El esfuerzo de subir a la montaña
El éxito del montañista se mide en metros de altitud y en la capacidad para sobrellevar con estoicismo las duras condiciones que impone la naturaleza. Durante mucho tiempo, esta forma de concebir el éxito se ha visto superada por una visión más humana y quizás más cercana, más real: el montañista no deja de ser exitoso cuando sabe reconocer que es hora de retirarse, de renunciar a un ascenso que encierra una mayor complejidad de la prevista. Ese saber rendirse para volver a intentarlo es, a menudo, considerado un fracaso. Lo interesante es que la historia del alpinismo está llena de renuncias y de intentos fallidos.
Quienes han dedicado su vida a esta disciplina han sabido sobreponerse a los obstáculos y en cada fracaso encuentran una poderosa razón para entrenarse aún mejor. Aunque el montañismo fue durante décadas un deporte de élite, cada vez hay más aprendices dispuestos a convivir con el peligro con el único propósito de llegar a la cumbre, guiados siempre por un andinista. De algún modo, el montañismo se democratizó con la aparición de los clubes para aficionados.
Sus experiencias no aparecen en las páginas de la historia de las grandes ascensiones, pero ha provocado que un mayor número de personas, sin ninguna experiencia, decida emprender el tortuoso camino para conquistar la montaña. Ninguno de ellos aspira a que su ascenso se convierta en el espectáculo mediático que acaba siendo su esfuerzo en un tránsito ineludible a la fama.