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Ellos heredaron este oficio
Los peluqueros de antaño mantienen viva una tradición
Un corte de cabello o una afeitada con tijeras y navaja aún se pueden encontrar en Cuenca. En los barrios El Vado, 9 de Octubre, San Sebastián y la Calle Larga existen 7 peluquerías tradicionales. Entrar a estos lugares es toda una experiencia, parece que ahí el tiempo se detuvo.
Como mudos testigos del paso de los años permanecen las 2 sillas con base de metal, soportes de madera y tapizadas con cuero rojo, los grandes espejos y las herramientas de cortar el cabello. Estos implementos, además de los espumeros de lata y algunas brochas, van quedando en desuso, como parte de la historia, debido a que la tecnología avanza y los peluqueros tradicionales ahora utilizan nuevos aparatos eléctricos que reducen el tiempo de un corte de cabello.
Estas peluquerías no han perdido su identidad; a sus propietarios incluso se los podría llamar ‘historiadores’ ya que cuentan a sus clientes siempre una historia nueva, diferente, una que seduce y otra que atrapa.
La fama de estos artesanos no se debe a que son pocos, sino a la técnica que emplean para realizar un corte de cabello o una afeitada de barba. Algunos de ellos empezaron como ayudantes y su habilidad se forjó por los consejos de centenarias figuras y también gracias a la curiosidad por aprender este oficio para así vivir con dignidad y servir a la mayoría de cuencanos que lucían viejos cortes de cabello como el “corte alemán”, el “corte oficial” o el “corte normal”.
Los barberos, también conocidos como peluqueros, se han ganado el respeto y el afecto de los cuencanos. Es el caso de Juan Tenesaca quien se dedica a este oficio desde hace 43 años. Su aprendizaje fue mediante la observación, realizó sus primeros cortes supervisado por su jefe, quien al morir lo dejó como propietario del negocio. Con el paso del tiempo obtuvo su clientela, realizó cursos de preparación y talleres de corte de cabello. “Asistí a cursos pero la mejor técnica para mí fue aprender viendo lo que hacía mi gran maestro”, recuerda.
En la época en que la moneda era el sucre, los cortes costaban uno, mientras la afeitada valía 2 sucres porque “era trabajoso debido a que los clientes llevaban la barba larga y desprolija”. “Hubo clientes que llegaban por el combo: afeitada y corte de cabello que tenía el costo de 3 sucres”, señala. En la actualidad cada corte vale entre $ 2 y $ 3 dependiendo el estilo que escoja el cliente. En la afeitada tradicional se utiliza jabón para hacer espuma. El espumero y la brocha se deslizan por el rostro del cliente, este trabajo llega a costar $ 1,50.
El combo también existe en estos sitios por el valor de $ 4,50. Un ‘tip’ para afeitarse es hacer que el jabón se disuelva en el espumero con agua caliente de termo.
Al preguntarle a Juan Tenesaca cuántos clientes recibe al día, con un poco de temor responde que llegan entre 4 y 5 personas, pero al observar se puede evidenciar que la concurrencia es mucho mayor. Las personas que visitan estos lugares en su mayoría tienen de 40 años en adelante. Ricardo Durán acude a estas peluquerías tradicionales desde que tenía 12 años, sus padres lo llevaban, hoy con 55 años no deja de ir una vez al mes para cortarse el cabello. “Es mi peluquero de confianza, he venido acá más de 40 años y no cambiaría de lugar, Juan ya sabe cuál es mi estilo y me corta el cabello muy bien. No necesito explicarle nada”.
Estos peluqueros aseguran que en las décadas de los 80 y 90 la clientela era muy amplia debido a que la cultura de ese entonces hacía que los hombres no se dejen crecer el cabello y la barba. Otro aspecto que ayudaba era la falta de peluquerías en áreas rurales por lo que llegaba gente de esos sectores al centro de la ciudad; en especial los viernes y sábados que eran los días de feria. “Los clientes venían de cantones como Gualaceo, Girón, Paute y Chordeleg”, indica el peluquero.
Otro reconocido artesano es Jaime Orellana, quien tiene su peluquería en las calles Juan Jaramillo y Benigno Malo, él ejerce el oficio que heredó de su padre. Lleva 32 años en la práctica. “Las peluquerías se han mantenido por años; sin embargo, la clientela ha disminuido, ahora las personas prefieren los gabinetes de belleza” cuenta. En su local es muy raro encontrar a una mujer; aunque en ocasiones ellas acuden a quitarse el horquillado y a realizarse cortes sencillos. Con brillo en los ojos nos cuenta que en Internet se pueden observar fotos de su negocio y del arte que practica y que esto es una gran motivación para trabajar a diario.
Marco Ochoa, es otro de los clientes que acude a estas peluquerías, dice que no solo son profesionales, sino que también son amigos con los que comparte una plática amena y en más de una ocasión le han brindado un consejo o sacado una sonrisa.
Extranjeros lo visitan, pero no para requerir de sus servicios, sino para ver y fotografiar ese toque antiguo que llama la atención en medio de una Cuenca moderna y tecnológica. No dudan en sacar sus cámaras para llevarse un recuerdo de lo que fue la época de antaño de nuestra ciudad.
La esperanza de mantener esta tradición se refleja en los familiares de los barberos; quienes acuden a estos sitios para aprender el uso de la tijera y navaja.
Por su parte algunos jóvenes sostienen que mientras existan ganas y un maestro de quién aprender esto no desaparecerá. “Las clásicas barberías son lugares recordados por abuelos y padres y aunque nuestra generación no se corte el cabello en estos sitios, deben cuidar y valorar las tradiciones. Porque de ellos se aprende mucho”, aseguran. (I)