Jefferson Pérez Quezada / Campeón Olímpico en Atlanta 1996
"Mi madre María es mi heroína y me enseñó cómo pelear en la calle"
La vida de Jefferson Pérez transcurrió igual que la de los demás niños de barrios populares, con limitaciones económicas. Paralelamente a sus estudios primarios y secundarios tuvo que realizar algunas labores para ayudar a su familia.
Huérfano de padre, desde temprana edad tuvo la oportunidad de preparar su mente, espíritu y cuerpo. Vendía periódicos en las calles de Cuenca con los riesgos que ello implica: ser atropellado por algún vehículo por competir con personas mayores y correr para cada venta. Al día corría alrededor de 8 km durante 3 horas seguidas. Su madre, María Quezada, fue uno de los pilares fundamentales para su consagración deportiva y profesional.
El bimundialista olímpico (oro en Atlanta 1996 y plata en Pekín 2008) es Ingeniero Comercial, además de Máster en Administración de Empresas por la Universidad del Azuay. El 26 de julio de 1996 se conmemoran los 20 años de la gesta que lo hizo acreedor en Atlanta de la medalla de oro, la única que ha conseguido un deportista ecuatoriano en Juegos Olímpicos.
En entrevista con EL TELÉGRAFO, el cuencano atribuye su éxito al proceso de fortalecimiento corporal y espiritual que experimentó durante su niñez.
¿Cómo fue el día previo a la competencia en Atlanta?
Empezó en la tarde, cuando llegó mi hermano a Atlanta y no había hoteles donde se quedara a dormir. Para mí fue preocupante porque me preguntaba dónde dormirá, qué pasará. Salimos a tomar un café por los alrededores y entramos a un lugar donde vendían camisetas, souvenirs de los juegos, etc. Recuerdo que había réplicas de las medallas y mi hermano quiso comprar una. Yo le dije que no, que para qué iba a comprar si mañana nos íbamos a llevar una de verdad. Mi hermano me dijo: ‘Seguro’.
Lo dije en broma y al mismo tiempo en serio. Luego me dirigí a la villa olímpica, cené, caminé un rato. Fui a mi cuarto a preparar la indumentaria que iba a utilizar en la prueba. Era cuidadoso, detallista. El número tenía que estar bien colocado, dejé todo listo y me acosté. En la noche llamé a mi madre para que me diera la bendición. Mi madre María es mi heroína y me enseñó a pelear en la calle. Para ganarme ese día tenían que matarme. Antes de dormir hice una visualización de la competencia, es decir, del ambiente que tendría, el recorrido, la temperatura, el viento, el lugar de los competidores y los aficionados, jueces, entre otros.
Antes de una competencia la parte psicológica es importante. ¿Cómo se preparó en eso?
Eso es parte de la visualización, el entrenamiento psicológico es igual que el físico. ¿Qué pensamientos necesito que estén en mi cerebro de acuerdo con la distancia? Eso se va programando. Levanté la cabeza, miré el tumbado de la habitación y recordé de dónde vengo y quién soy. Tenía que correr para vender periódicos, cargar bultos en el mercado, vender frutas con mi mamá. Asimismo, recordé los entrenamientos que hice en El Cajas, a 4 mil metros de altura. Hay muchos recuerdos que uno tiene, otros estímulos en el instante de la prueba.
Por ejemplo, en ese momento visualicé la muerte de un amigo que había fallecido antes de ir a Atlanta. Recuerdo que su padre, mientras estábamos cargando el féretro y llevándolo a la tumba, me dijo: ‘Acuérdate de mi hijo, que él desde el cielo te dará más fuerzas’. Eso, por ejemplo, no lo programé, fue muy fuerte ese impacto. Claro, llegó ese recuerdo en el momento crítico de la carrera, cuando ya no hago cálculos matemáticos, cuando ya no existe un pensamiento lógico sino solo un estímulo, un impulso subconsciente, y activó mi cuerpo.
¿Qué pasó antes de viajar a la villa olímpica?
Me levanté el día de la prueba a las 05:00. Cuando fuimos a tomar el bus que nos llevaría al estadio estaba lleno. Muchos deportistas tuvimos que esperar el segundo vehículo, pero el primer bus se fue con escolta policial. El conductor que nos llevaba no conocía mucho el recorrido, estuvimos perdidos como 30 minutos. Llegué tarde a mi prueba.
Los protocolos dicen que uno debe estar una hora antes de la competencia para hacer los trámites, como el chequeo del número, la ropa, etc., se llama cámara de llamada. El bus llegó al estadio a las 07:35, en teoría yo ya no podía ingresar a la cámara de llamadas. Ventajosamente, los dirigentes de muchos países le explicaron a la organización que fue el chofer el que se perdió. Entonces recién a las 07:45 nos dejaron ingresar al área de calentamiento. La competencia era a las 08:00.
¿Ya dentro de la competencia, cuál fue su estrategia?
Lo importante era estar en el pelotón en los primeros kilómetros de la competencia. Entendía plenamente que siempre se separa el pelotón, que había un grupo que siempre se escapaba; la idea era estar siempre entre el pelotón donde había gran cantidad de deportistas.
Había 2 atletas a los cuales se les tenía extremo respeto: Schennikov, de Rusia, y Mishula, de Bielorrusia. Ambos tenían un talento impresionante. Había competido con ellos y nos daban unas palizas; eran los grandes favoritos en Atlanta. Siempre estuve pendiente de ellos durante la carrera.
Al inicio de la carrera se me vino a la mente mi hermano. Él me hizo una promesa, dijo que no me preocupara, que estaría en la competencia y cuando yo salí del estadio olímpico junto al pelotón empecé a buscarlo. En la primera vuelta logré identificarlo y eso me tranquilizó.
El cuencano Jefferson Pérez ganó la medalla de oro en los Juegos Olímpicos Atlanta 1996, modalidad 20 kilómetros marcha. En la cita de Beijing 2008 consiguió la presea de plata. Foto: Archivo / El Telégrafo
¿En qué momento sintió que era posible alcanzar una medalla para el Ecuador?
Cuando crucé la meta junto con los mexicanos Bernardo Segura y Miguel Ángel Rodríguez. Íbamos persiguiendo a los 2 rusos que lideraban la competencia. Hubo un momento en que Bernardo se quedó atrás y justamente iba con Rodríguez, teníamos a los rusos adelante, entonces recuerdo que estiré mi mano y le dije a Mike que fuéramos por América y él estrechó mi mano y me respondió: ‘Sí, vamos tras los rusos por América’.
En ese instante lo único que tenía enfocado en mi mente era vencer a los rusos que estaban adelante, a los que yo consideraba inmortales dentro de este deporte, entonces cuando vi que solo a mi alrededor estaban 2 rusos y 2 mexicanos, me dije: ‘Hey, estos son mortales igual que yo, ahora estamos en igualdad de condiciones. Ahora va a ganar el que esté dispuesto a morir’, y yo no tenía miedo.
¿En algún momento pensó en dejar la carrera?
Sí, por supuesto, me dolían las piernas. Más que todo era por la respiración; hay un instante en que por la ausencia de oxígeno uno siente algo similar a traer una funda plástica en la cara, y es muy difícil respirar. En el alto rendimiento a uno le duele mucho la parte del tórax, es como si le estuvieran presionando el pecho. Me sirvió mucho entrenar tanto en El Cajas, a 4 mil metros de altura, como a nivel del mar.
En Cuenca la temperatura promedio es de 20º C, sin embargo, ese día en Atlanta hubo una temperatura de 26º C y 80% de humedad. Tuve que entrenar en una ciudad como Guayaquil que estaba en similares condiciones. Probablemente, si yo hubiera vivido en un país que solo tuviera ciudades con altura, difícilmente habría ganado las medallas olímpicas y campeonatos del mundo. Fue la combinación de vivir en un país tan rico en diversidad.
¿Qué sintió cuando cruzó la meta en los Juegos de Atlanta?
Mucha paz.
Entre los logros que ha conseguido en su carrera deportiva, ¿en qué lugar está la medalla de oro olímpica?
En segundo lugar.
¿Cada cuánto tiempo recuerda la cita olímpica de Atlanta?
La mejor competencia de mi vida fue la del campeonato mundial de París (Francia) en 2003, en la cual rompí el récord. La más linda, mejor estrategia, la mejor de mi vida. Recuerdo cada detalle de París porque tuve la madurez deportiva, muscular, personal, fue la competencia más linda de mi carrera que lamentablemente no se transmitió en el Ecuador. En los 20 km marcha logré la medalla de oro con un tiempo de 1 hora, 17 minutos y 21 segundos.
¿Qué se le viene a la mente cuando escucha Pekín 2008?
Había entrenado para los Juegos Olímpicos de Pekín como nunca antes, fue la mejor preparación de mi vida. Fuerza, tolerancia, valor, determinación, amor por mi país, sabía que era mi última competencia, estaba listo. En el momento en que estaba compitiendo y entro al estadio olímpico veo a un deportista que está delante de mí, y al cruzar la meta lo que se me viene a la mente es: ‘Él tiene más valor que yo, mejor preparación, más amor por su país’. Han pasado los años y me doy cuenta de que no ha tenido más valor, amor por su país, determinación y preparación, tenía sustancias no éticas en su organismo, por eso llegó antes.
Pero ahora se están haciendo investigaciones a los atletas rusos por presunción de dopaje, y Valeriy Borchin, que ganó la medalla de oro en Pekín, tendría que devolver la medalla en caso de ser hallado culpable...
Las lágrimas de los niños y ancianos que salieron en la noche, en mitad del frío, al coliseo de Cuenca, y a diferentes lugares del país para ver la competencia... Esa tristeza nadie nos devuelve.
El hecho de ver flamear mi bandera, escuchar el Himno del Ecuador, ver que 80 mil personas están de pie, saber que más de 1.000 millones de personas están viendo por televisión, respetando y conociendo de mi país, de mi identidad y cultura, eso no te devuelve nadie. Yo no competía para ganar medallas, lo hacía para ver mi bandera, escuchar mi himno y que el mundo supiera del Ecuador. (I)