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Los rumores previos eran que los nativos estban dispuestos a morir si las cosas no cambiaban
Levantamiento indígena de 1920 y huelga de la sal en Cuenca en 1925, ejemplos de lucha
A Cuenca llegaban desde todos los sitios de la provincia, los rumores de un gran descontento. Se decía que los indígenas estaban resueltos a morir si no se cambiaban las autoridades y se disminuían los altos impuestos que pesaban sobre ellos. Eran los años del liberalismo, la Revolución Liberal de 1895, produjo un mejoramiento en la posición legal-jurídica de la población indígena, pero a su vez, el mismo Estado liberal exigía el trabajo obligatorio en la obra pública y establecía impuestos al tabaco y al aguardiente, que afectaban a los campesinos, así como nuevos impuestos a las propiedades rurales. La memoria colectiva todavía recuerda esos importantes levantamientos, unos con temor y otros con la valentía que viene de la protesta justa.
El levantamiento indígena de 1920 en Cuenca
La huelga de 1920 fue un momento de explosión y de descontento generalizado entre la población rural y sobre todo indígena del Azuay, pero este hecho como diría Michiel Baud en su estudio: “no fue comprendido por la élite y las autoridades políticas de Cuenca, que se preocupaban de las festividades del Centenario de la independencia”. Como antecedente estaría la situación económica de la región a consecuencia de la baja en la exportación del sombrero de paja toquilla, a causa de la Primera Guerra Mundial, y de sequías y hambrunas en los años anteriores, principalmente en 1917.
Pero la élite de la ciudad y la provincia, no se preocupó mucho de la situación, estaba su atención dirigida hacia la celebración del centenario de la independencia y querían organizar una gran fiesta; pidieron para ello que los campesinos contribuyeran no solo con su mano de obra, a través de mingas organizadas por los Tenientes Políticos, sino también a través de impuestos que debían pagar sus costos, así es que se había elevado el impuesto al aguardiente, entre otros. Hacia el mes de marzo y principios de abril de 1920, frente a las preocupadas autoridades, la población campesina se levantó y cundió el pánico en la ciudad, que fue defendida por el Ejército y la Policía.
Los enfrentamientos se produjeron durante marzo y abril, y así el 1 de abril, en la página editorial de la Alianza Obrera (Diario Obrero), un poema intitulado ‘La huelga del indio’, de Alfonso Andrade Chiriboga, deja ver la situación de manera desgarradora. Grupos de indígenas caminan hacia Cuenca, llamados por el mítico sonido de la quipa (conocida como churo en el norte) y de la bocina. Se los encontró en Turi, en Guzho en Narancay, se acercaron por Ricaurte y Milchichig, se conoce que atacaron las haciendas de las Monjas en Quingeo, que se enfrentaron en San Juan y en Gualaceo contra las autoridades, en Lalcolte arrasaron con la hacienda de las Monjas Conceptas; por otro lado destruyeron ciertos depósitos de aguardiente.
Los indígenas combatieron con sus puños en alto y bajaron desde Turi hacia la Virgen de Bronce, entraron en la plaza de San Blas, se habla de miles de indígenas. Para el 4 de abril, unos 5 mil indígenas se reunieron en el Tablón de Ricaurte, donde decidieron avanzar contra Cuenca y las autoridades, algunas noticias de la época hablan de unos 10 mil a 12 mil indígenas.
El diario El Progreso, publica los nombres de los cabecillas de las huelgas, algunos de ellos con sus mujeres, que también incitaban a la huelga. Los cabecillas de la huelga gritan sin fin contra los impuestos que los indios tienen que pagar, incluso por la luz eléctrica que se consume en la ciudad, y contra una serie de contribuciones como el trabajo para la obra pública.
Finalmente, para bajar la presión, las autoridades corren la voz e imprimen avisos en kichwa y castellano, se abolían los impuestos: a la electricidad, prohibición a los jueces civiles de cobrar la contribución, protección al indio minorista que acude con sus productos al mercado, abolición de los trabajos forzados, gratuidad de los servicios del registro civil, y retorno tranquilo de los indígenas a sus huasipungos, sin represalias por parte del ejército.
La huelga de la sal: ‘Sal o sangre’
En 1925, la provincia del Azuay y la ciudad de Cuenca se convirtieron en escenario de tumultos, protestas y desfiles hostiles de campesinos, pueblo e indígenas que protestaban por la escasez de la sal. Inicialmente la protesta fue protagonizada por el pueblo de Cuenca, pero luego, los indígenas embravecidos se dirigieron hacia la ciudad en pos de la sal, con enfrentamientos que resultaron en muertos y heridos, tanto en la ciudad como en el campo.
Se prolongaron las movilizaciones y revueltas por algunos meses, hubo enfrentamientos contra el Ejército y la Policía, invadieron casas, campos y sementeras causando grandes destrozos en busca de los principales cabecillas. María Rosa Crespo, en sus Relatos de Nuestra Tierra, cuenta lo que sucedió: “por un lado el estancamiento del producto… el mal estado del dos caminos, la larga cadena de intermediarios… la voracidad de los especuladores dueños de tiendas de abarrotes, el contrabando y la angustia de la gente por conseguir la sal”.
Después de un invierno particularmente duro en marzo de 1925, por un daño de los pozos de las salinas de la Costa, por otro lado por la paralización del ferrocarril —que se da después de la destrucción de varios kilómetros de rieles—, se hace muy difícil el transporte de la sal hacia Cuenca y esta se convierte en un artículo de lujo, con un precio 40 veces mayor que el de su costo real.
La escasez aumentaba y los domingos y días de feria, una muchedumbre cada vez mayor especialmente de indígenas y campesinos se concentraba en los lugares de expendio en la plaza de San Francisco, y empezaban las protestas frente a la gobernación en búsqueda de “un pedacito de Sal”. El Presidente de la República envía 1.500 quintales y el gobernador convoca a los gremios.
LAS PROTESTAS DURARON VARIOS MESES EN EL SUR
Las élites de Cuenca de inicios de marzo de 1920, cuando se supo de los rumores del levantamiento indígena, organizaron la defensa de la ciudad, a través de acciones represivas del Ejército. Creyeron que sería fácil sofocar a los campesinos e indígenas, pero no fue así. La rebelión duró más de un año y continuó toda la década de los veinte. Las autoridades estatales poco pudieron hacer para contener el descontento, que continuó hasta 5 años más tarde con la sal.
La rebelión mostró ser duradera y con mucha cohesión. El Estado exigía a las comunidades rurales tributos y, sobre todo, trabajo para la obra pública. Lo que pudo haber desencadenado el levantamiento fue el pedido del Gobierno de 2 días de trabajo previsto por la junta de Fomento Agrícola y empadronarse para llevar estadísticas de la población campesina, además de las nuevas exigencias para conseguir fondos para las fiestas del centenario de la independencia.