La fuerza del soft power
«No se tiene ni idea cuáles son límites de la fuerza. Lo cierto es que toda la fuerza del mundo no podría convertir a un enemigo en un aliado. Se puede convertir a un enemigo en un esclavo, pero no en aliado. Con toda la fuerza del mundo no podría convertir a una persona fanática en una persona tolerante. Y con toda la fuerza del mundo no podría convertir a quien está sediento de venganza en un amigo». Esto que leo en Judas del israelí Amos Oz —novela que recomiendo— me hace pensar en el poder, en sus formas, en sus usos, en sus límites...
Y me trae a la memoria el concepto soft power (poder blando), un término propio de las relaciones internacionales, pero que, con el paso de los años, fue adoptado, adaptado y algunas veces malinterpretado por numerosos analistas y periodistas. Su creador es Joseph Nye, profesor de Harvard y, en una ocasión, nombrado el intelectual más influyente en la política exterior estadounidense. En su libro Soft Power: The Means to Success in World Politics lo explica de la siguiente manera: «un país puede obtener los resultados que quiere en la política mundial porque simplemente otros países —por querer compartir sus valores, emular su ejemplo, aspirar a lograr su nivel de prosperidad, etc.— quieren seguirle». Así, el poder blando es la capacidad que tiene un actor internacional (se incluye también a ONG, organizaciones transnacionales, empresas, etc.) de influir en otro gracias a su escala de valores, estilo de vida, cultura, relato, política exterior… El curioso índice The Soft Power 30, elaborado por Portland Communications, Facebook y una encuestadora británica, creó seis categorías o subíndices (cultura, educación, tecnología, sector y cultura empresarial, diplomacia y política doméstica) para clasificar a los países según su poder blando. El ranking se encuentra liderado por Reino Unido, Alemania y Estados Unidos (que sería líder indiscutible si no fuera por la percepción de su política exterior).
El soft power se contrapone al hard power (poder duro), la noción más ortodoxa del poder, la que hace uso de los medios militares y económicos. De este modo, el poder duro supone algún tipo de coerción, ya sea física o económica, mientras que el otro es el poder de seducción, de atraer, convencer, enamorar. En esta charla TED, Nye lo explicaba de una forma muy pedagógica: «el poder se puede hacer con amenazas, coerción... palos, se puede hacer con pagos... zanahorias, o se puede hacer que otros quieran lo mismo que uno. Y esa capacidad de hacer que otros quieran lo mismo que uno para obtener los resultados deseados, sin coerción ni pagos, es lo que llamo el poder blando». Retomando la cita de Amos Oz, el poder duro (su «fuerza») es incapaz de convertir enemigos en aliados… el poder blando, sí.
Años después, en 2004, aparecía en escena un nuevo neologismo dentro de las relaciones internacionales: smart power. Con este concepto, superador de los anteriores, Suzanne Nossel, prestigiosa diplomática estadounidense, se refería a la capacidad de los actores de combinar ambos poderes (duro y blando). Un ejercicio efectivo del poder que, según ella, debía implicar múltiples herramientas y enfoques. El término trascendió las fronteras de la teoría cuando, la entonces senadora, Hillary Clinton lo utilizó en su discurso de aceptación del cargo de Secretaria de Estado: «Debemos usar lo que ha sido llamado smart power, la gama completa de herramientas que tenemos a nuestra disposición, tanto diplomáticas, económicas y militares, como políticas y culturales, escogiendo la herramienta más acertada, o la combinación de las mismas, para cada situación». Este pragmatismo fue el que, en mayor o menor medida, sirvió de guía en los últimos años a la política exterior norteamericana. A veces más hard, a veces más soft…
La reciente visita de Obama a Cuba —la primera de un presidente estadounidense en 88 años— selló lo que fue el primer año del «deshielo». Aunque todavía con algunas cuentas pendientes, el vínculo bilateral se restablece poco a poco y, con eso, se abre paso a la vuelta del poder blando norteamericano a la isla. El embargo comercial y económico —un claro ejemplo de coerción económica—, parecería que está por terminar después de casi 60 años o, al menos, esa es la intención de Obama, y Estados Unidos debe, por tanto, desplegar otras herramientas y recursos para ejercer su poder, todos ellos mucho más soft. El analista internacional Carlos Pérez Llana lo explicaba en estos términos en una interesante columna para Clarín: «Obama entendió que con el hard power nada lograría. La clave es el soft power […] Ahora bien, cuáles son los instrumentos del soft power que ahora despliegan los Estados Unidos en la Isla. En la visita quedaron en evidencia: más Google y más emprendedores».
Ya antes de su viaje, Obama había adelantado la existencia de un acuerdo con Google para «empezar a establecer más acceso wifi y de banda ancha» en la isla (sólo entre un 5 % y un 15 % de la población tiene acceso a Internet). Si bien este acuerdo aún no ha empezado a desarrollarse, Google sí que ha logrado abrir su primer centro tecnológico en el estudio del artista plástico y diputado Kcho, donde pronto ofrecerá acceso gratuito a Internet (la foto es curiosa).
Durante su estancia en Cuba, Obama asistió a un foro de negocios en el que participaron representantes de compañías estatales cubanas, los primeros emprendedores cubanos (incluido el cubanoamericano Saul Berenthal, cofundador de CleBer, la primera empresa estadounidense que consiguió licencia para instalarse en el país en más de medio siglo) y una comitiva de líderes empresariales norteamericanos entre los que se encontraban Brian Chesky de Airbnb y Daniel Schulman de PayPal. A esto debe sumarse que Booking se ha convertido esta semana en la primera firma estadounidense autorizada para reservar hoteles online.
Nye decía en su libro que «el comercio es sólo una de las formas en que se transmite la cultura», una de las dimensiones del soft power. La visita de startup norteamericanas, posible por la incipiente apertura económica cubana, fue tan o más importante que la visita del propio Obama. Que Silicon Valley, todo un ícono del soft power del siglo XXI, haya llegado a Cuba, aunque sea por unos días y a través de algunos de sus representantes, es uno de los primeros ejercicios de poder blando de Estados Unidos en Cuba, y de los más eficaces.
La apertura tecnológica y la llegada de Internet será el próximo paso, probablemente el definitivo. Supondrá la difusión del poder de la que habla Nye en The future of power, su último libro, y que tan bien describe Moisés Naím en El fin del poder. Con Internet, el acceso a la información se democratiza y se multiplican las acciones que se suceden fuera del control de los Gobiernos (los micropoderes a los que hace referencia Naím). Obama es consciente de que la expansión de Internet en Cuba allanará el camino para más, mucho más, soft power.
Intenta dejar un legado. Y mejorar las relaciones de Estados Unidos con toda Latinoamérica. Todo esto sin perder su posición de liderazgo y su poder económico, político y simbólico. Del hard al soft, el poder cambia de formas, pero sigue siendo poder.