La huella que dejan los cibernautas al navegar por la Red es indeleble. No importa cuánto se esfuercen por borrar su rastro, cada computadora desde la cual se conectan tiene una suerte de cédula de identidad, un número de identificación, que puede ser ubicado en cualquier lugar del planeta. Si podemos ser ‘localizados’, el anonimato en la Red es y continúa siendo una simple utopía.

Aunque desconocen cómo nos llamamos y qué edad tenemos, quienes ‘husmean’ en la gran autopista de la información, adivinan si somos hombres o mujeres, una conclusión a la que llegan basados en los gustos y preferencias de búsqueda. Incluso nos asignan un rango de edad y hasta prevé nuestros patrones de consumo.

Tras el escándalo desatado por el consultor tecnológico Edward Snowden, los usuarios de Internet comenzaron a preguntarse ¿hasta dónde llega la vigilancia virtual? Y, ¿cuánto saben de nosotros quienes administran los programas de vigilancia virtual?

Hace unas semanas, más de un centenar de empresas tecnológicas alertaron al mundo sobre las presiones que recibe el Presidente de Estados Unidos, Barack Obama, para facilitar el acceso a los datos de los cibernautas a organismo como el FBI. En una carta abierta, pidieron al mandatario que no permita la intromisión de estas organizaciones a la Red. Con la importancia que ha adquirido Internet en nuestras vidas, la privacidad en la Red se ve ciertamente como un derecho humano y hay que exigir que se cumpla.