Ciudadanía
El estrés también se mide en kilómetros recorridos
Guayaquil es una ciudad de extremos: extremos calores, extremos ruidos y extremas distancias. Esto último debido a que ha crecido por los 4 costados de forma anárquica.
Los márgenes urbanos se ampliaron de tal manera, en los últimos 25 años, que todo comenzó a quedar lejos, desde los guasmos hasta las zonas del noreste, entre ellas, Bastión Popular, El Fortín y zonas aledañas.
Es precisamente desde estos sectores que se trasladan, a diario, hacia el centro de la ciudad, miles de habitantes. Lo hacen porque deben trabajar, estudiar o realizar trámites.
Lourdes Altamirano vive en la cooperativa Pablo Neruda, del Guasmo Norte, a pocos metros de un brazo del Estero Salado. Ella debe, todos los días, levantarse a las 5:00 para poder llegar a tiempo a su trabajo, en una casa de la ciudadela La Joya, en La Aurora, una parroquia perimetral de Daule.
“Lo hago temprano porque mi rutina es larga. Primero camino unas cuadras hasta la parada de la Metro. Allí tengo que esperar a que llegue y pueda entrar, porque a veces viene a reventar y por más que quiera no se puede uno meter”.
Altamirano, quien es madre soltera de 2 menores que quedan a cargo de su madre, completa su trayecto en la Terminal Terrestre, en donde debe coger una cooperativa salitreña que la deja en la ciudadela La Joya. En total, ella pasa de bus en bus algo más de una hora, tiempo durante el cual soporta de todo.
“Ya usted sabe: en la Metro hay desde morbosos hasta ladrones, desde gente hedionda hasta bulliciosos. Esto sin contar con el calor a ciertas horas”. Cuando llega a su casa, lo que más quiere es descansar, aunque es lo que menos puede hacer debido a los quehaceres.
Rosa Lindao, sin usar la Metro, realiza similar travesía. Trabaja en la bahía y, desde hace 10 años, vive en las Orquídeas, en donde compró una casa gracias a un préstamo hipotecario.
Cuenta que su trayecto es un verdadero caos, tanto que, a veces, ha sentido ganas de bajarse porque siente claustrofobia. “Yo me embarco en la línea 131, pero, especialmente a la salida, se demora una barbaridad. El tramo que recorre por la avenida Orellana es terrible. Mucha gente, del cansancio, se duerme y hasta se pasa del lugar donde debe quedarse”, cuenta Lindao quien, pese al tiempo que ha vivido estos problemas, no logra acostumbrarse.
A este grupo de personas se unen los estudiantes universitarios que vienen desde otros cantones, en donde no hay extensiones académicas.
Es el caso de Joselyn Floreano, quien todos los días llega a la Universidad de Guayaquil desde Babahoyo, para estudiar Administración de Empresas. “A veces me quedo donde un tío, pero la mayoría de las veces tengo que viajar. Es un poco cansado, pero no queda otra”.
“Un animal de costumbres”
Para la doctora Blanca Zea, con un posgrado en Sicología por la Universidad Complutense de Madrid, las personas que recorren grandes distancias en situaciones incómodas pueden sufrir ciertos trastornos.
“Aunque el hombre es un animal de costumbres y, a veces, termina acostumbrándose a ciertas incomodidades o situaciones, no hay que descartar que estos problemas alteren la personalidad de un individuo”.
Aclara que, aunque son cambios momentáneos, estos pueden complicarse por factores asociados a la alimentación o al cuidado de la propia persona.
“La primera comida de una persona es el desayuno. Si no lo hace y, encima, sufre vejámenes en su rutina de viaje, esa persona tendrá complicaciones. Su desempeño no será el mismo, en cualquier ámbito”. (I)