20 minutos: una crónica
Bastó una sola llamada. Uno de tantos posibles en la lista de contactos. Sentí una respuesta plagada de dudas, un cuestionamiento inquisidor, preocupado pero cínico, sobre mis pretensiones. Pero no duró. Es difícil juzgar. En fin, más fácil era darme el contacto y colgar.
En el país resulta uno de esos temas en los que hay una alienación voluntaria. El estigma que hay sobre las drogas es una consecuencia directa de ese enfoque militarista y “securizador” de una Doctrina Seguridad Nacional que encontró en el narcotráfico su nuevo comunismo. 190 millones de consumidores en el mundo, según datos de la ONU. 190 millones de criminales, en diferentes grados, en un mundo que ha visto a los Estados Unidos invertir, desde 1971, $ 600 mil millones en la guerra contra las drogas. La historia ha demostrado que cada vez que los Estados Unidos le declaran la guerra a algo, este algo aumenta.
Pero no siempre fue así. Hubo una época cuando opiómanos y doctores disfrutaban de la libertad de un mundo sin restricciones. Cuando los colonos eran incentivados por la corona a cultivar cannabis para exportar su fibra a Europa, o para fabricar el papel que aguantaría una de las más bellas Constituciones en el mundo: la de los Estados Unidos. Desde entonces las drogas tuvieron un camino complejo hacia su criminalización.
Desde sus albores franceses cuando Napoleón proscribió el uso de cannabis entre sus tropas, pasando por los estragos comerciales que dejó la Guerra del Opio, llegando hasta los finales del siglo XX cuando los cultivos de marihuana en México la fregaron para el resto del mundo. Jornaleros que cruzaban el borde para trabajar en los campos norteamericanos utilizaban el cannabis como una sustancia de relajación. Ese espíritu dogmatizado por el “destino manifiesto”, medio vaquero, medio pistolero, de los tejanos, llevó a crear una serie de campañas por la prohibición de la marihuana para estigmatizar a los mexicanos que estaban robando sus puestos de trabajo con mano de obra barata. Es ese don de zeitgeist que no cambia nunca.
Desde ahí la maquinaria prohibicionista hizo su magia. Para 1961 se había firmado en la ONU la Convención única sobre Estupefacientes donde se establecían las reglas y mecanismos para el control de la siembra, distribución y consumo de la marihuana, la coca y el opio. También se formalizan las penas y sanciones para quienes infrinjan estas leyes, “castigados en forma adecuada, especialmente con penas de prisión u otras penas de privación de libertad”. En 1971 Richard Nixon funda la Drug Enforcement Administration (DEA) y para el 2012 su operación ya constaba de 9.600 agentes en 66 países con un presupuesto de $ 2.87 mil millones anuales que sirvieron para apresar a 30.476 personas solo en los Estados Unidos.
Mientras hablaba con el proveedor, evitaba el amateurismo, levantar sospecha a partir de la torpeza. Tampoco quería quedar en ridículo. Al final, esta es una compleja red que también se basa en la confianza, o su equivalente en un mundo estigmatizado por la ilegalidad. Por lo general, esta oferta está alineada a la dinámica del abastecimiento. La calidad del producto, muchas veces, también. Había, sin embargo, un tiempo de espera, un periodo de verificación, esa ventana de expectativa antes de recibir el plato fuerte. Como si la burocracia crediticia estuviera expandida a otras actividades ilícitas. La espera no ayudaba a la crónica.
15% de adolescentes dijo en una encuesta sobre uso de drogas que sería fácil conseguir marihuanaEn el Ecuador, según datos del Ministerio del Interior, la inversión en la Dirección Nacional Antinarcóticos será de $ 75 millones para finales del 2013. Esto es un aporte sustancial en relación a los $ 183 millones invertidos en toda la Policía Nacional, entre el 2012 y el 2013. Y tuvo sus recompensas: 32.58 toneladas de droga aprehendidas este año hasta agosto, incluyendo 3,68 toneladas de droga decomisadas para consumo interno, 3 toneladas de las cuales son de marihuana. Y todo esto va de la mano de las 3.163 personas privadas de la libertad en los Centros de Rehabilitación Social (CRS) por tenencia y posesión ilícita de droga; 13% del total de 23.652 personas en los CRS, según datos del Ministerio de Justicia, Derechos Humanos y Cultos. El más común de los delitos.
Y a pesar de los esfuerzos, parece que esto fuera la banda Moebius de las iniciativas. Cada año la inversión es más alta. Cada año los esfuerzos nacionales, regionales y mundiales son mejor coordinados. Cada año hay más detenciones, más capturas, más operativos, más quemas, más éxitos y más droga. Las cárceles de nuestro país están abarrotadas de personas que portaban, transportaban, eran mulas. No hay espacio, al parecer, para los grandes capos de la droga.
La angustia que acompaña a la expectativa, la necesidad por mover a la historia, ese hundimiento, un vacío que repta por el pecho: porque un vicio es un vicio. Las obsesiones solo están separadas por la naturaleza de sus ídolos. Fui a La Mariscal. Un matrimonio y dos hijos después volvieron a la zona en tierra inexplorada. Todo luces, todo vida, todo muerte, todo arrumado en una amalgama heterogénea de mochileros, oficinistas, burócratas, aventureros, cuidadores, metropolitanos, los eternos señores del shawarma y una banda de aprovechadores, gamines, timadores y juerguistas. Y las calles oscuras seguían ahí.
Entonces hay la despenalización. En junio de este año la OEA presentó un informe donde se planteaba cambiar la prohibición de sustancias controladas hacia un mercado regulado. Al mismo tiempo, el ministro del Interior, José Serrano, se inclinó a favor de la despenalización de las drogas mientras que el secretario de la Presidencia de la República, Alexis Mera, habló sobre iniciar las discusiones para la regularización del autoconsumo, sobre todo de la marihuana. Las redes sociales se alborotaron, los medios se alertaron y hubo un debate, o el equivalente ecuatoriano de muchos monólogos. Pero como todo, murió con el ciclo periodístico. El problema sigue.
La dificultad con la despenalización es su complejidad. En una entrevista para El Comercio, Víctor Vega cuestionaba la despenalización dentro de un tema de acceso a los adolescentes y acceso a otras drogas. La experiencia holandesa mostró cómo la despenalización de facto del consumo de la marihuana sirvió para reducir el acceso a otras drogas más duras, más complejas de acceder (por su ilegalidad) y más caras. Pero, mientras se quitó esa aura de lo prohibido, se creó un estándar de aceptación cultural diferente. Bryndis Hlöðversdóttir, de Islandia, comenta que nunca había fumado marihuana, ni tampoco se interesó por hacerlo. Viajó dos veces a Holanda. Las dos veces fumó.
En el Ecuador no es un problema de acceso. La despenalización no traerá hordas de adolescentes descarriados hacia un futuro de vicios y perdición auspiciado por la posibilidad de hacerlo. Según la Cuarta Encuesta Nacional sobre uso de Drogas en Estudiantes de 12 a 17 años, un 15% de los encuestados aseguró que sería fácil conseguir marihuana y un 11% aseguró que, en el último año, le ofrecieron marihuana. Estos números se amplían si se los lleva a nivel nacional (23,1% en accesibilidad, 18,7% en ofrecimiento, según el Informe Del Estudio Nacional A Hogares Sobre Consumo De Drogas 2007 del CONSEP). El acceso hay. Y esto ha llevado a otros problemas, metiendo perros policías en colegios de Guayaquil, por ejemplo, violando el Código de la Niñez y Adolescencia.
Lo que no hay es una política pública clara para la prevención. Y la inversión es ridícula. $ 14.000 en el último año. Pero en ese sentido, la política pública para el consumo de otras drogas, legales, como el alcohol, ha sido un fracaso. Marco Dávila, ex coordinador del programa Vivamos la Fiesta en Paz, comenta que no ha habido cómo controlar, o bajar, o siquiera retrasar, el primer consumo de alcohol (actualmente entre los 11 y 12 años), ni el acceso, ni la accesibilidad. En el caso de las drogas, Marco Dávila señala que hay contados centros de rehabilitación que, además, rondan los $500 mensuales, inaccesibles para personas de escasos recursos.
La oferta fue discreta, variada y espontánea. Casual. No hay que saber dónde buscar. Ella te encuentra. In situ podía fumar perica por $5, pero si quería algo diferente, gentilmente podía ser acompañado a lo que, para muchos, sería ese infierno necesario, pero que hace un par de siglos fuera una casa de huéspedes para fumadores de opio. No me interesaba. La mota, de baja calidad y dudosa procedencia, la podía pagar para llevar.
¿Si no ha funcionado la prevención en un tema más estatalmente controlable como el alcohol, qué posibilidad le podemos dar al tema de las drogas? Bueno, no todo está perdido. La prohibición sobre el consumo de alcohol en Quito redujo los accidentes, la criminalidad, las muertes, etc. Según el 17º Informe de Seguridad Ciudadana del Observatorio Municipal de Seguridad Ciudadana, hubo una reducción de homicidios (incluyendo riñas y accidentes de tráfico) en el fin de semana de un 10% en los últimos cinco años. La idea detrás de la legalización es permitir el control y la regularización por parte del Estado en el consumo de las drogas.
Felipe Ogaz, del colectivo Diabluma, propone un acercamiento diferente, una visión marxista. Se busca quitar el valor de cambio a las drogas. A diferencia de Uruguay, lo que ellos proponen es fomentar el autocultivo, reformular el CONSEP para que haya una mayor cooperación entre la sociedad civil y la Secretaría, y recibir gratuitamente el producto como parte de una atención integral (que propone abordar el tema únicamente desde un problema de salud pública). Esta última iniciativa está basada en la experiencia portuguesa, donde se pudo quitar la presión legal por cumplir con el proceso y hacer una distinción entre las diferentes drogas, distinción que se pierde al momento de la detención. Y generó otras secuelas. Quitó presión al sistema jurídico y al sistema policial y la puso sobre el sistema de salud, que generó mayores niveles de transparencia y una posibilidad real de rehabilitación para adictos.
Pero Portugal tiene su propio contexto. En 1999, cerca del 1% de la población, cien mil personas, era adicta a la heroína, y Portugal padecía de las tasas más altas de SIDA relacionadas con drogas en la Unión Europea. Y las bondades, aún en debate, de la experiencia portuguesa no son garantía de éxito en el Ecuador. En el Ecuador, el posible uso conflictivo de drogas duras como la heroína, no supera el 0,07%, mientras que para la marihuana llega apenas al 0,18%. A esto hay que sumarle un Plan Colombia al norte, una frontera militarizada y el mayor cultivador de coca en el mundo al sur. Y carteles. Y nuestras propias complejidades. Hay algo, sin embargo, en lo que coincidimos. Ambos somos una ruta de paso para el narcotráfico.
En algunos casos el autocultivo ya es un hecho. El temor de una policía poco preocupada de los tecnicismos legales al momento de apresar a alguien portando droga dentro de los parámetros legales y las virtudes económicas y cualitativas del autocultivo son casi respuestas lógicas al mercado. Y no hay una relación causal entre ser criminal y utilizar drogas de manera recreativa. Mi contacto inicial es profesor universitario. Y, según la ley, es también un posible candidato a reclusión mayor. Él estaba más preocupado por saber por qué lo hacemos. ¿Por qué, voluntariamente, estamos dispuestos a hacer algo que estimamos nocivo? ¿Por qué estamos dispuestos, como sociedad, a aceptar unas drogas y otras no? ¿Por qué estamos dispuestos a legalizar ciertas mafias y otras no?
Mientras buscamos las respuestas, Diabluma ya ha acerado una propuesta al presidente de la Comisión de Salud de la Asamblea Nacional, Carlos Velasco, para ser incluida en el Código de Salud y en la reforma al Código Integral Penal. Una propuesta que, según Felipe Ogaz, busca darle una solución a la violencia.
La transacción fue, como suele ser lo ilegal, expedita y cubierta por un manto de mutua desconfianza. La despedida fue acompañada por publicidad: “Ya sabe, aquí nos encuentra broder”. Exagero si digo que el ínterin duró más de 20 minutos. Eliminando la paranoia natural, no hubo ni transeúnte ni policía que me detuviera. ¿Accesible? A esa hora me era más difícil conseguir algo de trago.