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Ecuador, 23 de Diciembre de 2024
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Ciudadanía

La movilidad pone barrotes diarios a sus vidas

Aracely Arteaga sale de su casa solo cuando tiene cita médica. Allí ha improvisado una pequeña tienda para costear sus gastos.
Aracely Arteaga sale de su casa solo cuando tiene cita médica. Allí ha improvisado una pequeña tienda para costear sus gastos.
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Aracely Arteaga Castro es una de las 94.043 personas que tienen algún tipo de discapacidad, en Guayas, según datos que maneja el Registro Nacional de Discapacidades, hasta 2015.

Ella tiene 48 años. Nació en el cantón Montalvo, provincia de Los Ríos, pero desde pequeña se trasladó a Guayaquil, pues a los 11 meses fue víctima de la poliomielitis. La mayor parte de su vida permaneció en el sector de Bolivia y Antepara, sur de la ciudad, por lo que no sintió mayor complicación para movilizarse.

Su niñez y adolescencia la pasó en el internado Perpetuo Socorro (Av. Quito), hasta que decidió independizarse y conseguir un trabajo. Optó por buscar una oportunidad laboral en la Sociedad Ecuatoriana Pro Rehabilitación de Lisiados (Serli), pues este lugar le quedaba cerca de su casa.

Después de hacer una pasantía de un año obtuvo el puesto. Se desenvolvía en el área administrativa, tratando en el día a día con personas que, como ella,  tenían algún tipo de discapacidad.

En 2010, el cambio de residencia trastocó su vida en un ciento por ciento. Ella gestionó su casa propia en Socio Vivienda 1, lo que la llenó de emoción, pues dejaría de pagar arriendo. Sin embargo, la distancia entre su nuevo hogar y su lugar de trabajo demandaba de $ 14 diarios, es decir, $ 7 para ir y $ 7 para regresar en taxi.

Ni pensar en tomar un bus, pues dice que los vehículos no reúnen las condiciones para que una persona con sus limitaciones aborde sola una unidad, menos si no hay rampas por donde  deslizar su silla de ruedas. Su vida, desde entonces, se volvió en un vía crucis.

Todos los días tenía que salir a las 04:00 y esperar por media hora o más que pasara un vehículo (taxi, camioneta) que se apiadara de su condición y la quisiera trasladar. Llegaba a las 05:00 a Serli y de ahí debía esperar, a la intemperie, hasta las 08:00, para poder ingresar a las instalaciones.

No podía salir más tarde de su casa, pues la persona que se ofreció a trasladarla le exigía que madrugara, porque debía cumplir con otras obligaciones.

Así pasó 5 años, tiempo en el que su salud se fue deteriorando, al igual que su estado de ánimo. Faltaba al empleo de forma recurrente y eso le ocasionaba descuentos en su sueldo.

Un compañero de labores, al ver su delicado estado, le sugirió a Aracely, que se jubilara. Para sustentar esta propuesta le hizo ver que todo lo que ganaba lo estaba desembolsando en movilización y medicinas.

Sin pensarlo más, ella decidió renunciar, faltándole aún 5 años para su jubilación patronal. Desde entonces, la mujer percibe $ 200 al mes. Aun así, dice que se siente más tranquila y mejor de salud.

Pero el problema de su movilidad sigue latente. Ella enfatiza que como cualquier persona siente deseos de salir a pasear, de ir al cine, de recorrer la ciudad, pero es un ‘lujo’ que no se da, pues no puede abordar un bus y los taxis —si la llevan— no hacen la excepción en el costo que es del 50% menos para personas con discapacidad.

Al borde del suicidio

A José Quishpe Quinde la vida le sonreía. Era padre, esposo y un trabajador incansable. Ahora sigue con el mismo rol, solo que lo asume desde una silla de ruedas.

Hace 7 años, cuando se movilizaba en una bicicleta, a la altura de la 26 y la G, suburbio de la ciudad, fue impactado por un taxi, que lo lanzó contra una vereda. Quedó inconsciente, pero al día siguiente se levantó como que nada había pasado.

“Después de 7 meses me quedé inválido; se formó un coágulo de sangre en la médula (ósea) que me fue creciendo y me la estranguló, a raíz de eso se me durmió el cuerpo del ombligo para abajo”.

Cuatro cirugías han mejorado aparentemente su estado, pero los dolores son demasiado fuertes. “Un día pensé en suicidarme, pero me entregué a Dios para que me diera fortaleza; soy padre y madre de 2 hijos y tengo que luchar por ellos”.

Es la reflexión que hace Quishpe, quien como Arteaga, también sufre por la movilización, tanto así que 2 veces se ha caído saliendo de un bus de la Metrovía y una de esas quedó inconsciente. Ellos, que forman parte de la Asociación de Hemipléjicos, Parapléjicos y Cuadripléjicos (Asopléjica) —que reúne a 150 discapacitados en Guayas— tienen una lucha encabezada por la presidenta de la institución, Betzabeth Pilaloa, y es sensibilizar a la sociedad sobre sus limitaciones y que no sean indiferentes a ellas. (I)

Aunque es difícil salir de su casa, ubicada en la 26 entre la E y la F, en el suburbio, José Quishpe trabaja 2 días a la semana en una naviera, cerca de Solca. Foto: William Orellana / El Telégrafo

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