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LOS HEBREOS LLEGARON AL PAÍS, Y SOBRE TODO A CUENCA, A FINALES DE 1930 Y DURANTE 1940

Teddy King, el Toledo y la gastronomía: los bares judíos

En estas casas, en el centro histórico de Cuenca durante los años 40, funcionaron bares, en especial el denominado Varsovia. Foto: Cortesía
En estas casas, en el centro histórico de Cuenca durante los años 40, funcionaron bares, en especial el denominado Varsovia. Foto: Cortesía
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Cátedra Abierta de Historia
Facultad de Filosofía

Natan Lewin, un hombre de andar pausado y gestos nerviosos, se prepara para abrir la crujiente puerta del café-bar Varsovia, como si eso le permitiera librarse de los fantasmas que lo atormentan.

La oferta de platos europeos tienta a los cuencanos que acuden al salón para, al son de la Orquesta Austral, disfrutar de una gastronomía diferente y sofisticada que se servía a la carta.

Por algunos meses funciona en la calle Gran Colombia, pero el éxito es tal que en 1940 debe abrir una extensión del Varsovia en la calle Bolívar, frente al parque Calderón.

Al fin parece sonreírle la suerte.

Se desconoce casi por
completo la historia
de los bares judíos
que funcionaron en el corazón de Cuenca.

El Toledo logró fama
entre los cuencanos
por su exquisita
cocina, sobre todo
la alemana.
Los judíos llegaron al país, y a Cuenca, a finales de 1930 y durante 1940, uno de los escapes posibles a la persecución de que eran víctimas en Europa. Un largo viaje que emprendieron sin hablar una sola palabra de español, en tren, vapores transatlánticos, a pie y en mula, les lleva a la distante América del Sur y llegan a Bolivia y Ecuador en donde, a pesar de recelos y limitaciones, les ofrecen residencia, temporal o permanente, y la oportunidad de trabajar en la agricultura o en una industria que fuese productiva, según las leyes ecuatorianas que habían sido reformadas para las nuevas circunstancias.

Su presencia en la ciudad es parte de nuestra historia. Por ahora queremos hablar de los bares que prendieron las noches de la andina Cuenca.

Se desconoce casi por completo la historia de los bares judíos que alguna vez funcionaron en casas ubicadas en el corazón del centro histórico de nuestra ciudad; sin embargo, su recuerdo está presente en quienes tuvieron la oportunidad de conocer a las familias judías dueñas de estos negocios, forjar amistades perdurables y disfrutar de aquellos locales que brillaron por su gastronomía, nuevas costumbres y por su música, motivos todos de novelería que cambiaron por completo la noción de disfrute del tiempo libre de sus clientes.

En marzo de 1942 abrió sus puertas el bar-restaurante Toledo, de propiedad de José Katz y Alberto Lichtenstein, una sociedad que dio lugar al negocio judío más recordado por los cuencanos.

El establecimiento, anunciado como la sorpresa de Cuenca, se ubicó en las calles Presidente Borrero y Mariscal Sucre. “En una antigua casa, de aquellas que existían en Cuenca en esa época, la misma que desapareció”, recuerda el historiador Manuel Carrasco, dejando en su lugar el edificio moderno que ocupa el Banco del Austro.

La fama llegó por su gastronomía

El Toledo alcanzó fama entre los cuencanos inmediatamente por su exquisita cocina europea, esencialmente alemana, y pronto debió ampliar sus instalaciones.

Una reserva anticipada, algo antes impensado, era necesaria para conseguir una mesa y ser atendido por el propio Lichtenstein en sus ya afamadas cenas bailables.

Nunca faltaron los excelentes vinos y los postres, siempre había un gran surtido de pastas vienesas con crema de leche, que fueron el toque característico del lugar.

Es innegable, según testimonios, que las damas judías eran excelentes cocineras. Así se podía degustar de platos como: plumpudding a la vienesa o pollo a la húngara.

No se puede concebir el Toledo sin la presencia del enigmático y talentoso Teddy King, nombre artístico de Otto Lichtenstein, quien con su famoso acordeón, junto a sus Swing Boys y su Jazz Band, y por si fuera poco el Cuarteto Internacional, alborotó los tranquilos gustos de los jóvenes, hombres y mujeres, incitándoles a probar alocados bailes, fantasías radioteatrales, tan distintos al tango y al apacible bolero.

Fin de la guerra e inicio del retorno

Con los años, la guerra terminó y la paz se restauró en el mundo. Por fin los judíos podían retornar, pero debido a la devastación que dejó el conflicto bélico no existía una casa a la cual volver. Aquella fue la razón por la que la gran mayoría no volvió a Europa.

Quienes residían en Cuenca, entre ellos la familia Lichtenstein, optaron por irse a Estados Unidos, pero otras, como la familia Katz, decidieron quedarse, pues encontraron un lugar al cual pertenecer en este país, en la andina ciudad que les había recibido.

El Toledo, que se había consolidado en la ciudad como el favorito de los cuencanos, quedaba así en manos de Pepe Katz, el otro propietario, que por varios años más lo mantuvo funcionando con el mismo éxito.

Además, él era dueño de una panadería ubicada frente al hotel Dorado, la cual se quedaría definitivamente con el prestigioso nombre de Toledo y que dio continuidad, hasta la muerte de Katz, a la tradición de deliciosos postres, helados y pastas al estilo vienés que caracterizaron desde 1942 a su predecesor.

El bar-restaurante Húngaro se ubicó en el pasaje Hortencia Mata, frente al teatro Guayaquil, inaugurado en 1945, fue considerado de estilo muy aristocrático. Ofreció un servicio parecido al de los otros negocios, con la curiosa circunstancia de que pasó de mano en mano de los Zélig, a los Schwarz y de allí a los Pins, en diferentes épocas; hasta ser atendido a comienzos de la década de los sesenta por una familia cuencana que luego cerró el local.

Sin duda, tanto el Varsovia como el Húngaro contaron con un merecido éxito mientras alegraron las tardes y noches cuencanas, pero fue el Toledo el que marcó un momento fundamental para Cuenca.

La riqueza del intercambio cultural, pese a lo duro de los tiempos, tiene un sabor característico, un ritmo de acordeón que invitaba a bailar y soñar, que no deben desvanecerse de la memoria colectiva

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