Todavía, y a pesar de que hay muchas mujeres trotamundos, se cuestiona la capacidad de las mujeres de viajar solas. No solo son capaces de hacerlo, sino que, según varias encuestas, el público femenino viaja más en solitario que los hombres.

Quienes han vivido esta experiencia aseguran que una de las mejores vivencias es renunciar a los apegos, aquellos que, en apariencia, nos dan mayores seguridades. Solo cuando se renuncia a los apegos, las mujeres son capaces de constatar en qué medida dependen de la familia, del esposo y de los hijos para viajar. En realidad, son pocas las ocasiones en las cuales las mujeres pueden disfrutar de estar solas. Detrás de todas sus ocupaciones y de su infatigable quehacer diario, lo que se esconde es el miedo a quedarse a solas, con su realidad personal, y a enfrentarse con sus sentimientos más íntimos.

Aunque muchas mujeres viajan en grupo, otras, quizá más valientes, prefieren hacerlo sin compañía, porque han aprendido que los momentos de soledad son enriquecedores.

Viajar solas permite abrirse mucho más al mundo. Los seres humanos están tan habituados a tener siempre a alguien al lado, que siempre será bueno ponerse a prueba a sí mismos en soledad. Las mujeres que toman la decisión de emprender un trayecto por sí solas, aprenden a adaptarse de una forma más rápida y eso se aplica también en la vida cotidiana. Aunque existen crónicas de viaje que describen estas experiencias, lo ideal es vivirlo y asumir los riesgos.