como el sanjuanito.

En la revista Sarance, del Instituto Otavaleño de Antropología, aseguran que se trata de un baile típico en la Sierra, en el norte y en el sur.

En esta misma revista señala que el Concilio Provincial de Lima de 1567 y el Primer Sínodo de Quito de 1570 advirtieron a los sacerdotes de la costumbre de los indios de llevar ocultamente sus huacas y sus plumas en la procesión de Corpus Christi y demás festividades católicas, mezclando sus idolatrías con el culto católico.

En el pueblo Saraguro, provincia de Loja, los indios exteriorizaban su devoción con danzas rítmicas y abluciones -purificaciones rituales- con agua de olor.

Así ellos, en la época de la cosecha, veneraban a sus deidades al tiempo que cumplían con la obligación de asistir a las nuevas fiestas que fueron impuestas en la colonia.

Actualmente, el sincretismo entre la religión católica y la cosmovisión andina es parte de la gran riqueza cultural del país.

De esta misma manera se conservan las historias vivas, porque cada danza está ligada a un ritual milenario que ha sobrevivido y con él una leyenda andina.

El baile del curiquingue se mantiene como una expresión folclórica de memoria viva. (I) 

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