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No videntes hacen milagros con sus manos

Rolando Piedra,  vivió en Yantzaza en donde se dedicaba a la minería y ahora trabaja en el hospital del Seguro. Foto: José Luis Llivisaca / El Telégrafo
Rolando Piedra, vivió en Yantzaza en donde se dedicaba a la minería y ahora trabaja en el hospital del Seguro. Foto: José Luis Llivisaca / El Telégrafo
18 de enero de 2015 - 00:00

Marco Torres aún no tenía experiencia pero empíricamente sus manos comenzaron a masajear la espalda de su cuñado sin pensar que luego de 25 años lo iba hacer como un verdadero masajista y en un hospital público.

Las manos de Marco Torres y Rolando Piedra, dos no-videntes, profesionales de los masajes, se desplazan con facilidad sobre la espalda de sus pacientes y se encargan de aliviar los dolores de las personas que llegan al hospital José Carrasco Arteaga. 

El no ver no impide que sus manos, con un poco de aceite, den una sensación de descanso y alivio a los cuerpos de los pacientes, mientras ríen y conversan.
“¿Cómo perdieron la visión?”, es la pregunta más frecuente que los pacientes les hacen.

Marco tenía 16 años cuando empezó a tener problemas visuales. Había recibido varios golpes en su cabeza, lo que hizo que poco a poco vaya perdiendo este sentido. A los 19 años perdió completamente la visión, convirtiéndose en un duro problema de superar, pero que no impidió que se gane la vida, se enamore, haga deporte y busque formas de sacar adelante a su familia.

En la escuela especial de ciegos aprendió el sistema braille, orientación y movilidad lo que le permitió ya no depender mucho de sus familiares y trabajar. La calle Hermano Miguel y Sangurima se convirtió por más de 10 años en el lugar de su primer trabajo, alquilando teléfono.  Luego empezó a vender tarjetas y artículos de celular, labor en la que según dijo le iba bien, hasta que la viveza de algunos clientes le comenzó a afectar.

“Yo recorría con mi bastón desde las 6 de la mañana hasta las 6 de la tarde la Feria Libre, me iba bien hasta que me empezaron a robar. Vendía una tarjeta y luego me decían que estaba mala, me engañaban, me decían que la tarjeta ya estaba raspada”, explicó Marco, quien tiene 3 hijos.

En 2008, Marco junto con 8 no videntes más participó en un curso de masajes terapéuticos, mediante de un convenio entre la Universidad Politécnica Javeriana del Ecuador y la Federación Nacional de Ciegos.
Gracias a esto realizó prácticas en el Hospital José Carrasco Arteaga, en donde pudo ubicarse laboralmente con un contrato temporal hasta que, en el 2011, ganó un concurso y empezó a laborar formalmente en esta casa de salud.

Ahora Marco dice sentirse orgulloso de lo que ha conseguido y agradecido con su familia que ha sido su soporte para superar la pérdida de la visión. Situación que, dijo, superó cuando conoció a quien sería su esposa.

“Yo me enamoré de ella y supongo que ella se enamoró de mí físicamente”, dijo entre risas.
Hace un año se divorció y desde entonces su tiempo lo divide en el trabajo, el deporte y sus hijos.

Él, al igual que Rolando Piedra, su compañero espera continuar en la labor de masajistas y poder jubilarse más adelante.

“Cuando tenga mis añitos espero poder retirarme, porque a esa edad uno necesita más”, dijo Piedra, de 55 años, quien comenzó perder gradualmente la visión a los 30 años.

Rolando trabajó en minería en Yantzaza y piensa que el uso del mercurio en la labor fue lo que provocó que quedara totalmente ciego a los 42 años.

“Me he enterado de otros casos de gente que también trabajaba en esto y perdió la vista”, dijo.
Piedra también poseía una tienda que decidió vender para poder mudarse con un familiar a Cuenca, ciudad en donde ingresó a la Sociedad de No Videntes del Azuay.

“Yo decidí capacitarme para poder desenvolverme en la vida diaria. Aprendí braille, computación y orientación para movilizarme”, indicó Piedra, quien señaló que superada la pérdida de visión, tuvo que aprender a superar la separación con su esposa. 

Piedra, también comenzó a practicar varios deportes, entre ellos natación, lo que le ha permitido participar en varias competencias.

En 2008, él fue uno de los 8 compañeros de Marco Torres en el curso de masajes terapéuticos y desde 2011 ambos son los encargados de atender a los pacientes que llegan al hospital del Seguro Social.

Sus labores empiezan a las 7:00 hasta las 13:00 y diariamente atienden entre 20 y 25 personas.
Entre chistes, conversa y risas pasan los masajes a cada paciente, estos duran alrededor de 5 minutos.

En las instalaciones de esta casa de salud, tanto Torres como Piedra, están a la espera de los personas para aliviar sus dolores y entablar una conversación —que en la mayoría de los casos, se centra en los obstáculos que debieron superar para obtener la profesión que hoy los hace sonreír—.

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