Cuenca se levanta en medio del trabajo y romanticismo de su gente
Hoy 3 de noviembre, la tercera ciudad de Ecuador, Cuenca, conmemora 198 años de independencia. Su arquitectura aún es la “envidia” del país, al igual que sus museos, iglesias y parques.
“Nadie se puede confundir desde el cielo. Cuenca tiene un color ladrillo”, expresó Jorge Peña, pequeño empresario que destaca a la ciudad por su techo cubierto con teja y sus paredes de ladrillo.
Para el presidente de la Cámara de la Construcción, José Jaramillo, el cuencano se caracteriza por ser muy particular en sus gustos y, especialmente, en sus construcciones. “Conserva la tradición de colocar la teja que le da un color particular y una belleza única”, indicó Jaramillo.
Según un informe de la Cámara de la Construcción, Cuenca es el segundo cantón con mayor número de permisos de construcción en el país.
Esta tendencia se mantiene, incluso para el año 2019. “Cuenca es una ciudad en constante crecimiento, esto debido al esfuerzo de todos los ciudadanos”, dijo Jaramillo.
El turismo se incrementa
“Cuenca no solo es la Catedral”, manifestó entre sonrisas Juana Molina, de 72 años, quien vio “crecer” poco a poco la ciudad. “En mi juventud llegar al parque de La Madre era lo máximo, de allí eran solo quintas”, señaló. Agregó que la ciudad aún se extiende, tanto por el norte como por el sur.
Para muchos, el crecimiento ha hecho que los cuencanos se alejen y no visiten “lo que tienen a mano”.
La calle Santa, reabierta en 2017, luego de 50 años, ahora es visitada para “conocer” cómo era esa arteria que en 1557, con la fundación de Cuenca, se convirtió en linderos o separaba la parte norte con la del sur de la pequeña ciudad de entonces.
Metros más allá, ingresando por la Catedral Nueva o Catedral de la Inmaculada, se encuentran las criptas, en las cuales están sepultados sacerdotes y hombres ilustres de la ciudad cuencana.
Este espacio solo se abre en fechas especiales para que los turistas puedan visitarlo. Monseñor Luna Tobar fue el último sepultado en este sitio, que es administrado por la Curia de Cuenca.
En la calle Sucre, a pocos metros de la Catedral y al interior del Salón del Pueblo de la Casa de la Cultura, se puede conocer el olivo más antiguo de la ciudad.
El árbol, que consta en los escritos de la Casa de la Cultura, tiene más de 300 años. Su tronco fuerte y sus hojas verdes, además de dar buena sombra, cuidan la casa patrimonial.
Caminar por el Barranco del Tomebamba no es solo para románticos, músicos y poetas, sino también para los turistas. Este espacio tras su regeneración es visitado a diario por los turistas, desde el sector del Puente Roto hasta el Puente del Vado, siguiendo la orilla del río Tomebamba. (I)
El traje típico de la Chola Cuencana no se ha perdido a pesar de la innovación en la moda. Foto: Fernando Machado / El Telégrafo
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Cuencanos aún sufren de “mamitis”en el siglo XXI
Han transcurrido 198 años desde su independencia y todavía los cuencanos mantienen las buenas costumbres.
Asistir a misa, comer en familia, poner teja y cruz sobre su casa, tomar café a media tarde y visitar a la mamá el fin de semana, lo que llaman “mamitis”, no se ha perdido, al contrario sigue vigente.
Para el escritor Oswaldo Encalada, Cuenca al ser una ciudad de costumbres muchas vivencias del pasado se quedaron, incluso las heredaron los hijos. “Por ejemplo, los serenos aún se mantienen entre los cuencanos, pero no de forma caballerosa como antes”, manifestó.
Agregó que hace 50 años para que los cuencanos se enamoraran, necesitaban mucho tiempo para cortejar a una persona.
Otra de las costumbres que mantienen es almorzar juntos. A diferencia de otras ciudades, la madre o la esposa los espera con el almuerzo. Los cuencanos, la mayoría, no comen fuera, sino que prefieren la sazón de su casa.
De igual forma en la parte central de la ciudad cuencana, muchas de las viviendas mantienen el patio, el traspatio y la huerta, para acoger durante los fines de semana a los familiares que los visitan. (I)
El tranvía es el proyecto que espera mejorar el transporte masivo en el casco urbano. Foto: Fernando Machado / El Telégrafo