UN ESTUDIO EN 2014 DETERMINÓ QUE ECUADOR SE SITÚA COMO EL NOVENO PAÍS MAYOR COnsumidor
Guayaquil y Quito, las ciudades que más gastan al mes en bebidas alcohólicas
Es miércoles de noche y en el exterior de la tiendita de Juanito, de la 17 y Portete, un par de amigos beben una fría cerveza. No hace calor, pero la bebida acompaña la conversación. En menos de una hora se escucha un ‘deme otra’; el tendero se limita a cobrar y traer otra bebida que realmente es la quinta. No hay advertencia por ningún lado sobre el daño que causa el alcohol, al contrario unos grandes letreros dicen ‘Refréscate’.
Sin importar el día y la hora la escena se repite cotidianamente afuera de las tiendas, en los bares, en discotecas y hasta en las fiestas familiares de Guayaquil. Es la ciudad que más gasta al mes por consumo de alcohol, con $ 6’597.928 en 164.419 hogares, según la Encuesta sobre las Condiciones de vida del INEC en 2013-2014. Le sigue Quito, con $ 4’356.607 al mes.
Para el docente Hoover Mora existe una cultura de consumo citadino que en algunos casos bordea los límites del alcoholismo. Los móviles para beber son irrisorios y antagónicos inclusive: porque ganó el equipo o perdió; un nuevo trabajo o me despidieron; por un nacimiento o velorio; porque me caso o me divorcio; cualquiera que sea el ánimo, beber es justificable.
En mayo de 2014 la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó un informe sobre el consumo del alcohol en América Latina, en el que sitúa a Ecuador como el noveno con mayor cantidad de consumo de alcohol con 7,2 litros de alcohol puro per cápita por año.
Hoover analiza las últimas estadísticas del INEC e indica que Guayas consume el 29,8% a nivel nacional, en contraste con Pichincha, que tiene el 20%. Esto quiere decir, según el experto, que una familia gasta en promedio mensualmente $ 40 y $ 31 respectivamente, en las provincias citadas, el 11% del salario mínimo vital.
“A primera vista las urbes principales son mayores consumidoras porque tienen mayor capacidad de adquisición. Eso no significa que en otras ciudades no se consuma alcohol, de hecho los porcentajes están asociados a los costos, pero no a otras medidas como litros. No es lo mismo consumir puro, cerveza o whisky. Si fuéramos más allá es muy probable que se gaste más”.
Mónica Llanos, docente y psicóloga de la Universidad Ecotec, explica que Guayaquil y Quito al ser las ciudades más importantes del país, tienen muchas influencias externas. Con la visita de extranjeros, se generaliza el consumo en los lugares de recreación. “Por ejemplo, si alguien viene de una ciudad pequeña, lo primero que piensa es ir a farrear”.
El cambio de valores es otro factor de crecimiento del consumo. Por ejemplo, hace unas décadas no había incidencia de mujeres que tomaban, esto se debe a que los patrones de comportamiento y las tradiciones familiares han cambiado. “Ya no es mal visto que una mujer tome, los mismos padres lo aceptan, antes se hacía esa diferencia de sexos. Ahora lo que vemos es que para tomar sobran los motivos”, indica Llanos.
Andrés Osorio, docente de la carrera de Sociología de la Universidad Central del Ecuador, asegura que la vía del consumo no solo se observa en el discurso social o es un problema de las adicciones, sino que es inherente al mercado.
“La economía actual se sostiene del mercado, pero de uno abusador en el que se vende de todo. Se vende el consumo como una opción de vida”, agrega.
Un ejemplo de ello, dice Osorio, está en cómo la identidad nacional se promueve en relación al fútbol a través de una marca cervecera. Es la cerveza que representa a la nación. “No se puede ser ecuatoriano si no se está ligado a esa empresa”.
Recuerda que el historiador Eduardo Kingman en un texto llamado “La ciudad y los otros” narra cómo se organizó Quito a comienzos del siglo XX y entre finales de siglo XIX y la desaparición de los lugares de consumo de alcohol, que estaban ligados a una forma de consumo distinto, más tradicional y menos copados por una lógica industrial y productiva industrial: las chicherías.
“En su lugar empezaron abrirse locales de venta de cerveza”, dice el sociólogo. No es que dejaron de tomar sino que cambiaron de hábito, es decir que lo consume el sujeto o lo que usa depende de las condiciones históricas y culturales.
Mora cuestiona las campañas contra el alcohol. Asegura que estas no están encaminadas a disminuir el consumo, sino a paliar las consecuencias derivadas de su abuso: si bebe, no maneje; no afecte su presupuesto; no permita la violencia...
Además, en esta cultura de alcohol permitido en la sociedad se desarrolla paralelamente una cultura de resistencia y tolerancia etílica, propagada en redes sociales y a veces los propios medios de comunicación. (I)