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Se ubica a 77 kilómetros al sur de Cuenca, por la vía Girón-San Fernando
Recibir el amanecer en la laguna encantada de Busa es una experiencia mágica
Cuenca.-
Si esto fuese un cuento, se pensaría que San Pablo en persona está soplando fuerte. Pero en realidad es el viento que baja del cerro San Pablo, pasa por entre los árboles y acaricia la laguna de Busa despertando un escalofrío que anuncia el amanecer.
Dado que el perfil de la montaña y el cielo sobre el espejo de agua empiezan a definirse con más intensidad desde esta hora, 05:40, es indispensable y casi obligatorio recorrer el perímetro de la laguna. Las tonalidades anaranjadas y azules que van desvaneciendo la oscuridad son consecuencia de los primeros rayos de sol que empiezan a asomar por el Este.
Entonces, hasta las aves reconocen la belleza y empiezan a despertar: una garza que desde una rama cumple la función de vigilante, se lanza a dar un sobrevuelo por la laguna, como para asegurarse de que todo esté bien, y regresa a posarse en su atalaya; patos silvestres dan chapuzones de pesca dentro del agua helada; hábiles gaviotas hacen gráciles vuelos rasantes. Y uno que otro visitante que decidió acampar en el lugar sale de su carpa y se sienta a admirar el amanecer.
Son las 15:45 de un soleado sábado y la predicción astronómica es que habrá luna en cuarto creciente. Desde Cuenca se toma la vía que va al cantón Girón, después a mano derecha unos 500 metros para un primer alto, una señorita extiende su mano, no para saludar sino para cobrar el peaje de la vía: treinta centavos para recorrer 20 kilómetros hasta encontrarse con San Fernando. El lugar tiene muchos carteles en forma de flecha que anuncian un Welcome laguna de Busa; mil metros de recorrido y el paraje da la real bienvenida.
La laguna está encantada. Es por eso que es un ícono del turismo en el cantón San Fernando, ubicado al Sudoeste de la provincia del Azuay, a 77 km de Cuenca. No se podría explicar con precisión si la laguna está encantada o es naturalmente encantadora. El que Busa esté dentro de un enclave montañoso en el que predomina la presencia del cerro San Pablo, es determinante; así, el clima, aunque montano, no deja de ser amistoso. Este paraje no estremece con el frío andino, no encierra ni enclaustra. Es acogedor.
La noche está cayendo, hay que apurarse: limpiar el terreno, armar la carpa, buscar leña, y como la oscuridad viene acompañada de viento, es necesario abrigarse un poco más. Tal como estaba previsto la luna llega y prende la noche, así que el espectáculo de luz estelar se puede disfrutar.
Es interesante lo que experimentan los sentidos en un espacio como este. El viento hace que las tonadas de guitarra de un grupo de jóvenes campistas, se pasee por el perímetro de la laguna.