Los jóvenes viven más tiempo en casa de sus padres
Aunque tienen edad para independizarse, cada vez más jóvenes se aferran al nido y prolongan la vida con sus padres por motivos diversos: más años dedicados a los estudios, tardía inserción en el mundo laboral y factores culturales que, con el transcurso del tiempo, afianzan más el vínculo familiar.
En la casa de los padres, como señala la psicóloga Fernanda Paredes, tienen todo resuelto; están cómodamente instalados y no quieren perder las comodidades, pero, al mismo tiempo, se resisten a pasar por los mismos sacrificios que vivieron sus progenitores al independizarse y prefieren aprovechar las ventajas de ser jóvenes. En pocas palabras, viven una eterna adolescencia.
Según señala Paredes, salir de la casa y hacerse adulto no resulta fácil y la familia se convierte para muchos chicos y chicas en el único refugio seguro donde poder vivir.
“Hay jóvenes que enfrentan dificultades para encontrar un empleo que vaya acorde a su capacitación profesional”.
Mientras tanto, para la socióloga Sofía Argüello Pazmiño, docente de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, ser joven responde a un momento histórico que se vive en términos nacionales y globales.
Añade que, en la actualidad, hay muchos jóvenes que pululan de un trabajo a otro porque no logran identificarse con algo.
Esto también responde a ciertas dinámicas económicas que implican insertarse en los mercados laborales cada vez más especializados y competitivos. “Hay que pensar a la juventud en términos más complejos y una de las preguntas que hay que plantearse es por qué siguen viviendo con sus padres a edades avanzadas”.
Diferentes trayectorias de vida
Aunque el hecho de prolongar la estadía en la casa paterna o materna puede deberse a un tema puramente económico, Argüello indica que este fenómeno también responde a otros factores. “Sus trayectorias de vida son distintas a las que vivían sus padres o abuelos. En esa época cumplir un ciclo de vida implicaba que a cierta edad uno debía casarse, tener hijos, formar una familia y, por ende, independizarse.
Ahora están postergando aquello y se quedan más tiempo con los padres porque, además, no siempre existen unas relaciones muy estrechas de emparejamiento y de conyugalidad”. Al igual que en América Latina, en Europa, por ejemplo, hay una postergación significativa de la búsqueda de pareja y, por supuesto, del compromiso. Una investigación denominada Families and Societies sostiene que el miedo a que el proyecto fracase también influye en esta decisión.
El informe de la OCDE, Panorama de la Sociedad 2016, también muestra que existe una gran variación en la cantidad de tiempo que los jóvenes siguen viviendo en casa y sugiere, además, que se casan más tarde.
“Al inicio de la década de 1990, los hombres se casaban a una edad promedio de 27 años y las mujeres de 25. En 2014, esas edades fueron de 34 para los hombres y 31 para las mujeres”.
Por otro lado, se sabe que la etapa de juventud tiende a alargarse. Una persona que hoy tiene 60 años probablemente haya vivido la antigua cadena de rituales de la vida: terminar el período educativo, insertarse en el mercado de trabajo, casarse...
Seguir viviendo con los padres permite a los jóvenes, en el caso de América Latina, llevar una vida de deseos cumplidos: pueden ahorrar, viajar, vivir sin mayores responsabilidades, entre otras posibilidades.
Los hijos contribuyen en el hogar de los padres
René Unda Lara, sociólogo y catedrático de la Universidad Politécnica Salesiana, dice que en Ecuador no se repite la tradición anglosajona, según la cual los jóvenes, a los 18 años, dejan el hogar y empiezan a forjar su vida.
“En las familias ecuatorianas la composición social se tornó cada vez más urbana, como parte del proceso de modernización, pero se ve abocada a que los miembros contribuyan económicamente para, de esta manera, optimizar sus espacios de convivencia. Viven en casa incluso jóvenes que han sobrepasado los 30 años. En algunos casos, aportan para cubrir los gastos de la familia y, al hacerlo, se convierten en personas productivas dentro del hogar, como señala el docente.
Al mantener a los hijos viviendo en su casa, los padres, de alguna manera, encuentran otra forma de subsistencia económica.
Para Unda, esta es una tendencia en ciertos sectores de la sociedad ecuatoriana; sin embargo, hay una condición juvenil muy volátil, cambiante, no solo en razón de su edad, sino también de sus propias búsquedas y condicionamientos.
¿Qué pasó con los jóvenes rupturistas?
Por otro lado, Silvia Starkoff, socióloga argentina radicada en Quito, indica que hay culturas diferentes en las que los hijos se desprenden de los padres en edades tempranas.
“En Ecuador, los chicos viven una adolescencia muy prolongada, pero quizás se ha visto agravada por la situación económica, lo que ocurre también en Europa y Estados Unidos”.
De igual manera, dice, le ha sorprendido que esta generación de jóvenes empezara a comprarse casas, departamentos y muchos dejaron de vivir con los padres hace 10 años, con la generación anterior.
“Esta no es una generación de jóvenes rupturistas, ni en valores, ni en ideas ni en creencias con relación a la de sus padres, como fue la de sus padres respecto a la de los suyos. A mí, por ejemplo, me tocó ser muy rupturista con mis padres; los quería mucho, pero cuestionábamos valores y concepciones del mundo, entonces eso nos obligó también a independizarnos rápidamente de la casa paterna”.
Starkoff precisa, además, que en la generación actual hay mucho más entendimiento entre padres e hijos con respecto a la vida, entonces la convivencia es más fácil y, en consecuencia, permanecen más con sus padres porque comulgan con los patrones de sus progenitores.
Agrega que los jóvenes se encuentran hoy en una situación de confort diferente a la de anteriores generaciones. “Aunque formábamos parte de clases acomodadas, si resolvíamos desprendernos de la tutela paterna o materna, lo hacíamos sin esperar a tener todos los electrodomésticos y las comodidades actuales. Hoy se toman todo el tiempo del mundo para hacerlo; lo hacen cuando tienen carro y cuentan con un buen empleo, eso es evidente”.
En el sector rural la situación es parecida, pero no es nueva: los jóvenes prolongan la vida con sus progenitores hasta que se casan e incluso después continúan bajo la tutela de ellos. De hecho, en este sector hay menos inclinación hacia la independencia.
Un reciente artículo del diario El Clarín de Argentina da cuenta de que los jóvenes de entre 25 y 35 años que trabajan, estudian e incluso pueden tener una relación estable, no pasan más de un fin de semana o 15 días de vacaciones fuera de la casa paterna. Cuando vuelven, encuentran la ropa planchada y la comida preparada. A algunos hasta los despierta mamá para ir a trabajar, igual que cuando iban al colegio.
En algunos casos, se trata de adultos que sobrepasaron los 28 años, pero actúan y se visten como si tuvieran 14.
“Miran dibujos animados y pasan horas jugando al play [PlayStation]. En muchos casos sus padres los pueden alojar cómodamente y, mientras tanto, ellos desarrollan una carrera profesional exitosa”, asegura Mónica Cruppi, especialista en adolescencia y familia de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
¿Quién manda, quién obedece?
Los jóvenes que deciden quedarse en casa también deben acogerse a ciertas normas que no siempre son de su gusto.
La psicóloga Fernanda Paredes advierte que muchos conflictos familiares surgen precisamente cuando los hijos no comparten la opinión de sus padres, porque han formado la propia, y tienen que llegar a acuerdos, dado que comparten el mismo espacio físico. En este sentido, también suele ocurrir que los padres se ven imposibilitados de fijarles ciertas reglas, como llegar a determinada hora a la casa. “Es más complicado, puedes darles órdenes, pero viven en tu casa como si estuvieran en un hotel”.
Al referirse a este tema, María José Rodrigo, investigadora de la Universidad de la Laguna, en Chile, indica que lo más peculiar de este contexto es que estamos ante una edad nueva. “Igual que la adolescencia se ha alargado (comienza antes y termina después), también la edad adulta vive una moratoria social, llegando a un estadio emergente en el que los adultos ya no son adolescentes, pero tampoco adultos, porque no se han independizado”.
Según un estudio realizado por Dada Room, el sitio para jóvenes que buscan compartir un departamento, fundada en 2012 en México, los jóvenes latinoamericanos son los que más tardan en independizarse, y no es que no lo deseen, sino que su principal freno es el económico. Por lo general, no siempre acceden a un sueldo que les permita emanciparse y dejar a sus padres para asumir su propia vida. (I)
Datos
Los jóvenes suecos son los que más temprano salen del hogar paterno, a los 20 años. Les siguen los franceses, que buscan un hogar independiente a los 23 años. En cuanto a América Latina, los que más rápido vuelan del nido son los brasileños, a los 25 años, seguidos por los colombianos y los chilenos, a los 27.
Los jóvenes de Croacia no se van de casa hasta los 31,9 años. En Eslovaquia lo hacen a los 30,7 y en Malta a los 30,1 años. La media europea está en los 26,1 años. (I)