En esta época digital ya nos estamos acostumbrando, alrededor del mundo, a darle actualidad e importancia a lo que queremos decir expresándolo en palabras del idioma inglés. Así es como si a cualquier papelito le decimos paper cobrará mayor seriedad y hasta peso científico. Ahora está de moda llamarles, por ejemplo, smart cities a aquellas urbes que han introducido las tecnologías de la información y comunicación en sus procesos administrativos y de servicios públicos y que promueven el desarrollo sustentable sobre la base de un plan de ordenamiento territorial que determina, sobre todo, la ubicación de cada uno de los servicios públicos que se prestan y proyectos que se ejecutan.

Ante todo se busca que la urbe se desarrolle integralmente sin generar aglomeración ni marginamiento y buscando incorporar a todos a la producción de bienes o servicios en términos de competitividad global.

El próximo mes de octubre tendremos en Quito la conferencia mundial Hábitat III y uno de los temas, sino el principal, será cómo hacer de las urbes espacios con una alta calidad de vida en un marco de equidad territorial y económico social que evite la absurda concentración y aglomeración que deteriora en forma sistemática las condiciones de un buen vivir, sobre todo en las grandes metrópolis.

Con motivo de la suscripción de un crédito de $ 56,5 millones para regeneración urbana de la ciudad de Loja pude escuchar un comentario verdaderamente lleno de sabiduría de uno de los altos directivos del organismo crediticio, en el sentido de que la prioridad ya no debería ser canalizar recursos para obras de descongestionamiento de las grandes metrópolis que al paso de pocos años vuelven a estar más congestionadas por el crecimiento exponencial de su población que proviene de la migración rural. La prioridad crediticia —decía el funcionario internacional— debe estar en promover ciudades intermedias de no más de medio millón de habitantes que estén en condiciones de dar valor agregado a la producción primaria de su entorno. Es decir, se necesita fomentar antes un smart country para poder hablar de smart cities.

Lo grave es el peso político electoral que por lo regular tienen los suburbios de las grandes metrópolis que con sus votos determinan una elección a través de los perversos métodos del populismo, es decir, de la filantropía con fondos públicos. Sus alcaldes son, por lo regular, pichones de presidente de la república y, como es obvio, hacen verdaderos concursos de belleza para ver quién cobra menos impuestos y reparte más dádivas y prebendas. Las macroinversiones en obras de descongestionamiento por lo regular las asume el Estado central y cuando alguien ose intentar el cobro de la plusvalía o de la contribución especial de mejoras para tener cómo invertir en cobertura y calidad de los servicios públicos de educación, salud, protección social y fomento productivo en el interior del país, ‘arde Troya’ y hasta se deponen gobiernos a nombre de un supuesto levantamiento en defensa de la democracia. De ahí que una de las más importantes metas revolucionarias sea la de cambiar la matriz territorial, como medio indispensable para hacer posible el cambio de la matriz productiva. El Ecuador, en lugar de seguir inflando la bipolaridad centralista metropolitana, necesita canalizar sus recursos al territorio considerado de forma integral. Es necesario planificar y ordenar su territorio de forma equitativa mediante un proceso de regionalización horizontal que brota de su historia milenaria. Es indispensable entender que las regiones no son espacios territoriales con igual o similar clima, sino espacios interdependientes en los que a lo largo de los siglos, precisamente por tener diversidad climática y productiva en el marco de su continuidad geográfica, se ha generado el intercambio comercial y la interrelación étnico cultural. Como en la década de los sesenta lo constató la misión científica francesa de la ORSTOM, contratada por el gobierno de Velasco Ibarra para ordenar el espacio ecuatoriano a través de una adecuada regionalización de su territorio, mucho antes de que el territorio de lo que hoy es Ecuador sea conquistado por Incas o por Españoles ya existían las 7 regiones horizontales que propusieron y que fueron muy bien recogidas en el decreto presidencial del 18 de enero del 2008 que organiza la administración del Estado en 7 regiones horizontales y 2 metropolitanas. Esta regionalización horizontal nos permitirá vertebrar espacialmente al Ecuador para estar en condiciones de generar equidad territorial y enfrentar la caótica aglomeración metropolitana. Es decir, el esquema concentrador metropolitano de desarrollo tiene que ser sustituido urgentemente por un modelo de equidad territorial basado en la constatación de sus espacios históricamente interdependientes que tienen que articularse con equidad política y económica en la planificación nacional. En lugar de la bipolaridad o tripolaridad metropolitana que esteriliza las potencialidades de la Nación hacia un sesgo especulativo, es necesario promover unas 30 o 40 ciudades intermedias, que incentiven el desarrollo armónico integral de todo el país en sus 7 regiones horizontales debidamente articuladas, que estén en capacidad de dar valor agregado a la producción primaria de su entorno rural. Solo así se podrán superar los problemas de la aglomeración metropolitana que tanto daño le han hecho a nuestros países de esta inequitativa Patria Grande, llena de gigantescos suburbios portuarios destinados a la extracción de materias primas. A mi juicio, este debería ser uno de los principales temas de la convención internacional de Hábitat —a realizarse una vez cada 20 años—: que el mundo supere el modelo de aglomeración metropolitana por un modelo de equidad territorial dando preferencia a las ciudades intermedias articuladas por medio de regiones o espacios interdependientes. (O)