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Los jóvenes tienen la calle como escuela y hogar

Limpiar los vidrios de los vehículos es una de las actividades que realizan diariamente los chicos de la calle.
Limpiar los vidrios de los vehículos es una de las actividades que realizan diariamente los chicos de la calle.
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Alejandro es un joven machaleño que a muy temprana edad se introdujo en el ‘bajo mundo’. Actualmente, a sus 18 años, se dedica a limpiar el parabrisas de los autos.

Su infancia estuvo marcada por la violencia familiar, el dolor que le producía ver a su madre golpeada y a sus hermanos maltratados por su padrastro. La constante lucha para que alguien escuchara sus quejas, sus sueños y anhelos, lo empujó desesperadamente a trabajar en las calles de Machala cuando apenas tenía 12 años.

Desde entonces estuvo expuesto a un mundo quizá aún más peligroso que el que se daba en su propio hogar. La calle, catalogada como un circuito de violencia, represión policial, abusos sexuales, físicos o psíquicos —que han sido los mayores problemas que han girado alrededor de Alejandro— fue su escuela, su colegio, su universidad, y hasta su morada.

La violencia, las drogas, la explotación sexual, rechazos y desesperación se han convertido en un problema que no puede superar. El joven se ha enredado en pandillas juveniles y a sus ‘amigos’, que están en estos grupos, los considera sus protectores; sin embargo, se ha visto maltratado algunas veces por la envidia y problemas de malos ‘repartos’.

Como todo joven, Alejandro también tiene sus sueños y aspiraciones: “Mi sueño es ser un profesional aportar a este país con una gran fundación que acoja a niños de la calle, como yo”. Dice creer en Dios y aspira a tener apoyo de la ciudadanía y de las instituciones públicas para llegar a cumplir su sueño. “Mi vida ha estado marcada por la lucha y también por la supervivencia”, indica el joven.

Según datos del programa de Unicef ‘Juventud, empleo y migración para reducir la inequidad en el Ecuador’, de la provincia de El Oro, se considera que los niños, niñas y adolescentes son parte de los sujetos sociales a quienes orienta su acción pública.

En Machala se genera el 30% del Producto Interno Bruto (PIB) del país; sin embargo, esta riqueza también tiene sus problemas: atrae a miles de familias procedentes de otras provincias y regiones que emigran con la esperanza de un futuro mejor y acaban viviendo en los barrios periféricos de la urbe, que es de donde proceden muchos de los cerca de 500 menores que viven en las calles de la capital orense.

El 85% de ellos han tenido que trabajar a los pocos años y desempeñar oficios que van desde carretilleros, lustrabotas, canillitas o voceros en el transporte urbano, según los datos de Unicef.

En muchos de los casos las drogas les arrebatan cualquier posibilidad de cambio. La mayoría de estos niños y adolescentes consumen pegamento y los que más dinero tienen compran pasta de base de coca, que no es difícil en este medio donde ellos viven.

Con el pegamento consiguen olvidar el frío, el hambre y el pasado, como es el caso de Alejandro M. C., quien también vive en la calle, al igual que otros niños, buscando sobrevivir y sorteando todos los problemas que a diario se van presentando.

“La calle no es un buen lugar, nos deben sacar. Un niño que ahora tiene 8 años y vive en la calle bien podría ser el futuro del país. Es necesario que al igual que a mí, a otros niños nos ayuden a tomar buenas decisiones; eso sí, que no decidan por nosotros, pero que nos aconsejen para tomar un camino adecuado”, dice Alejandro, mientras sigue limpiando el parabrisas de un auto en una esquina de Machala. (I)
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