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Buena parte de sus pobladores no ha dejado de usar su lengua: el quichua
Las Nieves y las rejuvenecedoras historias de sus adultos mayores
Detrás de la capilla y del centro de salud, desde el mirador donde creció el pueblo de Las Nieves, la mirada horizontal permite divisar una hilera de colinas con profundos surcos y grietas. Abajo, al pie de la hilera, un río. Dicen los geólogos que el paso del tiempo puede ser estudiado en esas grietas.
En Las Nieves, como en otros pueblos que mantienen intacto su amor por la Madre Tierra, la analogía viene: los adultos mayores llevan en su rostro los surcos del tiempo; así, dan testimonio de vidas que han fluido como el agua.
Las Nieves es una de las parroquias de Nabón, cantón que tiene la única población quichua hablante de Azuay. Por eso no sorprende que la fiesta de adultos mayores, que se celebró el anterior sábado 13, haya tenido un poco de quichua, un poco de memoria histórica y todo de vida.
En un cuartito cerca del parque central ensayan los miembros de la banda del pueblo. Los instrumentos se hacen más con su corazón y una que otra copita rota, que con los materiales de rigor, porque los bombos, clarinetes, saxos, trombones, tambores y platillos que tienen están hechos con cartón dorado. Junto a ellos, en otro cuarto, están las mamas de Nabón practicando el baile que acompañará a la banda de pueblo; formadas, lucen coloretes en sus rostros, el atuendo tradicional y botellas para danzar.
Dado que llega el momento de salir al escenario, la música de la banda suena por los parlantes y no hay elegancia que deslumbre más que la de estas mujeres que mueven sus caderas con la personalidad que solo les pudo dar los años. Se miran los hombros para dar un giro y terminan con la cabeza en alto.
Se trata de una muestra del proyecto con adultos mayores que se desarrolla en este cantón. Valeria Cabrera, administradora del programa, dice que lo que buscan es dar acompañamiento y ayuda integral; tienen 3 ejes de acción: visitas domiciliarias en las que brindan estimulación física, cognitiva y socioafectiva; modalidad residencial en el centro de Nabón con atención a 8 adultos mayores que viven en el centro gerontológico y espacios alternativos a través de talleres de manualidades en tela y madera, panadería, actividad física y estimulación, charlas de nutrición, motivación y otros espacios como el que se vivía esa misma mañana en Las Nieves. Trabajan con 40 comunidades del cantón, con un equipo de 12 personas en coordinación con el Municipio y el Ministerio de Inclusión Económica y Social. “Es el único cantón del Azuay en el que se desarrolla un proyecto integral de apoyo a adultos mayores”, dice Cabrera.
Los espectadores —sobre todo los varones— no pueden evitar ponerse de pie para mirar y admirar el baile de las señoras, golpean sus palmas al ritmo de las melodías, como si fuesen parte de la banda. Sonríen, recuerdan, aplauden.
Resulta extraño que este lugar se llame Las Nieves, porque para llegar se desciende tanto que lo árido de la tierra, las matas de plátano y el implacable sol, son un perfecto antónimo del nombre. Según uno de los miembros de la banda, en el pueblo encontraron una imagen de la Madre de las Nieves. Levantaron una capilla, y de allí su nombre.
Banda y bailarinas salen; empiezan a subir al escenario varios adultos para cantar. Alguien interpreta el Himno Nacional en quichua, otra canta: “Por distante que de aquí me encuentre, por algo siempre me han de recordar…”. Otro entona: “ayayay, cuando yo me muera”. Todos piden disculpas por algo: que porque no saben bien la letra, o no están seguros de si suena bien, o por cantar ‘muy poco’. No se dan cuenta que su canto remueve conciencias, que sacude cada escama de piel muerta, que por despertar a todos de esta manera se merecen todos los aplausos recibidos.
Entre tanto, Cecilia Sanmartín, tallerista del proyecto, permanece agachada mientras habla con una señora que está sentada en una especie de vereda: —Pero dígame, ¿qué le traigo? Recibe un susurro como respuesta y dice: —ya, ya vengo ¿ya? Ella asegura que es más lo que recibe que lo que da: “Si no fuera por ellos ¿qué sería de mí?”. Explica las tantas historias que encierran esos rostros maduros: infinitas y profundas soledades del campo, limitaciones físicas que impiden hasta el cuidado propio, el histórico coraje con el que se levantan cada día.
Llegada la hora del almuerzo invitan a todos a comer porque “como cuando llueve, todos nos mojamos”, así mismo es con la comida. Todo esto antes de que la plaza vaya quedando sola y cada viejo regrese a su casa a seguir viviendo su propia historia tras la puerta, a darle sentido a cada surco de su rostro labrado, como en sus tierras.
Zoila Morocho, el canto y la vida en quichua
Trae sobre su cabello trenzado, un sombrero negro. En su cuello un collar de plástico y en el pecho un tupo de plata —prenda de la cultura Cañari para agarrar el chal y representar estatus—. Sujetas a sus caderas viste 2 polleras, una tomate y otra morada. Sus piernas están forradas con un par de medias blancas con una bandera y la palabra “USA”. A su memoria está atado el quichua, y canta: “Atahualpa, Rumiñahui, Huaynacapac yo les canto a ti/ Todo el Tahuantinsuyo en la riqueza del padre Sol/ Atahualpa y Ruminahui nos dejaron su ejemplo/ de llevar en la memoria relatar nuestras historias…”.
Así, doña Zoila Rosario Morocho va removiendo la memoria, con la fuerza y orgullo con los que recuerda a la Madre Tierra, y dice: “como todos somos hijos de ella, entonces yo no tengo miedo de nadie porque somos hermanitos, ¿cierto?, mundo entero”.
Cuenta que ella, la tierra, la llamaba a la distancia: “Zoilaaaaa, Zoila”; y le cantaba “árbol, árbol, árbolcito hojita ancha/ árbol, árbol, arbolcito hojita ancha”. Cuando ella lo canta, lo hace en quichua.
Doña Zoila es uno de los troncos de estos pueblos. Nació en Zhiña el 4 de Octubre de 1937. Hoy vive en Ayaloma. Es una de las adultas mayores beneficiadas de un proyecto que se atrevió a mirarlos con el respeto propio de sus años.