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Ante los estudiantes, los obreros dijeron “no a la aventura”

Ante los estudiantes, los obreros dijeron “no a la aventura”
27 de mayo de 2012 - 00:00

“¡Viva la comunicación! ¡Abajo la telecomunicación!” era uno de los cientos de graffitis que decoraban las paredes de París y que se habían constituido en el vehículo ideal para transmitir el nuevo pensamiento; aquel surgido durante un corto período en una Francia que, atónita, miraba y también participaba de uno de los movimientos contestatarios más sui géneris que han ocurrido en las últimas décadas.

La fecha: mayo; el año: 1968; y los protagonistas: estudiantes universitarios, obreros y la ciudadanía francesa en general.

Entre las principales condiciones en las cuales se enmarca este movimiento están la guerra de Vietnam, los procesos  de liberación de los pueblos del tercer mundo (el caso de Argelia), el enfrentamiento entre las dos potencias (EE.UU. y la ex URSS), Cuba, la China y su Revolución Cultural.

Aunque las grandes marchas estudiantiles y huelgas de los obreros ocurrieron durante todo el mes de mayo de 1968, los antecedentes se deben buscar en las reformas universitarias del año anterior, que no dejaron satisfecha a la comunidad estudiantil.

Esta situación provocó que al año siguiente un grupo de ocho estudiantes de la Facultad de Letras de la Universidad de Nanterre, cercana a París, dirigidos por Daniel Cohn-Bendit, el mítico “Dany, el Rojo”, se tomaran la Universidad para exigir la aprobación de un programa de reformas educativas y exigencias políticas radicales que habían elaborado.

Todo se resumía en exigir cambios profundos para democratizar la enseñanza. Este acto dispara la rebelión estudiantil y obrera más grande que se haya dado en la Francia actual.

Miles de estudiantes manifestándose en las calles de París, que se había transformado en una ciudad en guerra; donde las barricadas se convirtieron en elementos precarios de protección ante una policía que aplicaba todas las tácticas de represión aprendidas.

El 10 de mayo se produce un punto de inflexión en el movimiento. El reportero Jean Jacques Lebel, quien lideró la ocupación del teatro Odeón, anota en “Action”, el periódico del movimiento, que a la una de la madrugada había "literalmente miles de personas ayudando a construir barricadas... mujeres, obreros, contestatarios, gente en pijama, cadenas humanas llevaban piedras, madera, hierros...". "Nuestra barricada es doble: un metro de alto de piedras, un estadio de 10 metros en medio y luego una pila alta de madera, coches, postes de metal y papeleras. Nuestras armas eran las piedras y metales que encontrábamos en la calle", informó.

La situación poco a poco se hacía insostenible, ese día la policía lanzó un ataque masivo que pretendía recuperar el control del centro de  la ciudad, ocupado por las barricadas. La arremetida no tiene éxito, pero este hecho consigue que, por fin, los obreros se incorporen a la lucha.

Las centrales sindicales llaman a una huelga general que a partir del 17 de mayo se convirtió en indefinida. Con diez millones de trabajadores parados, Francia está inmovilizada y el gobierno contra las cuerdas.

A la par se produce la toma de la Sorbona, declarada comuna libre por los estudiantes y convertida en el cuartel general de los alzados.  

No obstante, la entrada de la clase obrera en la lucha significó que el movimiento estudiantil se opaque. A pesar de que los estudiantes intentaron establecer lazos con los obreros, esa unión nunca se cimentó y más bien pronto se advirtieron los primeros signos de ruptura.

Goerges Séguy, dirigente de la Confederación General del Trabajo (CGT) hacía una separación tácita entre  la acción sindical y el movimiento estudiantil, al pronunciar una frase lapidaria:  “no a la aventura”. Concepto compartido por el Partido Comunista Francés.

Las negociaciones entre el gobierno y los dirigentes de los trabajadores comenzaron de inmediato. Hay que señalar que las bases no participaron en estos diálogos que se dieron únicamente desde las reivindicaciones monetarias (alzas  de sueldos) y la promesa del presidente de la República, general Charles de Gaulle, de convocar a elecciones en el término de cuarenta días.

Perdido el apoyo de los trabajadores, el movimiento estudiantil estaba destinado al fracaso. Finalmente, los últimos núcleos del alzamiento fueron sofocados.

Tras las elecciones, ampliamente ganadas por De Gaulle, el gobierno convocó a un referéndum que fue planteado como un plebiscito sobre su gestión al anunciar que seguiría en la presidencia solamente si triunfaba el sí. Ganó el no y De Gaulle tuvo que renunciar.

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