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La España de Rajoy, ante el espejo
Nada ha vuelto a ser igual en la política de España desde que el pasado 30 de octubre el Congreso dio luz verde a la investidura del conservador Mariano Rajoy como presidente del gobierno. Más que la victoria del líder del Partido Popular (PP), la decisión del Parlamento retrató el hundimiento del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), al que su renuncia a conformar un ejecutivo de cambio con Unidos Podemos ha convertido en una jaula de grillos enrabietados sin líder ni proyecto que hoy lo sostenga. Esto no significa que Rajoy pueda presumir de tener el camino despejado para gobernar a su antojo. Sobre todo porque la situación de minoría en la que se encuentra en un Congreso hostil solo le augura dificultades para sacar adelante su gran mantra para la recién estrenada legislatura: reactivar la alicaída economía española y sofocar la rebelión de los independentistas en Cataluña.
Le guste o no, a Rajoy no le quedará más remedio que jugar a la política suprapartidista y pactar con sus enemigos, aunque esté desentrenado tras toda una vida de mayorías absolutas en el poder. A juzgar por sus primeras confesiones, el presidente del gobierno de España volverá a enarbolar la estrategia “del control del déficit con responsabilidad financiera” que practicó con éxito durante la campaña electoral que le dio la victoria el pasado junio.
Aunque los socialistas, como segunda fuerza parlamentaria, ya han anunciado que no sabotearán las políticas conservadoras por sistema, siguen teniendo en sus manos un arma de corrosión masiva como es la vocería de toda la oposición si es que logra adherir en torno a sus siglas las voces de protesta. Algo difícil de imaginar tras conocerse que las últimas encuestas publicadas esta misma semana predicen un descalabro histórico al PSOE si hoy se celebrasen nuevos comicios. Justo lo contrario de lo que sucede con Unidos Podemos, cuyo estancamiento electoral de junio empieza a ser superado levemente pese a las desavenencias internas que han empezado a aflorar y a la cruzada desatada por parte de la maquinaria del Estado para someterlos.
Ante este panorama, Mariano Rajoy ha optado por mostrar su perfil más magnánimo hacia su enemigo histórico al concederle el tiempo que imploraba para recuperar el aliento, en lugar de convocar unas terceras elecciones en diciembre que hubiera ganado de calle.
Ni la corrupción que ha sentado en el banquillo de los acusados a una veintena de destacados dirigentes del PP, ni los abusos de autoridad cometidos por algunos ministros ni siquiera la política financiera orientada a favorecer a los sectores más adinerados del país han hecho mella en la solvencia de Rajoy como capitán del barco.
El filósofo y diputado socialista Manuel Cruz considera que su mayor éxito es que ha unificado a todo el centro-derecha del país frente a una izquierda desplomada que solo exhibe mástiles astillados y banderas deshilachadas. En un encuentro con EL TELÉGRAFO, Cruz se lamenta que el PP administra esta división a su antojo. “El ejemplo fueron todas las complicidades que Rajoy regaló al PSOE durante el debate de investidura que fueron la munición que luego utilizó Pablo Iglesias para decir que el PP y PSOE son lo mismo ante el regocijo de toda la derecha”, afirma.
A pesar del recorte en las libertades públicas, los desahucios que se siguen ejecutando y de la crisis energética que en invierno impide a miles de ciudadanos pagar la factura de la luz y la calefacción, el PP ha convertido la creación de un empleo volátil y su interlocución con la Troika para negociar con ventaja el desembolso de los 5.500 millones de euros que España debe afrontar en fetiches que esgrime contra el resto de partidos cada vez que alguno osa criticar sus decisiones.
A cambio, el presidente se ha visto forzado a ceder a un clamor que incluso ha contagiado a parte de su partido: el nombramiento de Soraya Sáenz de Santamaría como responsable de enderezar el desafío soberanista catalán a través de la negociación. La vicepresidenta siempre tuvo la ventaja de partir de una postura menos ideologizada que cualquiera de sus compañeros a la hora de negociar con los catalanes más moderados una reforma territorial, quizá de corte federal con concesiones legislativas amplias, que evite el referéndum convocado para septiembre del próximo año. Pero reconocer que solo en el diálogo se encuentra la solución también ha obligado a Rajoy a probar una medicina amarga: aceptar que ha cometido errores.
También parece evidente que la estrategia económica de amortiguar el déficit presupuestario desangrando el gasto público tenía que corregirse, y así lo ha reconocido hasta el propio ministro Luis de Guindos: “Por supuesto que tiene que cambiar”. La duda estriba en si el antídoto para cumplir con las exigencias de Bruselas será mediante una subida de impuestos general o solo al selecto club que acapara dos tercios de la riqueza del país. De los resultados obtenidos dependerá el futuro del nuevo gobierno. (I)