Durante mucho tiempo se creyó que la carne del pollo y las gallinas era una de las más saludables y, de hecho, lo es, pero siempre y cuando provenga de gallinas criadas en el campo, con una alimentación basada, sobre todo, en el maíz y libre de hormonas y antibióticos.

Lo que más preocupa es que el pollo comercial también puede tener niveles de arsénico, como lo revelan varios estudios científicos dados a conocer por la propia Agencia de Alimentos y Medicamentos de EE.UU. (FDA) hace apenas 2 años. A nivel clínico aún existen controversias acerca si el arsénico provoca cáncer, discapacidades mentales, cardiopatías, diabetes tipo 2, y abortos, entre otras patologías.

Ante tantas evidencias, la industria avícola, en particular, en Estados Unidos, se ha defendido y argumenta que esos niveles están muy por debajo de los considerados peligrosos por las normas de seguridad.

En realidad, esas normas se establecieron en los años 40 cuando los científicos tenían menos conocimiento del efecto de este y otros componentes químicos. Hoy en día, decenas de investigadores han advertido que los antibióticos que se suministran a los pollos hacen que estos crezcan tan grandes y tan rápido que, con frecuencia, pueden quedar lisiados por su propio peso.

Si optamos por comer carne de pollo, hay que procurar que estos sean menos industrializados. Siempre será más saludable, comer la carne animales que vivan en corrales, en semilibertad, funcionando con los horarios de luz solar, picoteando hierbas y escarbando para buscar lombrices.