A cambiar el mundo
Con mucho dolor recuerdo que la noche del 3 de marzo del año pasado, cuatro “neonazis” chilenos tumbaron en el Parque Borja, de Santiago, a Daniel Zamudio, un joven activista homosexual de 24 años, que trabajaba como vendedor en una tienda de ropa, a quien conocí en la reunión de la ILGA cuando apenas tenía 16 años y me comentaba de todos sus sueños.
Al seguir leyendo entendí que durante unas 6 horas, mientras bebían y bromeaban, se dedicaron a pegar puñetazos y patadas al maricón, a golpearlo con piedras y a marcarle esvásticas en el pecho y la espalda con el gollete de una botella. Al amanecer, Daniel Zamudio fue llevado a un hospital, donde estuvo agonizando durante 25 días al cabo de los cuales falleció por traumatismos múltiples debido a la feroz golpiza.
Este crimen, hijo de la homofobia, ha causado estupor en la opinión pública no solo chilena sino también sudamericana, y se han multiplicado las condenas a la discriminación y al odio hacia las minorías sexuales, aún arraigadas en toda América Latina.
En Ecuador está presentado ante La Asamblea Nacional el proyecto para reformar la Ley del Registro Civil que permitirá reconocer los derechos de ciudadanía de las personas transgéneros, travestís y transexuales, que históricamente hemos sido relegados.
El asesinato de Daniel Zamudio debe servir para sacar a la luz pública la trágica condición de la población LGBTI en los países latinoamericanos, en los que, sin una sola excepción, son objeto de escarnio, represión, marginación, persecución y campañas de descrédito que, por lo general, cuentan con el apoyo descarado de movimientos fundamentalistas como pro vida o pro familia y de algunos descarados políticos.
Los delitos de este tipo que se hacen públicos son solo una mínima parte de los que se cometen; en Ecuador las muertes por delito de odio cuentan por millares desde los años 80, y sin embargo no hay ningún detenido o sentenciado por ellos, lo más fácil y lo más hipócrita en este asunto es atribuir la muerte de Daniel Zamudio solo a cuatro pobres diablos que se llaman neonazis sin probablemente saber siquiera qué es ni qué fue el nazismo.
Ante la homofobia, las ideologías políticas se funden en un solo ente de prejuicio y estupidez. Liberar a América Latina de esas taras que son el machismo y la homofobia, las dos caras de una misma moneda, ha sido largo, difícil y probablemente el camino hacia esa liberación quedará regado de muchas otras víctimas semejantes al desdichado Daniel Zamudio.
El asunto no es político, sino religioso y cultural. Fuimos educados desde tiempos inmemoriales en la peregrina idea de que hay una ortodoxia sexual de la que solo se apartan los pervertidos y los locos y enfermos, y hemos venido transmitiendo ese disparate aberrante a nuestros hijas/os, nietas/os y bisnietas/os, ayudados por los dogmas de la religión y los códigos morales y costumbres hipócritas.
Cada año, más de 200 personas Trans son asesinadas en América Latina. Esto representa el 80% de los casos informados en el mundo, esto sucede porque ellas tienen el coraje de mostrar su identidad de género. Difícilmente estos asesinatos han sido investigados.
Sin leyes que reconozcan la identidad de género, las personas Trans son más vulnerables e invisibles en las políticas públicas, en educación, salud, trabajo y habitacional, y se nos niega el derecho de disfrutar de dignidad, equidad y plena ciudadanía.
En la Asamblea Nacional, en la Comisión de Gobiernos Autónomos presidido por el asambleísta Virgilio Hernández, está el Proyecto de Ley para cambiar la Ley del Registro Civil, presentada por el Proyecto Transgénero, cuyo objetivo principal es dignificar la vida de las personas TRANS.