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¿Quién reza por los elefantes?
Usted es afortunado. Seguro que no estuvo presente en aquel lugar, cuando una mañana de enero algunos helicópteros volaban en redondo y transmitían órdenes por radio a distintos grupos armados que se encontraban en tierra, estratégicamente camuflados.
Enseguida, de manera coordinada, y desde distintos puntos, más de cien hombres armados, trepados en caballos y carros de combate, provistos de lanzagranadas y fusiles de asalto AK-47, entraron al parque Bouba de Camerún, dispararon contra todo lo que se movía y, en minutos, familias enteras fueron masacradas. Desde el aire se podía ver la más horrenda carnicería y se distinguían los cuerpos de las madres, algunas todavía agónicas, que habían intentado defender a los más pequeños.
En esta ocasión las víctimas eran elefantes. No sobrevivió ninguno. Después se bajaron de helicópteros y carros de combate, armados de motosierras, y se dedicaron a cortar los colmillos de los elefantes, algunos de ellos, todavía, en los últimos estertores. Estas acciones, vergüenza para el ser humano, tienen varias razones: la irracionalidad de los mismos humanos, la voracidad por el dinero, y la fe religiosa que se agita en pueblos muy distantes.
El elefante africano es el mayor animal que se encuentra en tierra, puede llegar a un peso de 6 toneladas, y ha demostrado alta inteligencia y sensibilidad. Pero aun así, no se puede imaginar, jamás, que después de ser asesinado, sus colmillos viajarán miles de kilómetros y terminarán convertidos en figuras del Santo Niño Jesús de Cebú, en Filipinas. Allí, al otro lado del mundo vive un hombre que se llama Cristóbal García.
Él es un poderoso promotor de una tradición que insiste en que nadie puede llamarse buen filipino si no es devoto de esta figura sacralizada del Niño Jesús de Cebú. Y mucha gente, desgraciadamente, le cree.
Cristóbal García es el más grande coleccionista del mundo de piezas religiosas de marfil, y —aunque su tráfico es ilegal—, él mismo participa en programas de televisión y explica cómo deben ser envueltas para confundir a los perros, y enseña otra serie de trucos que permiten ser contrabandeadas y burlar a los servicios aduaneros.
Este personaje, Cristóbal García, es un sacerdote que huyó de la justicia en California cuando lo acusaron de pedofilia, se refugió en Filipinas, su patria natal, y allí fue promovido al cargo de Monseñor por el papa Wojtyla quien, personalmente, bendijo su colección de figuras religiosas valoradas en muchos millones. Y algo más: otro negocio es el agua bendita. Cuando se sumerge una talla del Niño Jesús en agua, esta queda bendecida. Los filipinos saben que mientras más grande es la figura sumergida, más milagros hace el agua. Se venden millones de litros de esta agua en las iglesias.
Pero Filipinas es apenas una partecita del gran negocio de masacrar elefantes.
El socio grande es China. Allí, al lado de centros comerciales donde los automóviles Porsche, Lamborghini y los Ferrari son una plaga, y donde los cajeros automáticos entregan lingotes de oro puro, también hay figuras de marfil africano.
Una pieza de $ 400 mil no es extraña. Mientras tanto, en China hay pena de muerte para quien mate a un oso panda, pero los elefantes africanos no importan. Pero si le parece que China está muy lejos para comprar figuras de marfil, pueden ir al Vaticano. Allí, en Galerías Sevelli, por ejemplo, los vendedores gritan en varios idiomas: “¡Crucifijos en marfil!”. Usted paga, y al día siguiente se lo entregan, debidamente bendecido.
Este tráfico es posible porque el Vaticano se niega a firmar el acuerdo CITES de protección de especies en vías de extinción.
Dicen que cada vez que algunos rezan en algunas partes del mundo, los elefantes, que pronto desaparecerán, deberían también ponerse a rezar. Pero ellos no creen en nadie. Y no tienen dioses que los protejan. Y aunque dicen que los elefantes no olvidan, deberíamos ser los humanos los que nunca olvidemos lo que algunos están haciendo en contra de la dignidad, de la razón y de la vida en el planeta. (I)
DATOS
Un elefante puede vivir más de 60 años, y un adulto puede alcanzar las 6 toneladas de peso. No obstante, en el Museo de historia Natural de Washington hay uno, disecado, abatido en Angola en 1955, que sobrepasó las 12 toneladas.
Aman jugar con el agua; son excelentes nadadores y pueden hacerlo bajo la superficie, dado que utilizan su trompa como “periscopio”, pero no para ver, sino para respirar. Las manadas de elefantes son solo de hembras. (I)