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El Telégrafo
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La misión fallida para matar a Pinochet cumple 30 años

Portada de Los Fusileros,  reeditado luego de  10 años de  su primera publicación.
Portada de Los Fusileros, reeditado luego de 10 años de su primera publicación.
28 de agosto de 2016 - 00:00 - Alejandro Tapia, corresponsal en Chile

-¡Atacan a la comitiva! ¡Atacan a la comitiva!, se escuchó en las radios de la policía.

-¡Lo matamos! ¡Lo matamos!, gritó eufórico ‘Tarzán’, uno de los miembros del comando del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) que minutos antes había atacado a la comitiva del general Augusto Pinochet.

-¡Somos libres! ¡Viva Chile mierda!, dijeron otros frentistas que aquella tarde del domingo 7 de septiembre de 1986, se habían propuesto dar muerte al dictador chileno en la zona del Cajón del Maipo, en las afueras de Santiago, justo cuando Pinochet regresaba a la capital tras un fin de semana de descanso.

-No, compadre, se nos fue. Cagamos, dijo ‘Sacha’, otro frentista, al percatarse de que Pinochet había sobrevivido a la emboscada del Frente.

El plan era perfecto. Aquel domingo, una veintena de ‘fusileros’ del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, el brazo armado del Partido Comunista chileno, se había propuesto concretar una misión secreta que venía maquinándose desde comienzos de los 80, cuando nació el FPMR: matar a Pinochet, como el último recurso para poner fin a la cruenta dictadura iniciada tras el golpe de 1973. Pero algo falló, algo salió mal, una mezcla de azar y mala suerte para estos frentistas, que proclamaban una guerrilla urbana y la lucha armada contra el régimen militar.

La temeraria acción, que pasó a la historia como uno de los hechos más relevantes durante la dictadura de Pinochet, terminó con 5 muertos y 11 heridos –todos parte de la escolta de Pinochet o policías-, pero los frentistas no lograron su objetivo. A partir de entonces se inició una feroz cacería para detener a este comando, con una sanguinaria represión de por medio por parte del régimen contra sus opositores de izquierda, pero también una historia paralela sobre traiciones y muerte al interior del propio Frente Patriótico Manuel Rodríguez.     

Es este último episodio en el que pone hincapié el libro Los Fusileros, crónica secreta de una guerrilla en Chile, del periodista chileno Juan Cristóbal Peña, que a 10 años de su publicación original, se reedita con un epílogo que revela el destino de aquellos frentistas que intentaron nada menos que matar a Pinochet en la cuesta Las Achupallas, en el Cajón del Maipo, aquel 7 de septiembre, hace 30 años.  

La emboscada

No eran los mejor preparados. Tampoco todos habían recibido entrenamiento militar en Cuba. Ni eran altos y barbudos, como hizo creer el régimen de Pinochet después de que el comandante en jefe del Ejército sobreviviera, casi de milagro, al ataque en su contra. El comando que intentó matar a Pinochet era un grupo de jóvenes chilenos de estratos bajos, con militancia en las juventudes comunistas, pero con insuficiente preparación militar, que provenía de La Pincoya, una de las poblaciones más pobres de la periferia de Santiago, pero también de los cerros populares de Valparaíso y, los menos, hijos de exiliados que derivaron en Cuba y que formaron parte de la guerrilla sandinista que derrocó a los Somoza en 1979 en Nicaragua. También este comando lo integró una mujer, Cecilia Magni (la comandante Tamara), cuyo origen familiar se encontraba en la clase alta chilena.      

Tal como sostiene Peña en su libro, entre los fusileros se encontraba un escolar, un gasfíter, un bombero, un fisicoculturista, un cantautor, un exseminarista, un exestudiante de cine y otro de filosofía, “que cayeron en el olvido y corrieron suertes dispares”. “Los fusileros eran jóvenes excepcionales con una vida común, como la de cualquiera. Gente como cualquiera dispuesta a dar la vida por la caída de la dictadura y que en su mayoría, a diferencia de lo que podría pensarse, no tenía instrucción militar ni mayor experiencia en combate. Eso explica en parte la suerte de esa misión”, explica Peña a EL TELÉGRAFO.

El plan original de la llamada Operación Siglo XX era atentar contra Pinochet en agosto de 1986 colocando explosivos debajo de la carretera en la zona de Las Vizcachas, justo donde comienza el Cajón del Maipo, lugar donde Pinochet tenía una de sus viviendas de descanso.

Los frentistas arrendaron una casa en esa zona e incluso alcanzaron a cavar un túnel, pero los explosivos que debían ser utilizados para ese propósito fueron descubiertos y decomisados tras la fallida internación de armas por Carrizal Bajo, en el norte del país.

Por eso, los frentistas tuvieron que improvisar y desde ese momento las cosas salieron mal. Para el ataque contra Pinochet los fusileros entrenaron con lanzacohetes RPG7, pero finalmente tuvieron que usar M72 LAW estadounidenses. Luego de desechar la opción de hacer explotar el Mercedes Benz que utilizaba Pinochet, se optó por la emboscada en la cuesta Las Achupallas, ya que el lugar era perfecto para tal objetivo. Incluso, por la geografía del lugar, que incluye un acantilado y que además no permite las señales de radio, se suponía que el plan no podía fallar.

Para realizar su acción secreta, los frentistas rentaron una casa cerca de Las Achupallas y aquel domingo se dividieron en tres grupos para atacar la comitiva de Pinochet, que incluía dos Mercedes Benz blindados, mediante fusiles M16, granadas de mano de fabricación casera y lanzacohetes LAW. Pero el primer problema fue que el auto de Pinochet no estaba debidamente identificado, pero más grave aún para las intenciones del FPMR, fue que los cohetes no se dispararon y que el proyectil que justo dio en la ventana del vehículo en el que se encontraba el entonces general, no se activó porque la distancia no era la adecuada.

Cuando la comitiva de Pinochet cruzó la cuesta, los frentistas comenzaron a disparar a mansalva. Además, el auto del dictador debió retroceder, ya que el comando del Frente interpuso en el camino una casa rodante que emboscó al resto de los vehículos. La comitiva de Pinochet respondió al fuego de los tiradores, pero fueron cayendo uno a uno, sin margen de maniobra. Varios se lanzaron barranco abajo, hacia el río Maipo. Pinochet se encontraba en su vehículo junto a su nieto Rodrigo García, de 10 años.

En medio de una feroz balacera, el auto de Pinochet logró retroceder y eso salvó su vida. Días después el Mercedes fue exhibido frente a La Moneda y la prensa afín al régimen levantó el mito de que justo en una de las ventanas del auto las balas habían formado la imagen de la Virgen, que ‘salvó’ a Pinochet.

En un primer momento, y tal como reaccionó ‘Tarzán’, uno de los frentistas, el comando pensó que la Operación Siglo XX había sido un éxito. De hecho, luego los fusileros se subieron a una camioneta, emprendiendo el regreso a Santiago por la única carretera que conecta el Cajón del Maipo con la capital, haciéndose pasar por guardias de Pinochet, fusiles en mano. La acción era perfecta, pero resultó mal.

La traición

Los frentistas se habían preocupado de no dejar huellas y luego del atentado fallido se refugiaron en varias casas de seguridad. El régimen comenzó entonces a impacientarse por la falta de resultados para arrestar a los hombres que intentaron matar al Comandante en jefe, que a esas alturas llevaba 13 años en el poder.

Poco después todo cambió, debido a una botella de Coca Cola. En ‘Los Fusileros’ Peña cuenta que, de acuerdo con un informe del Departamento de Asesoría Técnica de la Policía de Investigaciones, despachado el 24 de octubre de 1986, la pista que permitió las primeras detenciones de los frentistas fue una huella dactilar que se encontró en una botella de Coca Cola que los tiradores dejaron botada en la casa que rentaron en el Cajón del Maipo.

Las huellas correspondían a un joven que había sido detenido por la policía en una de las tantas protestas contra Pinochet. Se trataba de Juan Moreno Ávila, de 25 años y que respondía al alias de ‘Sacha’. Fue ‘Sacha’ el primero que cayó detenido y tras ser sometido a una serie de torturas delató a sus compañeros, que fueron cayendo uno a uno. En los códigos del FPMR, un combatiente debía dar la vida antes de caer detenido.

Parte importante de los frentistas fueron detenidos y unos pocos lograron salir de Chile. A comienzos de los 90 varios protagonizaron un espectacular escape desde la cárcel pública de Santiago, una fuga de película. Algunos, como ‘Ramiro’, cuyo nombre real es Mauricio Hernández Norambuena, uno de los jefes del frente, se encuentra cumpliendo una pena de 30 años de cárcel en Brasil, por el secuestro del empresario Washington Olivera en 2001.

Pero la mayoría quedó en el olvido. “A mí parecer, la historia de Juan Moreno Ávila, ‘Sacha’, es ejemplar. Criado en una población del norte de Santiago, sin una gran formación política, fue el primero en caer detenido y delató a sus compañeros bajo tortura. Seis años después, a las puertas de la democracia, escapó de la cárcel y desde entonces, y hasta que publiqué el libro, vivió clandestinamente, con una identidad falsa, trabajando como guardia de seguridad en un mall del barrio alto de Santiago. ‘Sacha’ es un ejemplo de sobrevivencia y representa la derrota de la lucha armada contra la dictadura”, comenta Juan Cristóbal Peña.

“Ellos son una suerte de héroes olvidados o no reconocidos de nuestra historia, debido a que fracasaron y a que son parte del bando derrotado. Luego de que la vía armada se hiciera inviable, los fusileros quedaron a la deriva y corrieron suertes dispares, sin pensiones ni seguro social y sometidos hasta el día de hoy a una suerte de sanción moral”, concluye el autor de Los Fusileros. (I)

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