Los adolescentes no miden los riesgos
Es una frase reiterativa, pero no por ello carente de sentido: vivir con un adolescente nunca será fácil y menos cuando desconocemos las razones de su comportamiento.
Son cambiantes, impulsivos, temperamentales, inmaduros. Por eso entrar en su universo y entenderlos es todo un reto.
La mayoría de padres reconocen que en esta etapa, sus hijos están más expuestos a riesgos que en cualquier otro momento de sus vidas y por eso temen enterarse de las locuras que puedan cometer.
Sara P., madre de familia y especialista en Ingeniería de Sistemas, comenta que hace 2 años se llevó un tremendo susto cuando su vástago la llamó a la medianoche para decirle que la Policía lo había detenido a él y a sus amigos.
Ella suponía que estaban en una fiesta del colegio, así que la noticia prácticamente la paralizó. Cuenta que aunque su hijo asistió a la fiesta, decidió abandonarla para, en compañía de sus amigos, grafitear paredes en un sector del norte de Quito.
“La Policía los sorprendió y los detuvo. No podía creer que mi hijo se haya metido en ese lío, pero creo que a esa edad siempre hacemos alguna barbaridad; hay que controlarlos más”. De alguna manera, los adolescentes están programados para el riesgo y la razón, en principio, parece simple: disfrutan la emoción generada por las situaciones peligrosas, lo que podría explicar por qué se involucran en actividades como consumo de drogas, peleas o sexo sin ninguna protección.
Aunque sabemos que los adolescentes tienden a correr peligros, lo que resulta nuevo es que si ellos están acompañados por sus pares tienen más propensión a hacer locuras.
Así lo revela un estudio realizado por psicólogos de la Universidad Temple de Estados Unidos, quienes emprendieron una investigación que consistió en analizar la actividad cerebral de adolescentes, jóvenes y adultos, mediante resonancia magnética, mientras los participantes tomaban decisiones en un juego de conducción simulada.
El propósito era alcanzar el final de una carretera lo más rápido posible para lograr una recompensa económica.
En el recorrido, los voluntarios debían decidir ante ciertas situaciones que podían entorpecer su periplo, como parar o no ante un semáforo al llegar a una intersección.
Cada participante intervino en este juego solo y también bajo la atenta mirada de sus amigos. Lo que resultó revelador fue que solo los adolescentes corrieron más riesgos en ese trayecto cuando jugaron acompañados.
De igual manera, las regiones cerebrales relacionadas con la recompensa mostraron mayor actividad cuando compitieron junto a sus amigos y no solos.
¿Qué ocurre en el cerebro?
La capacidad para controlar los impulsos, conservar el buen juicio, tomar decisiones o hacer planes a futuro es posible gracias a una región del cerebro que nos diferencia de los animales: el lóbulo frontal.
Sin él no podríamos llevar a cabo las funciones ejecutivas, lo que significa que no podríamos hacer uso de la memoria y, además, estaríamos incapacitados para seleccionar objetivos y resolver problemas.
Esta región que resulta determinante no ha madurado lo suficiente en los adolescentes.
Al mismo tiempo, la inmadurez de su corteza prefrontal y de sus lóbulos frontales (otras regiones cerebrales) explican la dificultad que tienen para controlar los impulsos y ello se revela día a día: gastarse todo el dinero ahorrado en un año en un videojuego, en una camiseta; hablar toda la tarde por WhatsApp aunque mañana tengan un examen importante, manejar a altísimas velocidades, por mencionar solo algunos ejemplos.
Una reciente investigación liderada por la Universidad de Pittsburgh arroja varias luces sobre el tema y se basa en la promesa de recompensa que es más fuerte que cualquier tipo precaución antes los posibles riesgos del cerebro adolescente.
Cuando el lóbulo frontal no ha madurado, las decisiones que los jóvenes tomen pueden ser fácilmente alteradas por la actividad de otras áreas del cerebro, responsables de controlar los instintos.
En este caso, como señala la revista Omicrono, quien decide no es la razón sino el cerebro más primitivo —sistema límbico— que toma el control total para satisfacer necesidades de la parte instintiva.
De hecho, hay otro dato revelador en relación al papel que juega el lóbulo frontal.
Los científicos han comprobado que hay partes de esta área que son proporcionalmente mayores en las mujeres, al igual que la corteza límbica que regula las emociones.
¿Cómo se viven las gratificaciones inmediatas?
Con frecuencia, los adolescentes son más proclives a vivir gratificaciones inmediatas, lo que sugiere una tendencia al riesgo y, en particular, a la dificultad para prever consecuencias a largo plazo.
En una entrevista para The New York Times, el investigador Alec L. Miller, psicólogo y profesor de ciencias clínicas en psiquiatría, explica que el aprender las habilidades para afrontar las emociones puede ayudar a un adolescente con el trastorno a controlar tanto sus emociones como sus conductas.
Este investigador describe que la pasión por el riesgo, la escasa valoración de las consecuencias, el bajo nivel de atención, la poca credibilidad ante consejos paternos y la continua transgresión de límites son propios de los adolescentes.
Este tipo de pensamiento surgió cuando se desarrolló tecnología de imágenes que permitió observar el cerebro de un adolescente con suficiente detalle como para continuar su desarrollo físico y sus patrones de actividad.
Los estudios sugieren que comparados con los adultos, los adolescentes valoran más la recompensa que las consecuencias, y cuando están con amigos la ecuación se multiplica. Además, el cerebro tarda en desarrollarse mucho más de lo que suponemos.
Para la psicóloga Adriana Pérez, la importancia del desarrollo cerebral durante la adolescencia permite plantear cómo tratar a quienes cometen delitos durante esa etapa de su vida.
La experta considera que hay varios componentes que intervienen en el funcionamiento del cerebro adolescente: los cambios en el cerebro, el rol de las hormonas y la influencia del contexto y los pares.
Según indica Pérez, en esta etapa de la vida hay un aumento significativo en la velocidad y en el flujo de conexión de las redes entre las distintas áreas del cerebro. Es así que cuanta más comunicación hay entre las 2 partes de este órgano, más eficiente es el control de uno mismo, y es esta comunicación la que se está desarrollando durante la adolescencia.
Por otro lado, hay un cambio en la red de trabajo del cerebro durante el razonamiento porque el desarrollo de este no termina hasta alrededor de los 25 años y porque la corteza prefrontal, que tiene que ver con el autocontrol, no madura hasta después de los 18 años.
Un estudio de la Universidad de la República de Uruguay advierte que los adolescentes, en general, no entienden las posibles consecuencias de sus actos y tienen dificultades en el razonamiento de conceptos abstractos. Al mismo tiempo es importante analizar el papel que juega la motivación al explorar.
“En la adolescencia estás explorando y en la adultez estás explotando lo que exploraste”, señala el estudio.
La especialista dice que esta es una importante etapa en la transición hacia la independencia y la competencia social.
La plasticidad del cerebro
El cerebro, en la etapa de la adolescencia, está adaptándose a las últimas condiciones del medio para ya quedar formateado como una computadora para el resto de su vida adulta.
Esa es una de las conclusiones de la Universidad de Uruguay que, al mismo tiempo, considera que el adolescente necesita más bien contención, referencia, tener una línea de accionar, estar acompañado, y no salir a hacer lo imputable desde el punto de vista legal.
Quienes se han especializado en el campo de la neurociencia saben que hay razones comprobadas para decir que el cerebro es extremadamente vulnerable en esta fase de la vida.
Por esta razón, es necesario generar referencias hasta que este termine de cablearse y tenga respuestas que consideramos de adultos.
El neurólogo ecuatoriano Eduardo Arízaga, catedrático de la Universidad San Francisco de Quito, precisa que durante la adolescencia el sistema nervioso central tiene una gran avidez por aprovechar los estímulos externos.
Cuando las influencias son positivas, el adolescente experimenta un gran desarrollo en sus capacidades cognitivas, es decir todo lo que aprenda lo hará de una manera mucho más exitosa que en otras épocas de la vida.
En el otro extremo, cuando los estímulos sean negativos, seguramente se dañará un conjunto de circuitos, por ejemplo, el cerebro se hace muy sensible en esa edad a los traumas craneales.
“Desgraciadamente, por las costumbres del alcohol a esa edad, los jóvenes se golpean mucho la cabeza; hay choques y caídas, etc. Además, están mucho más expuestos a los efectos dañinos de los distintos tóxicos, empezando por el alcohol”.
En este aspecto, por ejemplo, cuando un menor se expone al cigarrillo, el riesgo de desarrollar un síndrome de ansiedad generalizada se multiplica 8 veces más frente a otro adolescente que no haya aprendido a fumar a esa edad.
Según los neurólogos, el trastorno de ansiedad generalizada lo padecen aquellas personas que sufren intensas reacciones de ansiedad (preocupación, alta activación fisiológica, etc), desde hace más de 6 meses, en situaciones altamente frecuentes, no recogidas en los diagnósticos de tipo fóbico, obsesivo, pánico, o sucesos de estrés postraumático.
Las personas con este trastorno muestran por lo tanto niveles muy altos de ansiedad casi todo el tiempo.
Eduardo Arízaga considera que, indudablemente, hay significativas diferencias de género en el encéfalo de hombres y mujeres, pero en la adolescencia hay una gran avidez de las neuronas ante las experiencias.
Con este antecedente, la adolescencia se convierte en una época riesgosa en el campo de la sexualidad, al igual que en el de las adicciones.
Por esta razón —dice Arízaga— es necesario estimular el lado bueno de esta gran sensibilidad a la que está expuesto el encéfalo en esas épocas.
“Este es el momento para aprender porque hay una memoria extraordinaria y las capacidades físicas están en su máximo nivel”. Según Arízaga, uno de los principales factores de riesgo para que adolescentes y preadolescentes ingresen en el mundo de las adicciones es la ruptura del núcleo familiar.
“Es cierto que a veces hay desaveniencias, pero, con frecuencia, son bien llevadas por los padres, pero hay casos en que esas rupturas son extremadamente traumáticas para todo el seno familiar. Esos jóvenes, en definitiva, tendrán mucho más riesgo de caer en las adicciones”.
La sustancia que no está presente en el cerebro
Según la neuróloga ecuatoriana Lissette Duque, la estructura del cerebro en jóvenes y adultos es la misma, aunque con la edad hay algunas partes de este que maduran.
Lo que sí lo diferencia entre adolescentes y adultos es la cantidad de mielina; en los jóvenes, la cantidad es significativamente menor.
La mielina es una membrana grasa que aísla cada nervio en el cerebro y la médula espinal como una funda de plástico alrededor de un cable eléctrico.
Esta es la envoltura protectora que garantiza la transmisión normal de los mensajes nerviosos de una parte del cuerpo a otra.
La rápida conducción de los impulsos nerviosos a lo largo de las fibras nerviosas es fundamental para las funciones motrices y sensoriales, y la integración en el sistema nervioso central (el cerebelo y la médula espinal) y el sistema nervioso periférico (los nervios).
“La diferencia más objetiva entre el cerebro de un adolescente y el de un adulto no es la estructura, sino el funcionamiento de este órgano que se forma en base a las experiencias”. Como dice la especialista, todo queda guardado allí.
“Los chicos y las chicas son más impulsivos que los adultos porque tienen menos experiencias guardadas en su cerebro. Cuando recordamos las consecuencias de nuestros actos sabemos poner freno para no volver a cometerlos, pero eso ocurre solo cuando hay un bagaje de experiencias previas y lecciones aprendidas.
El alcohol daña el cerebro
Son numerosas las investigaciones en las cuales se revela que el alcohol provoca más daños al cerebro en desarrollo de los adolescentes de lo que se solía creer. Al mismo tiempo, le causa lesiones significativamente mayores que al de los adultos.
Los jóvenes soportan más bebiendo y también dañan más sus funciones cognitivas.
De acuerdo con el diario español El País, una de las zonas más afectadas es el hipocampo, que resulta crucial para la memoria y el aprendizaje.
Estas evidencias contradicen una vez más la afirmación de que la gente puede beber mucho durante años sin sufrir lesiones neurológicas significativas.
Es así que un gran consumo de alcohol a una edad temprana podría socavar las capacidades neurológicas necesarias para protegerse del alcoholismo.
Buscando experiencias nuevas
Hay especialistas que consideran que esa continua búsqueda de sensaciones puede llevar a experimentar actividades positivas, como las ganas de conocer gente nueva o, por ejemplo, crear un círculo de amigos más amplio, lo que generalmente los hace más sanos, seguros y exitosos.
De manera más amplia, esa cacería de sensaciones proporciona la inspiración necesaria para “salir de la casa” y ponernos en terreno nuevo, como dice Jay Giedd, investigador pionero del cerebro adolescente, quien brindó una entrevista a la revista National Geographic.
En una de estas publicaciones se aborda, precisamente, la adolescencia desde un aspecto fisiológico. Es así que en esta etapa, el cerebro alcanza una sensibilidad máxima a la dopamina, neurotransmisor que, al parecer, prepara y activa los circuitos de recompensa y favorece el aprendizaje de patrones y la toma de decisiones.
Esto ayuda a explicar la rapidez de los adolescentes para aprender y su extraordinaria receptividad a las recompensas, al igual que sus reacciones entusiastas, y a veces melodramáticas, tanto ante el éxito como ante el fracaso.
De manera similar, el cerebro en esta faceta es sensible a la oxitocina, hormona que, entre otras cosas, hace que las conexiones sociales sean particularmente gratificantes.
La adolescencia también es concebida como una etapa determinante en la que se empieza a desarrollar su independencia e identidad y para ello esta función de “aprendizaje a toda marcha” guiada por el sistema de recompensa del cerebro es decisiva.
En otras palabras, conocerlos, entenderlos y crear relaciones es esencial para mejorar las relaciones con ellos.
Sabemos que la adolescencia es una etapa de cambios, los cuales también contribuyen a la reafirmación de su identidad. (I)
Los adolescentes, con frecuencia, ignoran las críticas de sus padres
De acuerdo con un estudio de las universidades de Harvard, Pittsburg y de California, los cerebros de los jóvenes prácticamente se desactivan al escuchar críticas de sus madres. El estudio está basado en la observación y registro de las reacciones del cerebro al visualizar imágenes durante 30 segundos en las que aparece la madre criticándolos.
Se observó que en ese momento los cerebros de los adolescentes registraban mayor actividad en áreas relacionadas con emociones negativas y se reducía en las zonas del control emocional. En resumen, sus cerebros se apagaban y de alguna manera se negaban a asumir los argumentos expuestos.
La conclusión de dicho estudio es que el cerebro del adolescente reacciona aumentando la reacción emocional y disminuyendo el control cognitivo. (I)
Datos
Los adolescentes necesitan reafirmar su identidad y para ello han de compartir unos “ritos” específicos: la aparición de la rebeldía, la transgresión, la búsqueda de nuevas sensaciones, la presión de grupo, entre otros.
En esta etapa de la vida, el consumo de tóxicos puede perturbar la función cerebral en áreas críticas.
Entre ellas se destacan la motivación, la memoria, el aprendizaje, el juicio y el control del comportamiento. (I)