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Ecuador, 23 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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LOS PACIENTES TIENEN PROBLEMAS MENTALES Y EN SU MAYORÍA FUERON RESCATADOS DE LAS CALLES

Las personas desamparadas de Machala elaboraron 800 monigotes

Los monigotes son elaborados por los internos y con el producto de la venta, compran sus medicinas. Foto: Fabricio Cruz/ El Telégrafo
Los monigotes son elaborados por los internos y con el producto de la venta, compran sus medicinas. Foto: Fabricio Cruz/ El Telégrafo
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Pepe Walter, más conocido como el ‘4x4’, pasó gran parte de su vida deambulando por las calles céntricas de Machala. Su rostro es muy conocido por los habitantes de la capital orense, que en algún momento lo vieron pidiendo comida, monedas o hablando solo.

La esquina de la calle Colón y Rocafuerte era su sitio preferido, allí pedía ayuda a la gente, pero la mayoría pasaba sin prestarle atención.

Lo cierto es que, desde el 1 de junio de este año, la vida de ‘4x4’, cambió. Un grupo de mujeres lo llevó al albergue para desamparados Divina Misericordia, al sur de Machala, donde ahora tiene comida y un lugar para dormir.

“Le diagnosticaron esquizofrenia, pero con las terapias que le damos en el albergue, se puede recuperar”, dijo María del Cisne Loayza, directora de la institución.

Este es el primer año en que Pepe realiza lo que han denominado “años viejos solidarios”; junto con sus 24 compañeros, quienes también poseen alguna enfermedad mental, han confeccionado 800 monigotes para venderlos a $ 10 y así solventar los gastos de las medicinas que les suministran a diario.

Quienes residen en el albergue, se han convertido en una familia, es así que desde hace 6 años, cada diciembre unen esfuerzos para elaborar los monigotes y recaudar fondos.

La principal de la institución, dijo que en todo este tiempo los orenses han respaldado la iniciativa, tomando en cuenta que el hogar no recibe financiamiento.

Juanita, otra de las pacientes, con mucha alegría y satisfacción, mostraba decenas de monigotes apilados en el tercer piso del albergue. El orgullo de Juanita, que lleva 13 años asilada en el centro, está sin duda justificado: ella tiene una discapacidad intelectual, pero eso no ha sido un impedimento para colaborar en el tejido de los monigotes.

Con el tratamiento psiquiátrico adecuado, una alimentación sana, la medicación requerida y el apoyo del personal de la institución y el voluntariado, se ha logrado que los residentes en el centro tengan una estabilidad mental aceptable y que muchos se hayan recuperado para ser reinsertados en sus familias.

Es el caso de Melissa, que con apenas 19 años, fue rescatada de la calle con un severo problema mental ocasionado por personas que le obligaban a consumir drogas para mantenerla dentro de la trata de blancas.

Melissa fue recogida en el cantón Pasaje por el personal de la Divina Misericordia, donde se atiende desde hace 25 años, con la modalidad residencial, a personas con alteraciones mentales.

Ella ya se recuperó y fue reintegrada a su familia. “Ahora me he enterado de que ya tiene un hijo y tiene un hogar”, dijo la directora del centro. Los residentes son, en su mayoría, personas desamparadas que presentan problemas mentales, agravados con discapacidades auditivas o visuales, autismo, epilepsia, Alzheimer e incluso ancianos en la última etapa de su vida, rechazados por otros centros. Loayza manifestó que reciben ayuda de varias personas particulares, además consiguen fondos mediante la autogestión y una fundación holandesa les apoya con la infraestructura del lugar.

Uno de los 4 centros del país

El albergue para desamparados Divina Misericordia es único en su género en el país por sus características y los servicios que brinda. En el Ecuador existen solo 4 centros para enfermos mentales, ubicados en las provincias de Pichincha, Guayas, Azuay y El Oro.

La provincia de El Oro, a pesar de su población y de la demanda existente, no cuenta con un hospital psiquiátrico. El albergue subsiste casi en su totalidad gracias a la gestión del voluntariado y ha funcionado durante 24 años para ayudar a personas con enfermedades mentales que deambulan por las calles de la provincia.

“Cuando invitamos a conocer nuestro centro de ayuda, la primera reacción de la gente, es de miedo, a veces de pánico o incertidumbre. Esta reacción, un tanto normal, se debe a que han escuchado que es una casa para locos”, dijo una de las voluntarias.

Si alguna persona está interesada en visitar el albergue, la primera impresión —explica la trabajadora— será de admiración, ya que los internos, en gran número, salen a recibirte, a saludarte con los brazos, y te invitan a pasar.

“Luego te pedirán que les hagas, cantar y jugar; te contarán acerca de sus problemas, de sus alegrías, les gustará mucho que les cuentes chistes, que los hagas reír; te piden que los abraces, te preguntarán: ‘¿Me quieres? y ¿cuánto me quieres?’, se harán los chiquitos para que les prestes más atención, te interrogarán sobre tu trabajo y familia”, dijeron. “La ayuda al necesitado ha estado siempre en nuestros corazones, es un don que se lleva dentro, como un mandato de Dios; sin embargo, esa pequeña chispa se enciende hasta sentir en carne propia determinada necesidad”, así reza el folleto que recoge los orígenes del albergue y retazos de su aún corta historia. (I)

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