En el lugar se imparten, además de educación básica superior, talleres de panadería, corte, confección y carpintería
A los 26 años, Andrea aprendió a decir gracias
Andrea Piedra llegó a Quito a los 12 años desde Riobamba. Su familia se había desintegrado y cada uno de sus hermanos estaba en distintos lugares.
La madre de la joven la castigaba físicamente por el mínimo motivo y por eso decidió quedarse en la casa de su abuela y no retornar de las vacaciones a Riobamba.
“Mi madre me maltrataba mucho, pero en cambio donde mi abuela veía el abuso de mi abuelo hacia ella y si hubiese crecido así quién sabe qué sería de mi vida; quizás me habría acostumbrado a que esa situación era normal”, cuenta hoy que tiene 26 años y labora en un banco de la capital.
En pocos meses iniciará una carrera en la universidad. “Aquí aprendí a decir gracias, por todo lo que me enseñaron, pero sobre todo por extenderme la mano cuando más lo necesitaba”, dice la joven.
Ella se educó en la fundación Sol de Primavera, que lleva 18 años trabajando con jóvenes y adolescentes en situación de riesgo de los barrios del centro y sur de Quito.
Desde que llegó a la fundación ella se sintió identificada con varias de las realidades de sus compañeros. Aprendió a valorar las enseñanzas y el alimento que recibió.
La organización propone un nuevo modelo de aprendizaje para los chicos que han vivido situaciones de abandono, uso de drogas, embarazos precoces o pobreza extrema. Se trata del ‘Modelo contextual de aprendizaje’, que se enfoca en la realidad que vive cada uno de los chicos.
“Nosotros sabemos que esa realidad es tan solo una parte de otra situación mayor de la que esperamos que los jóvenes y adolescentes la analicen para lograr cambiar y ser modelos de otros”, expresa la educadora Flor Riera.
Los jóvenes que llegan a este espacio necesitan de 2 a 3 años para que los resultados sean los esperados, dejen los vicios y se logren enrolar en un empleo estable.
“En ese tiempo podemos combatir problemas de aprendizaje, de rigidez cognitiva, incluso creamos lazos de pertenencia. A veces los chicos no van a su casa, pero sí vienen a la fundación luego de un día de consumo. Eso a nosotros nos sirve para ver que ellos se acercan a la propuesta y generamos un vínculo que se mantiene incluso cuando ya no están aquí. Les educamos hasta la básica superior y les damos herramientas para que luego puedan defenderse”, agrega Riera.
Por ejemplo, Patricio Domínguez tiene 17 años y actualmente estudia en la fundación. Le gusta el área de carpintería. Tiempo atrás ya lo hizo, pero abandonó la institución cuando le faltaban solo 4 meses porque necesitaba un ingreso económico que le permita mantener a su novia y a su futura hija.
Él llegó a la organización porque no quiso estudiar en ningún colegio y, además, por referencias de sus hermanos que ingresaron antes a Sol de Primavera.
“Aquí me trataban muy bien y eso me gustaba, pero los amigos que hice no eran tan buenos y me dejé influenciar por ellos. Me metí en las drogas y comencé a fumar marihuana, polvo y ya no entraba a clases”, dice el joven.
Los educadores se dieron cuenta y, pese a advertirle, no reaccionó. Sus padres se enteraron y lo amenazaron con enrolarlo en un centro de adicciones. “Ahí reflexioné y logré apartarme de ese mundo y pude retomar mi vida”.
Los últimos datos del Consep (Consejo Nacional de Control de Sustancias Estupefacientes y Psicotrópicas) muestran que la droga es aún el problema principal para los jóvenes.
Los adolescentes consumen alcohol con una prevalencia de año de 18,5%, cigarrillo, con 9,0%; marihuana, con 2,9%; inhalantes, con 1,7%; y cocaína, con 1,0%.
Las rupturas familiares y las pobres estructuras en el hogar son otras de las causas que empujan a los chicos a vivir escenarios de riesgo.
Según el psicólogo Sergio Carrillo, hoy existe mucho más abandono de las familias hacia sus hijos. “No es que los padres no estén, lo que hoy sucede es que no tienen tiempo para compartir con ellos. Se pierde un poco la figura paterna, y eso ocurre en todas las clases sociales”.
La fundación atiende actualmente a un promedio de 100 muchachos, de ellos, solo 4 no han sido abandonados.
Los adolescentes también enfrentan problemas de negligencia, descuido y falta de chequeos médicos en el embarazo.
“Eso al final genera bases biológicas para la rigidez cognitiva”, agrega el especialista. Además, en los jóvenes en condición de riesgo existe una adolescentización de la cultura, “están en la búsqueda del placer, de la moda, del cuidado de la imagen. En esos escenarios tienen más factibilidad de consumir drogas y alcohol”.
Los educadores de la fundación reconocen que su trabajo es duro y que 100 chicos es solo una pequeña parte de la población en riesgo del país, pero se llenan de orgullo y fuerza con los ejemplos de Andrea y Patricio. (I)