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La empresa funcionó entre 1927 y 1982

La Fábrica Imbabura cuenta la historia textilera

Las actuales instalaciones tienen 4 áreas de museo, a través de  las cuales es posible conocer su historia. Foto: Edwin Solano Espinosa
Las actuales instalaciones tienen 4 áreas de museo, a través de las cuales es posible conocer su historia. Foto: Edwin Solano Espinosa
16 de agosto de 2015 - 00:00 - Edwin Solano Espinosa

Cuando el sonido de la sirena de la Fábrica Imbabura se activaba, empezaban las clases en escuelas y colegios. Al interior de la factoría, los trabajadores encendían sus máquinas con las que tejían no solo el desarrollo del cantón, sino de la provincia. La estructura, ubicada en el sector del Caserío de Lourdes, hoy Andrade Marín, era considerada un importante centro de producción textil. Desde la llegada del algodón, hasta la producción de las telas, el proceso requería 15 días.

Luis Humberto Espinosa, trabajador de la textilera cumplía varios turnos. Su jornada empezaba a las 07:00 y finalizaba a las 18:00. Para llegar a las instalaciones debía caminar alrededor de 20 minutos.

Era una caminata que demandaba esfuerzo, porque tenía que subir por calles empinadas. Durante mucho tiempo, las telas de la fábrica fueron distribuidas a las bodegas de Quito y Guayaquil a través del tren.

El producto se embarcaba en la estación situada a escasos 100 metros de la fábrica. Años después las telas eran transportadas en grandes camiones de carga.

Se presume que la tela que se producía en Imbabura habría llegado hasta Alemania, durante la Segunda Guerra Mundial, ya que en el registro de facturación de la empresa, existen envíos que así lo confirman. Según Luis Humberto Espinosa, la Tela Imbabura, una gabardina de alta resistencia que producía la fábrica, pudo ser empleada para la elaboración de los uniformes militares.

La Fábrica Imbabura vivió 3 décadas de apogeo, en las que se convirtió en un referente de la provincia. Además de los textiles, la fábrica también era propietaria de la radio La Voz del Obrero y uno de sus locutores fue Jacinto Cadena.

Luis Humberto Espinosa ingresó como obrero a esta empresa durante la Administración de Otto Seifir, (1929 – 1962), años en que la fábrica producía a su máxima capacidad.

Poco tiempo después, la dirección de la textilera pasó a manos de Araujo Luna, quién duró poco tiempo en el cargo.

En 1963, llegó desde España José Villageliu, quien se desempeñó como administrador. Espinosa recuerda que desde la administración de Villageliu comenzó el declive de la empresa, pues las telas comenzaron a reducir su calidad.

El resultado era el previsible: las ventas bajaron, y la excesiva producción que no se vendía, se deterioraba al interior de las bodegas. En consecuencia, se redujo el horario de los trabajadores, y de los 2 turnos que cumplían, solo permaneció el de la mañana, que contemplaba 4 horas de trabajo. Quienes laboraban en estas condiciones percibían un sueldo de 130 sucres a la semana, que era un salario por debajo de los estándares de la época.

En 1964 se suscitaron serios problemas entre el administrador y los trabajadores. Espinosa recuerda que en ese entonces, un grupo de trabajadores se reunió en la estación del tren.

Los ánimos estaban caldeados no solo entre los obreros, sino también entre la población. Muchas personas se subieron por el portón de ingreso a la fábrica y pasaron a las oficinas de la gerencia, donde agredieron a Villageliu.

Luego lo sacaron de su oficina y lo llevaron hasta la línea férrea, donde en medio de la multitud que lo golpeaba, intentó abrirse paso y consiguió llegar a la iglesia de Andrade Marín para pedir refugio.

Tras estos hechos, son varias décadas que la fábrica se encuentra cerrada, a pesar de que se intentó reabrirla, esto no fue posible por los desacuerdos entre el Estado y los trabajadores, desde entonces, la actividad textil sigue siendo el motor productivo del cantón Antonio Ante, que ha llegado a ser ejemplo en desarrollo a nivel nacional, con los índices más bajos de desempleo.

Las instalaciones de la Fábrica Textil Imbabura fueron restauradas como museo con el apoyo del Gobierno Nacional.

Luis Humberto Espinosa dice que las instalaciones han sido modificadas. “Aquí ya no hay casi nada, todas las máquinas están desbaratadas” comenta, con sorpresa.

Al llegar a una de las salas identifica una de sus máquinas. Es una torcedora de hilo que él operaba. Su trabajo era crucial en el proceso de producción, pues se constituía en uno de los primeros pasos en la elaboración de las telas.

Espinosa parece guía del museo, explica con lujo de detalles, la historia de cada rincón de este emblemático lugar. Explica, además, cómo el algodón se convertía en tela hasta salir finalmente a la venta. En realidad, este imbabureño parece recordarlo todo. (I)

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