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El perdón permite liberarse del dolor

El perdón permite  liberarse del dolor
Ilustración: Carlos Benavides
17 de diciembre de 2017 - 00:00 - Verónica Endara

Creció sin su padre. La figura paterna la tuvieron su abuelo y su tío. El primero siendo el estricto y el segundo el divertido.

Andrea Ocampo, de 25 años, se percató de que no tenía un papá, al menos que no vivía con él, cuando estaba en la escuela mientras hacía una tarjeta por el Día del Padre. Fue entonces que las preguntas aparecieron.

Su madre, con mucho tino, siempre le dijo que tenía a más personas en su vida cuando Andrea le preguntaba por qué no tiene un padre.

Aunque continuó creciendo sin darle importancia al tema, los cuestionamientos nunca desaparecieron a lo largo de su niñez, adolescencia y juventud. La principal interrogante fue por qué él nunca la buscó.

Andrea tuvo su primer contacto con su progenitor cuando tuvo que realizar algunos trámites para salir del país. Asegura que no se trató más que un saludo cordial.

Si bien creía que no le interesaba la ausencia de su papá, se dio cuenta de que sentía mucho resentimiento cuando supo que él y su madre se habían reconciliado después de más de dos décadas de estar separados, pese a que él nunca estuvo con ella desde que ella nació. Sintió mucha ira al saber que aquel hombre, a quien nunca había visto, quería entrar en su vida.

“Al inicio fue feo. Yo no estaba de acuerdo, no entendía cómo es posible que estén juntos después de todo este tiempo. Empecé a pelear mucho con mi mamá. Todos me decían que debía perdonar por la felicidad de ella”, comentó Ocampo. 

Dolor, enojo y rencor, toda esa mezcla de sentimientos se apaciguó al escuchar la historia completa sobre qué pasó con sus padres. Aunque su mamá Kathia y su papá Claudio fueron pareja mucho tiempo y se amaban, sus padres los habían separado cuando su madre quedó embarazada siendo muy joven.

Claudio trató de contactarse con ellas, pero no lo consiguió. Nunca más supieron nada de él.

Su padre se disculpó por la ausencia de tantos años. Andrea lo aceptó, aunque fue el tiempo el que se encargó de que el perdón sea verdadero. 

Poco a poco, con la convivencia, fue asumiendo la relación de sus padres. Comprendió -dice- que si el destino los separó al inicio fue por algún motivo, tal vez para que su madre se haga más fuerte, y si hoy se vuelven a unir es por alguna razón también. Ver feliz a Kathia es lo que más la conmovió a Andrea e hizo que cediera.

Lo llama por su nombre, nunca le dice papá, aunque ya lo ve como uno. Tiene la confianza de hablar con Claudio de cualquier tema y pedirle ayuda siempre que lo necesita. Su relación ha mejorado con los años. Ocampo aprendió a aceptar y a perdonar.

“Hacerlo está en saber comprender y no juzgar, nadie es intachable en su currículum de la vida”, dijo Ocampo, quien entendió que hace años tal vez sus progenitores no fueron lo suficientemente valientes para enfrentar a sus padres y luchar por lo que querían. Eran otras épocas.   

“Yo me siento tranquila y feliz de verlos juntos, ella (su madre) es la cabeza y él (su padre) es la risa. Es una locura. El destino los volvió a juntar, a la vejez”.

Todos tienen diversas historias en sus vidas en las que han tenido que perdonar a alguien una ofensa. Algunos lo han conseguido y viven tranquilos, otros han preferido alejarse del individuo que los hirió porque no podían perdonar. Al preguntar a varios transeúntes si les resulta fácil perdonar o no, la mayoría concluye en que se perdona, pero no se olvida. Además, que depende mucho de quién comete la ofensa. 

Según Adriana Fornasini, psicóloga clínica, el perdón es poder soltar el dolor que habría generado la acción de alguien en una situación. Se trata de una actitud de desapego y distancia a un sufrimiento.

Para lograrlo, la especialista da algunos consejos. Es muy útil, por ejemplo, ponerse en el lugar del otro para tratar de comprender por qué se comportó de tal modo, qué estaba viviendo en ese momento que lo impulsó a reaccionar de una forma negativa. Así sentirá empatía y ternura por quien le hizo sufrir y eso hará que perdone.  

Otro método para perdonar es tratar de entablar una conversación, presente o no, con la persona que lo hirió para que pueda expresar libremente todo lo que siente y saque todas sus emociones.

Si el individuo que causó la ofensa ya no vive, se podría escribir una carta. La idea es que la persona herida exprese todo su dolor.

Para Fornasini, el sujeto que necesita perdonar debe trabajar en sí mismo, en la búsqueda de su propio crecimiento, en entender qué le da paz, qué le realiza, qué le hace feliz. Muchas veces la persona herida coloca en el centro de su vida a quien la ofendió, no tiene otros sueños o actividades que le den felicidad. Para que no se quede enganchada al dolor debe tener otros recursos en su vida en las que se apoye para salir adelante.

“Es fundamental que la persona herida trabaje en su propia realización, que comprenda que su felicidad no depende de otro(a). Muchas veces ese rencor y ese dolor parten de la idea de que el otro debe hacerme feliz, pero no es así. Todos los seres humanos pueden cometer errores en un momento, pues cada persona trata de lidiar con sus propios problemas y necesidades y a veces se olvida de los demás”, explicó la psicóloga. Añadió que muchas de las ofensas que se cometen en una relación se dan porque la persona no sabe cómo gestionar su malestar. 

Pero, ¿qué pasa si no se perdona? El dolor de la ofensa le hace más daño a la persona que no perdona, le puede llevar a actuar con resentimiento, le impedirá vivir con todo su potencial y no aprovechará las cosas positivas que tiene a su alrededor. La persona puede llegar a generalizar que todos son malos, incluso podría deprimirse y tener trastornos de ansiedad.

Y es que el resentimiento es algo que perjudica bastante a la persona que lo siente, pues hace que se quede en un estado de malestar interior permanente, no le permite sentirse feliz. Alimentar esa emoción negativa hace que pierda atención y energía en algo más positivo. Es así que el perdón beneficia más a la persona herida que a quien cometió la ofensa.

Pero lo cierto es que mientras más cercana es la persona, más difícil será perdonar su ofensa.

Charles Serrano, director de Educación de la Arquidiócesis de Quito, señaló que perdonar no es igual a olvidar. Para perdonar lo primero que se debe hacer es no olvidar la ofensa, porque si se olvida se corre el riesgo de que otra vez vuelva a ocurrir el acto que le causó dolor. Además, recordar esas acciones ayudan a asimilar la fragilidad y debilidad que tiene la otra persona, entonces se perdona.

“Perdonar es darse cuenta de que dejas libre a un prisionero, y después te das cuenta de que el prisionero eras tú”, comentó Serrano. Agregó que el perdón es la libertad que tiene la persona para estar en paz.    

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